Los miedos nocturnos


En plena noche algo me despierta. Con los ojos medio cerrados veo a Thomas, de tres años, delante de mí. ‘Mamá-me susurra-, hace frío en mi cama’. Esta frase me suena; significa: ‘Tengo miedo. ¿Puedo dormir contigo?’. Levanto las sábanas y le dejo un sitio. Deprisa, como si temiese que su madre pudiese cambiar de opinión, se desliza entre ellas y se acurruca contra mí. ‘Ah, qué bien estoy aquí. Gracias, mamá’, me dice antes de quedarse profundamente dormido. Escucho su respiración, mientras reflexiono sobre cómo empezaron estos miedos de mi hijo mediano.
 
Fue más o menos hace un año. Una noche, cuando lo iba a acostar, se resistió, me cogió del cuello y se aferró a mí como un mono-bebé que se cuelga del cuerpo peludo de su madre. ‘¡Mamá-exclamó-, hay bichos en mi cama, no quiero dormir!’. ‘¿Bichos en tu cama?’, lo miré extrañada. ¿De dónde viene esta idea? Nunca había protestado al acostarlo, ni siquiera cuando era un bebé. No lo entendí; lo miré a la cara y vi una expresión de angustia en sus ojos. ¡Tiene miedo de verdad! ¿Por qué será? ¿Habrá tenido una pesadilla la noche anterior o quizás tenemos ratones en casa y uno le ha visitado durante su sueño? No pude averiguarlo en ese momento, pero me di cuenta de que tenía que hacer algo. Coloqué una silla al lado de su cama y le prometí quedarme allí que se durmiera. La idea le tranquilizó, se liberó del abrazo asfixiante y me dejó acostarlo. Y se durmió, mientras yo hacía de vigilante.
 
Así empezó. Nunca he podido averiguar de dónde vino ese miedo tan repentino. Un niño no dos años no es capaz de contarlo. Sin embargo, sé que este tipo de miedos son normales en el niño de entre dos y cuatro años, pues pasa por una etapa en la que aprende muchas habilidades, vive a diario nuevas experiencias y no es capaz de asimilar todas las vivencias.
 
Por ello, su sueño se vuelve intranquilo y se despierta a menudo. Es lo que la pasa a Thomas. No sólo teme el momento de entregarse al sueño, sino que a menudo se despierta llorando. Al principio acudía cada vez que me lo pedía, pero durante un periodo decidió colocar su cama en la habitación de Ramón, su hermano mayor.
Por una parte fue una solución: ya no tenía miedo y no se despertaba por las noches. Pero, por otra, originó un nuevo problema: los dos se ponían a jugar en vez de dormir y tardaban horas en conciliar el sueño. Así que volví a acostarle en su propia habitación y recurrí al truco de siempre: sentarme a su lado hasta que el sueño lo venciera.
 
Una noche, mientras me disponía a hacer guardia, Thomas me dijo con su voz de angelito que podía irme al salón, si lo prefería, pues él estaba bien. No sé a lo que se debió, pero de pronto no necesitaba mi compañía a la hora de dormirse. Todos respiramos aliviados. Pasamos un época tranquila en la que cada uno dormía en su cama y en su propia habitación. Pero esta tranquilidad maravillosa no iba a durar para siempre. Con la llegada de su pequeña hermanita, Elena, el miedo hacía de nuevo acto de presencia en Thomas.
No me pilló por sorpresa: los niños, al vivir un acontecimiento importante, como la llegada de un nuevo bebé, muchas veces retroceden en su desarrollo y vuelven a un estadio madurativo anterior. Recurrimos al truco que nos había dado buenos resultados: pusimos de nuevo una silla al lado de su cama, y allí mi marido y yo hacíamos turnos, le acompañábamos hasta que se quedaba dormido.
No era fácil, porque la vida con tres hijos pequeños supone mucho trabajo, pero notamos que le ayudaba a superar este periodo, ya que en estos momentos contaba con nuestra atención en exclusiva, lo cual es siempre un buen antídoto contra los celos.
 

A Thomas no solo le cuesta dormirse, sino que a veces también se despierta a medianoche, asustado por alguna pesadilla. Lo miro y ve lo tranquilo que está durmiendo. Al lado de Elena, un bebé de dos meses, me parece tan grande, pero a mi lado me doy cuenta de lo pequeño que es. Su problema no me preocupa. Sé que se le pasará con el tiempo, como ya ocurrió una vez. Intento dormir un poco más y busco una postura cómoda. Noto por la ranura de la contraventana que ya está amaneciendo.

 
LA FUNCIÓN DE LAS PESADILLAS Y LOS TERRORES NOCTURNOS
 
Tener un sueño intranquilo y pesadillas es algo frecuente en la vida de todo niño durante la primera infancia. Tienen lugar, generalmente, durante la segunda mitad de la noche  y se deben al desarrollo veloz del niño y a su incapacidad de asimilar todas sus experiencias e impresiones.
También sirven de vía de escape: el niño sueña con experiencias que le han impresionado, como una pelea en el colegio, el encuentro con un perro, etc.
Hay otro tipo de trastornos del sueño, llamados ‘terrores nocturnos’, cuyas características son las siguientes:
 
     El niño se despierta de un sueño profundo en la primera mitad de la noche con una sensación de amenaza. Llora, está asustado, articula palabras incomprensibles y, a veces, se sienta en la cama, se levanta y recorre su habitación.
     Parece estar despierto (tiene los ojos abiertos), pero no es así. Está confuso, respiradeprisa y tiene el ritmo cardíaco acelerado. No se tranquilizará enseguida, aunque los padres acudan.
     Al cabo de unos diez minutos (como máximo media hora) se le pasa y vuelve a dormirse. Al día siguiente no se acuerda de nada.
 
¿Cómo actuar?
 
     No hay que despertarlo (está en la fase del sueño profundo), sino hablarle tranquilamente y esperar que se le pase. No se puede influir en el curso del terror nocturno, pero sí evitar que se haga daño cuando se mueve o recorre la habitación.
     Mantén la calma. Aunque tiene un aspecto aterrado (sobre todo las primeras veces), no hay peligro.
Estos terrores nocturnos forman parte del proceso evolutivo y tiene que ver con el crecimiento del sistema nervioso. Su incidencia es mayor entre los tres y los cinco años.
     Hay una predisposición hereditaria, pero también influyen el cansancio, la sobreexcitación y, a veces, ciertas tensiones emocionales. Procura que tu hijo no llegue exhausto a la cama.
Tanto las pesadillas como los terrores nocturnos son más frecuentes en los niños que en los mayores y se deben considerar como parte del desarrollo normal.
Capítulo extraído del libro ‘El día a día con los hijos’, reflexiones de una madre psicóloga,
Ediciones Médici. Reproducido con la autorización de la la autora: Coks Feenstra, Psicóloga infantil, autora de seis libros educativos y asesora de la revista Crecer feliz y Conferenciante. Web: http://www.coksfeenstra.info

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