Existe un país, en el que reina todo aquel que de un beso, es decir, que todo el que quiera puede besar y se sentirá como un rey o una reina.
Pero siempre o casi siempre en todos los mundos, alguien quería ser el rey de los besos, el único con el poder de besar. Y así fue. En aquel país de los besos, un beso fue el que se colocó la corona, Don Chupetón, que como era el rey, siempre que daba un beso dejaba su marca.
Desde aquel día no se volvió a oír ningún beso en todo el país, excepto los chupetones del rey, que se escuchaban por todo el reino. Se escuchaban porque no había voces, ni risas, ni cantos, solo había silencio, silencio de besos.
"Ausencia de besos" es lo que vendían en las tiendas: - si ya no recuerda a que huele un beso, compre "Ausencia de besos" - Los tristes besos compraban aquel perfume, y todos coincidían en lo mismo, con aquello no podían sentir lo mismo que con un beso.
Todo había cambiado. Ya ningún niño pedía un beso cuando se caía, porque sabía que la medicina de los besos ya no curaba. En la cartas ya nadie mandaba besos, porque el que los recibía no encontraba la forma de despegar aquel beso escrito en mayúsculas.
Todos los besos expusieron sus quejas.
Los besos de soplar, porque ya nadie los atrapaba al vuelo.
Los besos tomatera, porque ya no surtía el efecto tomate en la mejilla besada.
Los besos de tornillo no encontraban su tuerca perfecta.
Los besos de amistad, se sentían solos.
Los besos de buenas noches, ya no despedían por las noches y los de buenos días, ya no sonreían al despertar.
Entre tanta algarabía de besos gritando, había uno pequeñito que todavía no había opinado. Era un beso perdido, uno de esos besos que piensas darlo pero nunca se da por las más diversas razones, pero casi siempre, por vergüenza.
Y lo que el resto de besos no sabía es que el beso perdido era la solución a todos sus problemas.
Debía encontrar al resto de besos perdidos. Así fue.
El beso perdido fue recogiendo a todos los perdidos que encontraba y entre tanto beso y tantas ganas de besar llegaron sin saber como al castillo del rey Chupetón, que huyó despavorido al ver a tanto beso perdido.
Es por esto, por lo que todos, siempre que nos encontramos un chupetón, nos esforzamos en esconderlo, porque sabemos que todavía lo están buscando y no queremos que nadie lo encuentre.
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