Ya tienes un hijo. Tienes un hijo y te quedas embarazada. La prueba de embarazo te dice que si, que esperas una nueva vida, un nuevo ser. Y de repente, no sientes toda la alegría que creías que ibas a sentir a pesar de que es un embarazo muy deseado. Y tienes muchas dudas, y miras a tu hijo, a ese que ya tienes durmiendo en su cama y te entra mucha melancolía, ganas de llorar… y lo ves de repente grande, mayor, y piensas que se te acaba la exclusividad con ese ser al que tanto amas. Y crees que va a ser imposible querer a nadie igual que a él.
En estos sentimientos nos vemos reflejadas muchas madres ante la inminente llegada de un nuevo hijo, sentimientos legítimos y que vamos gestionando a lo largo de los días, de los meses.
Durante el embarazo, día a día, un hilo transparente, otro cordón umbilical, va uniendo a tus retoños mediante explicaciones, caricias, vivencias, dibujos, ecografías, pataditas, y a medida que va creciendo la barriga, crece también la ilusión familiar. Las últimas semanas de embarazo suelen ser un poco contradictorias en cuanto a sentimientos maternos, por una parte tenemos mucha ilusión por ver a nuestro bebé y por otra queremos disfrutar a tope de los últimos momentos de exclusividad con nuestro hijo, ya nada será igual (quizás mucho mejor), pero se avecina un cambio, y un cambio siempre es incertidumbre.
Pensamos en que vamos a tener que atender al bebé y que no vamos a poder estar por el mayor, y ahí mismo ya empiezan los sentimientos de culpabilidad antes si quiera de que llegue la situación. Todas sabemos que hay pros y contras, que es imposible criarlos igual porque tú ya no eres igual, porque tu entorno no es igual. El mayor va a dejar de ser el único en el regazo de la familia, pero el que está por llegar nunca conocerá ser el único. Lo bueno es que ambos ganan un hermano maravilloso.
Un buen día llega el bebé, y ya no piensas sólo en ese bebé que acaba de llegar al mundo, piensas también en el mayor, en su reacción, en abrazarlos a los dos a la vez, en que se conozcan, que se quieran, en completar la familia.
Y tu hijo, el que era único, de repente es muy mayor al lado de ese bebé.
Ahora hay modas que sugieren comprar un regalo con antelación al hermano mayor y dárselo de parte del bebé en el momento que lo conoce. Mi experiencia me ha demostrado que ningún regalo le hubiera hecho más ilusión a mi hijo que su hermana. SI hemos compartido el embarazo, la ilusión, y la felicidad por un nuevo bebé en la familia, el hermano mayor se contagia de todo eso y forma parte de la bienvenida del bebé con naturalidad y alegría.
Pero a veces el hermano mayor no sabe qué se espera de él. No sabe cómo tiene que reaccionar, ni cuál es su nuevo papel. Todos en la familia sufrimos un nuevo reajuste, y al hermano mayor debemos guiarle para que encuentre su lugar, el que le corresponde por derecho y en el que él se sienta bien y cómodo.
De repente nos encontramos con un bebé que demanda alimento y brazos constantemente (por muy bueno que sea) y con un niño al que no le puedes decir constantemente “espera”, “ahora no puedo”, “después”, “un momento”… y la mamá con las hormonas revolucionadas después del parto y teniendo la sensación de que no atiendes bien a ninguno de los dos.
Nada más lejos de la realidad. Es un momento de reajuste, probablemente el momento de dar el do de pecho. El papá tiene un papel crucial en estos días. Él puede hacer de puente entre el hijo mayor y el tándem mamá – bebé. Atender al mayor cuando la mamá no pueda y él no reclame a la mamá es la mejor ayuda que puede ofrecer. Es importante estar al lado del hijo mayor cuando nos pida algo, y sopesar si realmente no podemos satisfacer su petición, a pesar de que muy probablemente aumentará la demanda de mamá. Si podemos estar con él, por supuesto, debemos hacerlo. Para sentirnos más libres los portabebés son ideales, el bebé sabe que está con nosotros, está tranquilo, puede dormir e incluso le podemos dar el pecho, y además nos quedan 2 manos libres para estar con el mayor.
Cuando no podemos hacer lo que nos pide, vale la pena intentar proponer otra actividad alternativa que sí podemos realizar mientras alimentamos al pequeño o intentamos dormirlo; por ejemplo hacer puzles, contar un cuento, hacer un dibujo, jugar al dominó, al memory, al veo veo… nos sorprenderá ver como más de una vez accederá a cambiar de actividad con el fin de simplemente estar juntos.
Tiene que comprobar que aún estamos por él, que sigue siendo nuestro retoño.
De esta manera, reducimos la cantidad de veces que le negamos la oportunidad de hacer algo juntos, y seguramente aceptará mejor las veces que imprescindiblemente no podemos realizar alguna actividad con él.
Con el tiempo, unos días o pocos meses, dejan de demandar tanto a la mamá, y después de reajustarnos todos, cada uno va encontrando su lugar. El hijo mayor ha comprobado que sigue habiendo sitio, lugar, espacio y tiempo para él en la vida de esta familia a pesar de la llegada del bebé, y que, además, sus padres tienen en cuenta sus peticiones igual que las de su hermano o hermana, aunque el bebé no sabe esperar y él poco a poco va aprendiendo.
Es muy posible que el mayor quiera hacer cosas de bebé, para comprobar que sigue siendo (metafóricamente) nuestro bebé. Debemos, por ejemplo, dejar que pruebe la leche que alimenta al pequeño (lo más probable es que no le guste), pero lo tiene que comprobar por sí mismo. Dejarle jugar con los juguetes del pequeño, dejarle caer en nuestro regazo a oscuras para cantarle una nana o besarle hasta que se duerma, son prácticas que harán que él se encuentre más cercano a nosotras y nosotras reconfortaremos nuestro corazón y sentimientos hacia él.
Está bien implicarles en la crianza de su hermano, pero sólo en lo que ellos quieran hacer de buena gana. Son niños y no son responsables de un bebé pequeño, no debemos dejarles caer un peso tan grande sobre sus hombros. Es bonito que ayuden a bañar al peque, pero si resulta que no pueden ponerles el agua por el pelo por si cae en los ojos, si no pueden salpicar y encima el bebé se ha puesto a llorar, lo más lógico es que a él no le parezca divertido y no quiera bañarlo; si nuestra reacción es enfadarnos con el mayor porque no se implica, estamos equivocados.
Debemos respetar y que colabore con lo que se sienta cómodo, probablemente llevar los pañales sucios a la basura tampoco le haga gracia. Seguramente el baño será mucho más ameno para todos en el momento en el que podamos meter a los 2 juntos en la bañera. El mayor entretiene al pequeño jugando con los juguetes y con el agua, el pequeño ríe y el mayor se siente útil y MAYOR de verdad. Poco a poco se irán conociendo y compartiendo momentos que les unirán aún más.
Recuerdo una tarde - noche, estaba yo sola en casa con los 2. Intentaba dormir a la pequeña, pero estaba un poco incómoda y no se acababa de dormir tranquilamente. Desde la habitación, a oscuras, vi como mi hijo mayor iba solo al baño, se quitaba la ropa y se ponía el pijama. Se asomó en silencio a mi habitación, me sonrió y volvió al comedor a esperar pacientemente a que acabara de dormir a su hermana. Me emocioné mucho al ver lo mayor que se había hecho, lo respetuoso que estaba siendo conmigo y con su hermana, pero también me di cuenta de lo solo que estaba en ese momento. Sólo son pequeños momentos, pero me invadió una tristeza extraña. Esa noche, al salir de la habitación, me recibió con un dibujo precioso, un beso y un abrazo.
Los hermanos mayores pueden ser generosos si reciben, pueden ser pacientes si les hacemos esperar sólo cuando es necesario de verdad, pueden ser cariñosos si tienen cariño, pueden ser comprensivos si nos ponemos en su lugar y sólo pueden llegar a ser mayores si les hemos dejado ser pequeños.