Mi polluela cumple dos años; y ella y yo cumplimos dos años de lactancia. A nivel nutricional, estoy cumpliendo las recomendaciones de la OMS, pero a nivel emotivo estoy cumpliendo con ella. A nivel emotivo, estos dos años no tienen precio.
Han pasado dos años, que se dice pronto, y en estos dos años ha habido de todo: al principio problemas y obstáculos de todo tipo, pero al cabo de unos meses dimos comienzo a una experiencia mágica y maravillosa que quedará grabada a fuego en mi corazón durante el resto de mi vida.
Siempre recordaré esa mirada tierna y cómplice que intercambiamos, esa manita traviesa rebuscando en mi escote con nocturnidad y alevosía, esa vocecita que últimamente pide su alimento, algunas veces con timidez (¿teti?), otras con urgencia (¡¡¡TETIIIIII!!!).
Este es solo uno de los muchos senderos del camino de la maternidad que me recuerda lo afortunada que soy; recorredlo conmigo si queréis.
Superamos las dificultades.
Empezamos tan mal que pensé que no llegábamos ni a dos meses. Nuestros comienzos fueron dificilísimos: lactancia diferida, luego mixta; no me voy a extender porque ya lo hice en otro momento. Ahora todo eso ha quedado atrás; ya no me enfado porque me hayan dicho que no lo lograría, ahora solo me queda la feliz tranquilidad de haberlo logrado, y la voluntad de disfrutar de esta experiencia.
Seguimos nadando contra corriente.
Aunque la OMS y demás organismos oficiales coincidan en que se debería dar el pecho hasta los 6 meses de forma exclusiva y combinada con otros alimentos durante 2 años como mínimo, parece que más de uno no se ha enterado. En su día, tuve que luchar contra mi antiguo pediatra, que opinaba que la lactancia artificial tenía "exactamente las mismas propiedades" (textual) que la materna, que relactar era una tontería porque "total, a los 6 meses hay que dejarlo para pasar a la leche de continuación" (textual, de nuevo); me tocó escuchar un sinfín de consejos no solicitados sobre las ventajas del biberón; tranquilizar a los que me preguntaban alarmados si el pediatra (el nuevo, el anterior se fue a la porra cuando trató de forzarme a destetar a los 4 meses para darle biberones de cereales) sabía que la niña seguía mamando "a su edad".
(Por cierto, lo que dijo mi pediatra actual el otro día al enterarse de que la niña seguía mamando "a su edad" fue: eso es lo mejor que puedes darle. También hay pediatras como Dios manda, la pena fue no haber encontrado a uno así desde el principio.)
En realidad, lo nuestro no debería considerarse "contra corriente", debería ser lo normal, en el sentido de habitual. Sin embargo, aunque hay que decir que las cosas están cambiando, sigue siendo la opción minoritaria. Por mi parte, es la opción que hemos escogido las dos, y nos sentimos muy felices con ella.
Cumplimos una promesa.
En los "días malos", cuando todavía luchábamos por instaurar una lactancia que se resistía, me prometí a mí misma que si lo lográbamos no destetaría, que dejaría que fuera mi niña la que decidiera cuándo y cómo dejar la teta, que la dejaría seguir adelante para lo bueno y para lo malo.
Dos años después, sigo preguntándome qué puede ser lo "malo" de nuestra lactancia: quizás algún mordisco, algún desvelo nocturno, algún momento embarazoso al bajarme la camiseta en público... pero son minucias comparadas con la tranquilidad, la felicidad y la paz interior que la lactancia nos aporta.
Superamos las críticas.
Al principio, me consideraban una pobre mamá con problemas para dar de mamar; en el peor de los casos, y teniendo en cuenta mi fracaso anterior, una mujer físicamente incapacitada para dar el pecho.
Más adelante, cuando vieron que no me rendía, dejé de ser una desgraciada digna de compasión y lástima para convertirme en una loca fanática que prefería perjudicar a su hija (esto sí que dolía) antes que pasarse a la leche de bote.
A estas alturas, ya no necesito responder a los ataques: no hace falta que les recuerde que estaban todos equivocados, porque a la vista está que mi niña crece sana y fuerte sin necesidad de enriquecer a las productoras de leche infantil.
Seguimos disfrutando del camino.
El camino que nos queda es un camino de rosas; tuvimos la mala suerte de pincharnos con las espinas al principio, pero desde hace mucho tiempo solo olemos el perfume.
Tengo que decir que después de las dificultades iniciales no he vuelto a tener ningún problema: nunca he tenido dolor, ni mastitis, ni infecciones. Algunas lactancias son como un camino con baches, a cada poco hay un sobresalto. La mía fue como saltar un barranco, pero ahora tengo el camino despejado y disfruto de cada metro recorrido.
Cumplimos un sueño.
Al principio, soñaba con una lactancia prolongada, luego hubo una temporada en la que llegar a los dos años me habría parecido, más que un sueño, un milagro. El año fue todo un hito, pero dos años son un triunfo.
Superamos el miedo.
El miedo nos acompañó durante buena parte de este viaje: miedo a dejarla con hambre, a fracasar, a no ser capaz, a tirar la toalla. Ahora ya no hay miedo: para vencerlo, ha sido fundamental el apoyo presencial y virtual que he recibido a lo largo de estos dos años (que quede claro que no todo son críticas), y recuperar la confianza en mí misma y en mi capacidad de alimentar a mi hija.
Seguimos cumpliendo.
Hemos llegado hasta aquí, ahora el límite es el cielo.
Soy consciente de que cada paso que damos nos acerca inevitablemente al destete: no sé si ocurrirá dentro de dos meses o de tres años, por mi parte no le pongo fecha, dejaré que la decida ella. Y cuando eso ocurra, podré decirme de verdad que he cumplido con la lactancia.
(Perdón por el autobombo, pero se lo debía )
Escritora, bloguera, traductora, y un montón de cosas más...
Mi blog: El mundo de Kim