Era el año 1974, y yo era un bebé con la incívica costumbre de llorar por las noches: me despertaba, lloraba, tenían que calmarme, me dormía, me volvía a despertar, y así continuamente.
Mi padre llegó a la conclusión que era porque dormía demasiado durante el día, y por eso tenía el “sueño cambiado”; así que todo se solucionaría si conseguían mantenerme despierta todo el día, aunque para ello fuera necesario meterme en la ducha. Sin embargo, contra todo pronóstico, esto no solucionó el problema, y persistí en mi nefasto de vicio.
Después de observarme un poco más, halló la causa del problema: me dormía con el chupete y, cuando me despertaba y lo había perdido, no sabía volverme a dormir. Pero él tenía la solución para que dejara de llorar y despertarlos varias veces durante la noche: sacaron mi cuna al distribuidor del piso y cerraron todas las puertas de alrededor (para molestar lo menos posible a los vecinos), y decidieron dejarme llorar hasta que me calmara. No sé cuánto tiempo lloré, pero al final dejé de hacerlo y me quedé dormida chupándome el dedo. Aparentemente, ésta fue la única secuela del “tratamiento”, que por lo demás fue un éxito porque no volví a despertarlos con mi llanto sin motivo.
Ahora que tengo un hijo con la misma fea costumbre que yo tenía, he estado navegando por la red, buscando soluciones a mi problema (la falta de sueño), que no el suyo (que ya sé que es normal que se despierte, me toque, se coja el pecho y se vuelva a dormir), y me he dado cuenta de que hubo más consecuencias: siempre he sabido que mis padres me quieren, pero nunca lo he sentido así; siempre he sabido que puedo contar con ellos para lo que necesite, pero nunca he podido acudir a ellos.
Cuando sientes que te quieren por cómo te comportes y no sencillamente por ser, sientes que en realidad no te quieren, te conviertes en una farsante que tiene que fingir para merecer el cariño de sus padres… y si ni mis padres me quieren tal cual soy, ¿cómo va a poder hacerlo cualquier otra persona? Probablemente la inseguridad que tengo en mí misma comenzó a crecer aquella noche.
Según he leído, aquella noche también aprendí que no hay nada que yo pueda hacer para cambiar el curso de los acontecimientos: aguantarse y capear el temporal como se pueda. Indefensión aprendida.
Tras años de depresión y varios de terapia, puedo decir que me siento en paz y soy feliz, pero estos días que leo mucho sobre el método Estivill, no puedo dejar de preguntarme cómo sería la mujer que murió cuando lo hizo mi llanto aquella noche.
loula