Existe una diferencia muy sutil entre un problema de sueño y un trastorno del sueño. A menudo, se tiende a considerar un trastorno lo que en realidad es un problema.
Un problema de sueño es una insatisfacción (a veces del propio niño, más frecuentemente de los padres o del entorno) con los patrones de sueño que el niño presenta, mientras que los trastornos suponen una alteración de una función fisiológica que controla el sueño. En otras palabras, a veces se tiende a confundir un problema de sueño con un trastorno cuando en realidad se trata simplemente de un patrón de sueño que no responde a las expectativas externas.
En cambio, los trastornos del sueño son una anomalía que afecta al patrón de sueño. Son más comunes en niños que en adultos, porque el sueño profundo es más profundo en el caso de los niños y se regula con la edad, por tanto los más pequeños son más propensos a presentar este tipo de trastornos. Por lo general, suelen desaparecer espontáneamente con la edad y en la mayoría de los casos no precisan tratamiento.
A continuación veremos cuáles son los trastornos del sueño más frecuentes, por qué se producen y qué podemos hacer al respecto.
Pesadillas
Las pesadillas son quizás el trastorno de sueño más común y frecuente: la práctica totalidad de los niños tiene, o ha tenido, alguna.
Se definen comúnmente como “un mal sueño”, una experiencia angustiosa (aunque imaginaria) que causa mucho miedo en el niño y le provoca un despertar completo.
La edad a la que puedan empezar es incierta: algunas fuentes indican que es improbable, por no decir imposible, que los bebés puedan tenerlas, y atribuyen el sueño agitado, los movimientos, los pataleos y los gemidos a un mecanismo de control de las fases de sueño que a esa edad todavía es imperfecto. Ciertamente, es más fácil detectarlas en niños algo más mayores, cuya capacidad de lenguaje es suficientemente amplia para poderlas describir.
Por lo general, los sueños son el mecanismo del que todos (niños y adultos) disponemos para procesar las emociones y experiencias vividas. Lo mismo ocurre con las pesadillas: muchas veces son la respuesta inconsciente a alguna situación de estrés, a un miedo inexpresado, una experiencia violenta que el niño ha vivido o presenciado, un cambio inesperado o alguna rutina nueva que pueda haberle desestabilizado.
A pesar de ser consideradas un trastorno del sueño, en realidad las pesadillas no constituyen un problema. Se estima que 1 de cada 4 niños en edad preescolar (entre 3 y 5 años) tiene, en media, una pesadilla a la semana.
Si las pesadillas son recurrentes o no remiten con la edad, es recomendable consultar con un psicólogo para descartar que se deban a un trauma o problema emocional.
Las pesadillas ocurren en fase REM, es decir en la segunda mitad de la noche, cuando el sueño es más ligero.
Es frecuente que el niño se despierte del todo y parezca desorientado. Además, antes de los 5 años es difícil que consiga distinguir entre sueño y realidad. Para él, lo que ha vivido en sueños es muy real. En ese caso, decirles “eso no es nada” o “solo ha sido un sueño” no servirá para tranquilizarle. Si por ejemplo, ha soñado que le perseguía un fantasma, probablemente no conseguiremos calmarle si nos limitamos a explicarle que ha sido producto de su imaginación y solo se tranquilizará si inspeccionamos con él la habitación (o la casa entera) en busca de fantasmas y demás seres sobrenaturales.
Generalmente, es recomendable tranquilizarle y solo después analizar con él lo ocurrido e intentar explicárselo.
En realidad no existen técnicas para evitar la aparición de pesadillas; en caso de pesadillas recurrentes, o si el niño tiene miedo a ir a la cama por si tiene un mal sueño, se puede establecer con él un ritual (un hechizo anti-monstruos, un repelente para fantasmas, pactar un final alternativo y feliz para la pesadilla, etc.).
Terrores nocturnos
Los terrores nocturnos no son resultado de ningún trauma ni alteración psicológica o psiquiátrica y en realidad son completamente inofensivos para el niño.
En cambio, para los padres, pueden parecer alarmantes: la sensación que dan es que el niño esté teniendo una rabieta en plena noche: se agita, llora, grita, suda, rechaza el contacto físico, puede llegar a sentarse, ponerse de rodillas o de pie y en casos extremos autolesionarse.
Los terrores nocturnos pueden aparecer a partir de los 6 meses de edad, especialmente en el caso de bebés de alta demanda, aunque son más frecuentes entre los 2 y los 4 años. Desaparecen, como muy tarde, durante la adolescencia.
Se producen en la primera parte de la noche, cuando el sueño es más profundo. En realidad, surgen en la fase de transición de sueño profundo a sueño más ligero. En parte, por tanto, se puede decir que se producen de forma natural, como resultado del proceso evolutivo, aunque algunos factores pueden influir en su aparición o aumentar la frecuencia e intensidad de los episodios: entre ellos, ansiedad a la hora de irse a dormir (angustia de separación), o bien haber mantenido una actividad muy intensa durante el día, el cansancio físico excesivo a la hora de acostarse, fiebre o medicamentos que influyan en el sistema nervioso central.
Se dice que son inocuos e inofensivos para el niño, pues al tener lugar durante la fase de sueño profundo el niño no recordará nada al día siguiente; incluso si se le despierta, o llega a despertarse, tras un breve momento de desorientación volverá a conciliar el sueño en breve. Por otra parte, constituyen un episodio angustioso (por lo menos, para los padres), y no olvidemos que es posible que el niño se lesione.
¿Qué se puede hacer al respecto? Ante todo, más vale prevenir que curar. Si sospechamos que los terrores nocturnos pueden deberse a un exceso de cansancio físico, sería oportuno intentar que vaya a dormir más relajado, ofreciéndole actividades que no agoten sus fuerzas, evitando acortar o suprimir la siesta antes de tiempo, si es necesario atrasar el horario de la siesta o alargar su duración.
Si se producen, es recomendable no cogerles en brazos si rechazan el contacto físico. En ocasiones, es suficiente quedarnos a su lado para tranquilizarlos si se despiertan, impidiendo en todo caso que lleguen a hacerse daño. Supongo que no será necesario decir que jamás se debe culpar o ridiculizar al niño por este motivo.
Todas las fuentes que he consultado coinciden en que es preferible no despertar al niño mientras dura el episodio, pues de este modo se rompería el ciclo de sueño e incluso podría llegar a asustarse; sin embargo, algunos recomiendan los despertares programados. Se trata de anotar, durante un tiempo, la hora a la que se ha dormido el niño y las horas en las que tienen lugar los terrores nocturnos, con el objetivo de establecer un patrón. Una vez establecido, se trata de despertar completamente al niño con unos 15 minutos de antelación. En cuanto se vuelva a dormir, no tendrá más episodios durante esa noche. Hay que tener en cuenta que se debería recurrir a esta técnica únicamente en casos extremos, si el niño se lesiona o bien si los terrores nocturnos son muy acusados, frecuentes, intensos o persistentes.
Sonambulismo
Se estima que entre el 10% y el 30% de los niños padece alguna forma de sonambulismo. Si contamos también los que lo padecen en forma leve (agitarse o moverse en sueños o hablar dormidos – somniloquia), el porcentaje es mucho mayor. En la mayoría de los casos, el sonambulismo desaparece con la edad (la proporción de adultos sonámbulos es inferior al 1%).
El sonambulismo puede ser incompleto (el niño habla, se sienta, se incorpora en la cama o incluso se levanta pero acto seguido vuelve a tumbarse) o completo (el niño se levanta y empieza a deambular por la casa o a hacer algún tipo de actividad).
En muchos casos, el sonambulismo tiene una componente hereditaria, pues es más frecuente que un niño sea sonámbulo si sus padres también lo han sido durante la infancia. Algunos científicos lo atribuyen a una inmadurez del sistema neurológico, más concretamente a un desorden del sistema neurálgico de alerta.
Como en el caso de los terrores nocturnos, suele producirse en el pasaje de una fase de sueño más profundo a otra de sueño más ligero.
Todos hemos oído, en algún momento, alguna historia de terror sobre los sonámbulos, pero las manifestaciones agresivas son desconocidas en los casos de sonambulismo infantil. Los episodios pueden durar desde pocos minutos a un par de horas, pero a diferencia de las pesadillas y los terrores nocturnos, el niño no siempre está angustiado: en ocasiones puede llorar o gritar, pero a veces simplemente irá a la bañera a darse un baño, o a la cocina a coger un paquete de galletas. Si se le habla, puede contestar, aunque no siempre de forma coherente; generalmente mantiene los ojos abiertos aunque al estar dormido no percibe los obstáculos y si se encuentra con uno tiende a tantearlo.
Se puede intentar prevenir actuando como con los terrores nocturnos, tratando de evitar o por lo menos limitar, en la medida de lo posible, un exceso de cansancio físico a la hora de acostarse.
Si se produce un episodio, lo más recomendable es intentar reconducir al niño hasta la cama lo antes posible; suele llorar si se le intenta coger en brazos, en ese caso podemos intentar llevarle de la mano o ponernos detrás de él empujándole suavemente por los hombros. En todo caso, es bueno acompañarle para vigilarle y evitar que se haga daño. No es recomendable colocar vallas, rejas y demás sistemas de contención para impedir que salga de la cama, pues el niño puede sentirse atrapado y autolesionarse intentando escapar; en cambio, es aconsejable cerrar la puerta de casa con llave, impedir la apertura de ventanas, limitar el acceso a patios y terrazas y apartar, en la medida de lo posible, los muebles y demás objetos con los que pueda tropezar.
Es mejor intentar no despertarle, no por la leyenda urbana según la cual les puede dar un ataque al corazón, sino porque si eso ocurre, el niño se despertará muy asustado y desorientado. Si se despierta, la mejor fórmula es cogerle en brazos y llevarle a la cama, cuando esté más tranquilo intentar explicarle lo que ha pasado.
En ocasiones, si mientras deambula se tumba o se queda en posición horizontal, seguirá durmiendo tranquilamente como si nada hubiera pasado: puede quedarse dormido en el suelo, en el sofá o en los lugares más impredecibles; si eso ocurre, al tratarse de una fase de aligeramiento del sueño, es mejor esperar algunos minutos antes de llevarle de vuelta a la cama para evitar que se despierte.
Información de referencia y fuentes utilizadas:
http://neurologia.rediris.es/congreso-1 ... son-1.html
http://www.cuidadoinfantil.net/las-pesa ... tiles.html
http://www.guiainfantil.com/1064/temore ... adres.html
http://www.guiainfantil.com/sueno/problemas.htm
http://www.bebesymas.com/salud-infantil ... r-nocturno
http://www.bebesaltademanda.com/index.p ... &Itemid=60
http://www.unomasenlafamilia.com/459/pe ... urnos.html
http://www.bebesymas.com/desarrollo/los ... pesadillas
http://www.psicologoescolar.com/ORIENTA ... ambulo.htm
http://www.cuidadoinfantil.net/que-caus ... antil.html