Son varias cosas.
Me desespera no poder asegurar a mis hijas que su padre y yo vamos a estar ahí siempre que nos necesiten, que no vamos a desaparecer y dejarlas solas.
Me desespera pensar que todo lo que soy y lo que tengo, que todos a quienes quiero estamos aquí un ratito y ya está, luego la nada. Lo tengo todo, pero he de perderlo todo. Cómo me gustaría ser creyente en esos momentos.
Y lo peor. Me angustia infinitamente pensar que mis hijas son mortales, que las he traido al mundo para que un día mueran, que cualquiera puede hacerles daño, que no puedo protegerlas de todo. Hasta me siento culpable por ello y me consuelo en la confianza de que cuando puedan razonarlo probablemente se alegren de haber nacido. Y no quiero ni pensar en la posibilidad de que su final pudiera lleguar antes que el mío. Eso no me atrevo siquiera a imaginarlo.
En resumen, que de pronto la muerte se ha hecho presente en mi vida, no puedo evitarlo. Es como si sintiera que he completado una fase de mi ciclo vital y hubiera tomado conciencia de pronto de cómo acaba esta historia.
Al mismo tiempo intento sacar algo positivo de todo esto. Intento ver la vida con más perspectiva, que me afecten menos las cosas pequeñas. Me he hecho el firme propósito de no malgastar mi tiempo, de no hacer daño a nadie innecesariamente, de cuidar de los míos, de llenar mis días de amor.
Sospecho que afrontar la muerte es el mayor reto de la vida. Espero que cuando llegue el momento pueda mirar atrás y estar conforme con la vida que viví.
Gabriel Miró