SUPERAR LA AGRESIVIDAD
"El niño que empuja, que pega o muerde está buscando su lugar, reclamando la presencia materna que le procura confort y seguridad. Esa muestra de impotencia e insatisfacción nos está diciendo que algo en nuestra actitud tiene que cambiar".
Los seres humanos atravesamos el período de gestación dentro del útero de nuestra madre en perfecta armonía, obteniendo todo aquello que necesitamos: alimento permanente, contacto corporal permanente, movimiento permanente y ritmo permanente. Cuando nacemos, esperamos encontrarnos con ese mismo nivel de confort. Por eso, el mejor lugar para estar-cuando somos bebés- es en brazos de nuestra madre o de alguna otra persona maternante. Siempre. Tanto de día como de noche. Si no estamos protegidos por el cuerpo materno, la vivencia es de peligro, de hostilidad, de sufrimiento, de soledad y de dolor.
Tal y como vivimos en la actualidad, difícilmente hoy un niño encuentra confort permanente en brazos de su madre. Generalmente, los niños esperan largas horas en sus cunas, sus cochecitos o sus sillitas, reclamando presencia, llorando o pidiendo desesperadamente ser cogidos en brazos, lo que sucede menos de lo esperado. ¿Esta situación implica una violencia terrible contra los bebés? A ojos de los adultos, no. Es lo normal. Incluso creemos que hacemos lo adecuado. Pero desde la óptica del niño, que no puede resolver absolutamente nada sin la presencia de un adulto, ésta suele ser una vivencia habitual de impotencia e insatisfacción. Por lo tanto, va a reaccionar. ¿Cómo lo hará? Eso depende de su personalidad.
UNA SÚPLICA DISFRAZADA
En estas circunstancias, algunos niños reaccionan con agresividad. ¿Es eso normal? En realidad, lo que no ha sido normal para ellos es el abandono físico o emocional al que han sido sometidos. Por lo tanto, podemos decir que la reacción para obtener de alguna manera "eso" que necesitan es "saludable", porque el bebé "sabe" que necesita presencia y la "pide" activamente.
En principio, cuando un bebé pequeño -incluso aquel que aún no gatea- muerde a otro bebé que tiene cerca, ha llegado el momento de relacionar esta reacción con la falta de presencia y disponibilidad materna. Es como un grito desesperado del niño, que necesita algo que no ha obtenido. Lamentablemente, con frecuencia justificamos que muerde porque "le duelen los dientes" o "porque es niño". Estas interpretaciones lo dejan aún más solo, porque nadie se está tomando el trabajo de averiguar qué es lo que ese niño está intentando decirnos.
Si no tomamos en cuenta lo que manifiesta, lógicamente, a medida que vaya creciendo, el niño va a insistir en actuar según esa modalidad de llamada. Va a pegar a otro niño, luego a más niños, pegará a sus hermanos, sobre todo si aparece otro bebé en casa. En ese punto, será tildado de "malo", "peleador" o "agresivo", y las discusiones girarán en torno a si es "normal" "no es normal". para su edad que pegue o que muerda o que escupa. Pero resulta que ésa no es la discusión. mientras el niño siga reaccionando con agresividad, eso querrá decir que ni antes ni ahora está logrando recibir el nivel de confort emocional que necesita.
Las cosas se complican porque a medida que el niño va creciendo va forjando su personalidad. Poco a poco va comprendiendo que es visto, nombrado, considerado..." el niño terrible que pega". Ergo, para ser sí mismo se dedicará a pegar cada vez más fuerte, sin importarle cuántos castigos o penitencias reciba en consecuencia. Y para colmo, los adultos nos pondremos de acuerdo en que todo lo que hace ese niño está muy mal. Padres, maestros, profesores, logopedas, pedagogos y psicólogos pensaremos lo mismo: que ese niño necesita límites poque es más agresivo de "lo normal".
Lamento concluir que no hay "límites" que puedan hacer sentir a ese niño que es amado y comprendido. Quizás a esa altura ya tiene seis años, o siete u ocho o nueve... poco importa. Ya nadie está evaluando que necesita más tiempo de brazos, más contacto corporal, más tiempo disponible para dormir con sus padres, o más tiempo de juego bajo la mirada atenta de los adultos, que lo observan sólo a él. Diremos que ya es "demasiado mayor" para reclamar brazos, o un mimo o una caricia. Pero, en verdad, lo hemos tratado como "demasiado mayor" desde el día en que nació. Y mucho más si se constituyó en el primogénito de la familia.
REINTERPRETAR SU ACTITUD
¿Qué podemos hacer? En primer lugar, no encasillemos a los niños en roles como el de "agresivo", "terrible", "cabeza dura" o lo que sea. En segundo lugar, intentemos rebobinar las escenas como si nuestra vida fuera un película y pudiéramos revisar qué ha sucedido antes: hace una hora, hace un día, una semana, hace un mes, hace un año... Y mientras lo hacemos, tratemos de detectar qué demandas nos ha formulado el niño, demandas que nosotros no fuimos capaces de escuchar o comprender. Ese ejercicio nos va a tranquilizar, porque reconoceremos que el niño no tiene que cambiar sus actitudes, sino que somos nosotros, los adultos, quienes tenemos mucho que modificar.
Sepamos que si el niño se encuentra con adultos que lo miran más a menudo sin juzgarlo, que le ofrecen más disponibilidad sin pedirle nada a cambio, simplemente se va a relajar, registrando que no va a tener que hacerse un lugar en el mundo a fuerza de golpes.
Y por último, intentemos preguntar al niño qué le gustaría que hiciéramos por él. Seguramente nos sorprenderá con sus respuestas. Nos va a solicitar algo muy sencillo, como que nos quedemos un rato mirando la tele a su lado.
PROPUESTAS MÁS ALLÁ DEL "NO"
Cuando vemos que nuestro hijo está a punto de pegar a otro niño automáticamente gritamos "¡No¡", ¡"Eso no se hace!". Sin embargo, bastará que desviemos la mirada para que lo intente de nuevo. ¿Hay algo que de mejores resultados? Sí.
De entrada, acerquémonos y averigüemos qué sucede, por ejemplo diciéndole. "¿Te gusta el juguete que tiene Sofía en sus manos?", o bien "¿Quieres jugar con Xabier y no sabes cómo acercarte?", o también "Creo que quieres darle un abrazo a Emilia; espera que yo te ayudo".
Para el niño, pegar puede significar acercarse, acudir, ir hacia el otro, entrar en contacto, relacionarse... es decir, que lo hace con buenas intenciones. Si gritamos "no", el niño se desorienta. La mejor opción es ayudarlo a concretar el acercamiento sin lastimar al otro.
LA VIOLENCIA DE NUESTRAS PALABRAS
Es evidente que si los adultos maltratamos a os niños, por imitación, ellos harán los mismo. El problema es que a veces no tenemos registro del nivel de agresividad que podemos llegar a manejar verbalmente.
Las palabras duras que utilizamos, los enfados por falta de paciencia, por falta de tiempo, o por los motivos que sea, pueden parecer nimiedades a nuestros oídos, y sin embargo, herir a los niños pequeños más que las puntas de los cuchillos. Si verdaderamente creemos que por no pegar a los niños no somos agresivos, tendremos que prestar mayor atención al modo en que nos relacionamos con ellos.
El desprecio, la humillación, no dar importancia a lo que les pasa, desmerecer sus dolores o sus miedos o sus fobias, pude ser más violento que la peor paliza. Tengamos el coraje de revisar nuestras descargas y reconozcamos las heridas que dejan.