No se realmente por donde empezar… mi punto de partida fue en el momento en el que nos enteramos que Dani venía al mundo… desde el primer momento, era consciente que, en el camino del amor a un hijo, la naturaleza me ponía en desventaja…
Primero, es imposible decidir quién de los dos va a tener el hijo dentro de su vientre… no es como cocinar… ¿tu o yo?... no… tampoco es posible turnarse para dar pecho…
Los lazos naturales e intensos que unen a una mamá con el bebé, los cuales me causan cuanto menos gran admiración, también eran capaces de hacerme sentir que en mi rol de papá, tenía mucho que poner de mi parte para que mi hijo, sintiera mi cuerpo, los latidos de mi corazón, mis nanas… siquiera un poquito parecido a lo que siente por su mamá.
Ejerzo de un papá que se madruga y se desvela en las noches para arrullar al peque, para darle alimento y bailarle hasta que me tiemblan las piernas… verle cerrar sus ojitos entre mis brazos me hace sentir tan bien… Dani se siente protegido también conmigo…. Si le oigo llorar en la noche me levanto medio zombie y lo llevo a nuestra cama y así los tres como tres sardinitas en lata, sudados pero felices, pasamos del desvelo y cansancio a la felicidad en un segundo… una felicidad de párpados pesados, de jornadas de trabajo entre bostezos…. Pero al final una felicidad única y especial.
No vengo a presumir de nada… porque yo he elegido ser así porque me sale del alma. Solo vengo para que conozcáis que entre el tumulto de la sociedad occidental, también habemos muchos papás que podemos y queremos sentir, amar y luchar por nuestros hijos, tanto como la naturaleza humana nos deja avanzar.
te amamos papa ( Dani y mami)