Armando, vía Bebés y más:
http://www.bebesymas.com/consejos/como- ... al-colegio
Ayer miles de niños de toda España empezaron el colegio. Algunos volvieron porque el año pasado ya fueron y otros se estrenaron, porque empiezan preescolar. Muchos de ellos entraron corriendo, alegres y contentos por volver a ver a sus amigos y muchos otros entraron pegados a mamá o papá, sin querer soltarse y llorando al ver que tenían que separarse.
Como ya hemos dicho en otras ocasiones, los grandes cambios son difíciles de gestionar para cualquier persona. Los niños, que también son personas y que cuentan con menos herramientas para adaptarse a ellos, sufren todavía más las consecuencias de dichos cambios. Por esta razón las guarderías y los colegios hacen el llamado “periodo de adaptación”, que en ocasiones no es lo suficientemente progresivo ya que, pese a aligerar un poco el shock que supondría pasar de estar las 24 horas en casa a pasar 8 ó 10 horas fuera, por poco tiempo que sea, estar sin mamá es mucho cambio.
Lo ideal sería que mamá (o la persona que lleva al niño al cole) pudiera quedarse los primeros días un ratito (o mucho ratito), para que el proceso fuera paulatino y la adaptación poco forzosa, pero los horarios laborales son difíciles de compaginar con una adaptación de varios días y, aunque lo fueran, son pocos los centros que aceptan que mamá o papá entre con el niño porque consideran que “aún es peor”.
Tomando esto como base, vamos a tratar de explicar cómo ayudar a los niños a que la adaptación al colegio sea la mejor posible, con la ayuda del juego simbólico.
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El juego simbólico
El juego simbólico se define como aquel juego que un niño realiza con la intención de representar algo que haría en otro momento o que hacen otras personas. Sería, por ejemplo, jugar a tomar el té, tumbarse en el suelo para jugar a dormir o hacer que los muñecos hablen entre ellos.
Se diferencia del juego de ejercicio, que sería el que un niño lleva a cabo cuando juega con encajables o cuando golpea una madera con un martillo, en que en el juego simbólico se crea una representación mental basada en la experiencia vivida u observada en la que el niño repite situaciones por puro divertimento (aunque como medio para aprender a vivir, ya que es como “jugar a vivir”).
Pues bien, de igual modo que el juego simbólico les sirve a los niños para repetir jugando las cosas que observa o hace, nosotros, como padres, podemos utilizarlo para representar aquello que todavía no ha visto o vivido, creando situaciones similares a las que vivirá para que, el día que llegue dicha realidad, cree asociaciones con el juego ya vivido.
El año pasado, cuando mi hijo Jon estaba a punto de entrar en el colegio trabajamos mucho con esta técnica y, la verdad, considero que fue todo un éxito (es cierto que no podemos comparar con nada, pues no sabemos cuál habría sido la reacción de nuestro hijo de no haber jugado con él previamente, pero también es cierto que estuvimos jugando varios días a ello, incluso cuando ya había empezado el colegio, por decisión suya).
Cómo hacerlo
Puede hacerse de varias maneras. Una de ellas sería haciéndonos pasar por niños o profesores, “jugando a ser” y haciendo que nuestro hijo sea un alumno, sin embargo vernos vestidos de profes, hablándoles diferente y tratándoles diferente (“¿qué hace mamá diciendo que es la señorita?”) puede crear un poco de desconcierto.
Otra manera, que fue la que nosotros utilizamos y que funcionó de maravilla, pues puedes disponer de muchos personajes, es utilizar muñecos y otorgarles un rol a cada uno de ellos para que interactúen.
En nuestro caso, contamos con una revista de “Les Tres Bessones” (Las tres mellizas) que teníamos por casa y que nos fue genial porque tenía un dibujo a doble cara de una clase.
Pusimos la revista apoyada en la pared, que nos sirvió de fondo y utilizamos los personajes para la acción. Leo era Jon, Peter pan era papá, Mamá era Campanilla y Heidi era Sara, la profesora.
El hilo argumental
Una vez definidos los personajes empezamos a jugar con ellos. Peter Pan, Campanilla y Leo llegaban al cole juntos y acompañaban al niño hasta una fila de niños (compuesta por Ratatoille, Quincy, Messi, June, Lilo,...) donde se despedían de él:
-Bueno cariño, te dejo la mochila con el desayuno y la servilleta, que está dentro. Un beso. Ahora me voy a casa para hacer la comida y tú te quedas un rato jugando con los niños y con Sara, ¿vale? Dentro de un rato vendré a buscarte – decía mamá.
-Un besito. Yo me voy a trabajar. Pásalo muy bien y juega mucho. Luego viene mamá a buscarte y por la tarde vendré también yo – decía papá.
Entonces cogíamos a Leo (Jon) y decíamos “Adiós papá, adiós mamá. Luego nos vemos” y papá y mamá desaparecían de la escena. En ese momento entraba en acción Sara:
-¡Buenos días, niños! ¡Vamos adentro a la clase! ¡Venga, nos quitamos las mochilas y las colgamos! ¡Sacad las batas y nos las vamos poniendo!
Y así íbamos emulando lo que creíamos que podía ir sucediendo en clase un día cualquiera. Jon alucinaba mirando nuestra representación. Íbamos a buscarle para ir a casa comer, jugaba un rato en casa y luego volvía de nuevo al cole. Finalmente, después de pasar la tarde, lo recogíamos en el cole y todos juntos nos íbamos a casa.
El resultado
El resultado fue que Jon fue al colegio conociendo en cierto modo algunas de las cosas que iban a suceder y quizás fuera esta la razón de que no llorara más que un poco a la salida del primer día y de que entrara todos los días diciendo “Adiós papá, adiós mamá”, mientras otros muchos niños trataban de alargar la separación aunque sólo fuera unos segundos.
El juego le gustó tanto y le debió resultar tan productivo que él mismo nos pedía jugar a ello cuando volvía por la tarde. De este modo él mismo nos enseñaba lo que había pasado ese día y así nos enterábamos (indirectamente) de aquello que ni él ni nadie nos había contado mediante el diálogo directo.
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