Creo ser tolerante con las debilidades humanas. Las ajenas, se entiende. De verdad creo serlo. Pero hoy me he cabreado mucho.
No fumo, nunca he fumado activamente pero he "chupado" más humo que un carretero en el trabajo. Durante 8 años no me quejé, y el noveno me quedé embarazada y seguí sin quejarme. Hasta un día que llegué de no haber dormido por un resfriado y una jaqueca horrorosos para los que no podía medicarme y les pedí a mis compañeros que por favor no fumaran. Allí estaba yo, con mi bombo, la nariz como una patata y los ojos rojos. ¿Qué me contestaron? Que si me molestaba el humo me aguantara. Entre ellos estaba una compañera que había dejado de fumar en su embarazo pero le parecía genial echarme su humo en el mío. No os cuento la bronca que siguió porque sería muy largo.
Desde entonces me revienta que me digan que los no fumadores somos intolerantes. Me revienta que se diga que pobrecitos los fumadores porque la ley anti-tabaco les convierte en unos apestados. ¿Apestados? Apestados parecemos los pobres que tenemos hijos pequeños y nos gusta que respiren un poco de oxígeno y no podemos entrar en nigún sitio a tomar un café. Donde yo vivo llueve mucho, y los días de lluvia mi marido, mis hijas y yo parecemos almas en pena debajo de los paraguas o las burbujas de lluvia o dando más vueltas que un tigre enjaulado en los cuatro soportales que hay en nuestro pueblo.
La cosa es que hoy he tenido un incidente en un bar donde -cómo no- se permite fumar. Me había sentado en el único asiento que estaba junto a una puerta corredera abierta a una calle peatonal y me he puesto a darle el pecho a mi hija. Dentro había varias personas fumando. Entonces ha entrado una mujer y ha encendido otro cigarrillo, con la variante de que ésta, además, ha dicho que hacía fresco y ha pedido que cerraran la puerta corredera. A mi entonces me han obligado a elegir entre meterme dentro con mi hija o marcharme. Como la ley lo permite, no se puede discutir. Ya ni siquiera sirve apelar a la educación. La ley protege al fumador, y a mi hija y a mi, que nos vayan dando. Después de un breve intercambio de opiniones en el que la más amable he sido yo, me he ido, sin acabarme el descafeinado, haciendo malabarismos con la niña todavia al pecho y con un cabreo de mucho preocupar, porque nunca habría entrado si la puerta hubiera estado cerrada.
Ya sé que este es un tema polémico y no quiero ofender a los fumadores. Comprendo que están presos de su adicción y que si no son capaces de mirar por su salud mucho menos van a mirar por la de los demás. Mi queja va sobre todo contra los legisladores que hicieron una ley absurda que irrita a todos y no arregla nada, y contra las personas, fumadoras o no, que no tienen educación ni un mínimo de respeto por el prójimo. No creo que una ley pueda a sustituir una cosa que parece anticuada pero es tan esencial como el CIVISMO. Pero es que esta ley encima nos ha dejado peor de lo que estábamos, porque se fuma igual, y encima los ofendidos son los que llenan el aire de m...erda.
Nada más añadir que en el pueblo donde vivo, que yo sepa, sólo hay una cafetería donde no se fume, muy apartada del centro, y que en mi trabajo siguen fumando igual que antes como si tal cosa. Parece ser que nos toca seguir tragando.