“El niño pequeño a cuyo llanto se responde ahora, más adelante será el niño lo bastante confiado para demostrar su independencia y su curiosidad. Pero el niño al que se deja llorar puede desarrollar cierto sentido de aislamiento y desconfianza y puede volverse introvertido, apartándose del mundo que no responde a su llanto. Y más adelante en su vida, ese niño puede seguir enfrentándose al stress tratando de desconectarse de la realidad.
Algunos incluso han llegado a afirmar:-Déjelo que llore para que no se mal acostumbre, que el llanto es bueno para los pulmones. Yo les digo, si el llanto es bueno para los pulmones, ¡entonces el sangrado es bueno para las venas!”
Dr. Lee Salk
(Director de Psicología pediátrica del Centro Médico del Hospital Cornell, de Nueva York)
Llega la noche y en algunos hogares empieza la pesadilla para los padres y los hijos. Son muchos los que eligen dejarlos llorar sin pensar en las consecuencias que puede tener a corto y a largo plazo. Muchas veces es la falta de información, el pensar que se hace por el bien del hijo, porque tiene que dormir más. Otras es la presión social, nos dejamos llevar por consejos como “déjalo llorar así dormirá mejor”, “dos noches llorando y mano de santo” y viendo como noche tras noche nuestro hijo no duerme y sus despertares son continuos, al final lo dejamos llorar sólo para que aprenda a dormir.
Pero no nos engañemos, esta solución sólo implica beneficios para los padres porque pueden dormir como antes de tener a los hijos. Es un descanso para ellos.
Y entonces, ¿por qué terminan aprendiendo a dormir solos?
Pues básicamente porque aprenden que su llanto no va a ser atendido. Y después de días y días llorando desconsoladamente solo en su habitación se da cuenta que no sirve para nada y se resigna.
Pero ¿qué ocurre en su cerebro? ¿Cómo lo vive en su interior?
Cuando el niño llora intensa y desesperadamente, el sistema de alarma de su cuerpo, el sistema nervioso autónomo (que sigue madurando después del nacimiento) queda muy descompensado. Mientras dura la congoja la parte de alarma (o simpática) de este sistema se muestra hiperactiva, y la rama tranquila y sosegadamente (o parasimpática), hipoactiva. Esto significa que el cuerpo del niño está dispuesto a la acción, “luchar” o “huir”, a la vez que secreta altos niveles de adrenalina. El ritmo cardíaco se acelera, la presión sanguínea aumenta, se estimula la sudoración, los músculos se tensan, la respiración se acelera y el apetito disminuye. Mientras que dura esta congoja el nivel de cortisol está muy alto. Si en ese momento consolamos a nuestro bebé el nivel de cortisol inmediatamente bajaría, si no lo consolamos el nivel de cortisol aumentaría lo que a largo plazo podría alcanzar concentraciones tóxicas capaces de dañar las estructuras y sistemas cruciales del cerebro infantil en desarrollo. El cortisol es una sustancia química de acción lenta, que puede permanecer en el cerebro durante horas en un alto nivel de concentración.
En definitiva, el bebé se duerme de puro chute de sustancias. Su cuerpo no puede aguantar el estrés y cae rendido al no ser consolado.
Hay que ser realistas. Tener un hijo es una responsabilidad tremenda. Es un ser indefenso que ha estado 9 meses en un ambiente protegido. Allí ha comido y ha dormido a demanda. Cuando nace, todavía no está preparado para ser independiente. Necesita que lo alimentemos, necesita calor, necesita protección, necesita que lo ayudemos a encontrar la calma, y eso no se logra dejándolo llorar.
Nosotros como padres tenemos la obligación de proporcionar todo lo que nuestro hijo necesita, tenemos que estar seguros de nuestras acciones porque nuestra seguridad le proporcionará tranquilidad. Si nosotros estamos contentos, si les demostramos tiempo y paciencia, nuestros hijos sienten que sus necesidades son satisfechas y van construyendo una personalidad segura e independiente.
Los niños ya nacen sabiendo dormir, lo que ocurre es que su sueño no se corresponde con las expectativas que teníamos o que nos habían dicho, y al llegar a casa y darnos cuenta de la realidad nos agobiamos y pensamos que hay un problema. Pero no, el bebé no tiene ningún problema, el problema lo hacemos nosotros. Si respetamos su evolución el niño tarde o temprano dormirá más horas.
Esto no se ajusta a lo que nos suelen decir. Solemos escuchar tanto de conocidos como de pediatras y enfermeros que a los 6 meses deben dormir de tirón y solos en su habitación. Todo lo demás es por culpa nuestra, porque los hemos acostumbrado mal. Incluso algunos llegan a decir “déjalo durante unos días llorar y ya verás cómo se aprenderá a dormirse solo”. Pocas son las voces que nos aconsejan seguir nuestro instinto de no dejarlos llorar, de alimentarlos cuando nos piden, de darles compañía cuando la necesitan. Y pocos son los que nos explican que el sueño de los niños es evolutivo, que como el caminar unos aprenden antes y otros después. Que son muchos los factores que hacen que se despierten (crisis de angustia de separación, erupción de dientes, adquisición de nuevas habilidades, retorno de la madre al trabajo…) y que, nuestra disposición a estos despertares puede ayudar mucho.
Si aceptamos que los bebés no duermen como nosotros, quizás dejemos de considerar sus despertares como un fracaso nuestro como padres.
La investigación de las pautas de sueño de los bebés y los niños pequeños ha establecido que:
-Los bebés tienden a despertarse mucho más que los adultos, ya que su promedio de sueño sigue un ciclo de 50 minutos, comparado con nuestro ciclo de 90 minutos.
-Los problemas de sueño persistentes son muy comunes en los años preescolares.
-Aproximadamente el 25% de los niños menores de cinco años tienen algún tipo de problema para dormir.
-Hasta un 20% de los padres tienen problemas con el llanto e irritabilidad de los hijos durante los tres primeros meses.
Una rutina tranquilizadora antes de la hora de acostarle ayudará a regular el sistema de alerta física de nuestros hijos. Dependen mucho de nosotros para que les ayudemos a regular su química cerebral de tal forma que les prepare para dormir.
Si nosotros estamos estresados a la hora de dormir a nuestros hijos, no podemos esperar que abandonen su estado de vigilia. El tono de la voz lo es todo, y si estamos tensos, nerviosos, molestos o enfadados, los intentos de calmarles serán falsos. Nuestro estrés y nuestro enfado dispararán fácilmente los sistemas de alarma del cerebro del bebé o niño y le harán sentirse demasiado inseguro para entregarse al sueño. Si, por otra parte, nuestro cerebro activa sustancias opioides y nuestra voz es dulce, tranquila y consoladora, el niño se sentirá seguro y responderá de forma adecuada.
Al igual que el simple hecho de observarlos y encontrar sus horas de sueño y hambre facilita el comer y el dormir. Pretendemos que nuestros hijos lleven un ritmo de vida parecido a un adulto, les imponemos unos horarios que no son acordes a sus necesidades pero que se ajustan más a las nuestras. Unas veces por nuestros trabajos, otras por comodidad nuestra y así el reloj interno de nuestros hijos se desajusta, y aparecen los problemas para dormir. Algo tan simple como ponerlos a dormir cuando tienen sueño funciona.
Nos dicen que tienen que dormir de 20:00 a 8:.00 como si fueran máquinas que se desenchufan con un botón, sin tener en cuenta sus necesidades. Igual que hay muchos adultos que se acuestan tarde, que se levantan pronto o que duermen menos, hay otros que duermen más. Los niños igual, unos son dormilones y necesitan más horas de sueño y otros son más activos y con menos horas están servidos.
Olvidamos que nuestros hijos son únicos, que no son dos iguales y que cada uno tiene una manera de dormir. Por eso mismo hay que respetarlos y no forzarlos a dormir cuando no quieren y mucho menos, como nos dicen que tienen que hacerlo...
¿Por qué negarles el pecho, los abrazos, las canciones de cuna, la compañía? Sólo para que duerman sin nosotros pero ¿lo piden ellos? No, somos nosotros los que lo decidimos porque pensamos que es lo mejor para ellos, porque nos lo dice la amiga, la madre o la suegra o la simpática vecina de al lado: “Es por su bien” “tiene que estar cansado” “así luego no sufrirá cuando empiece el colegio”. Y las necesidades del niño ¿dónde quedan? Porque, no lo olvidemos, un niño necesita nuestra compañía para dormir, necesita sentirse seguro para que logre encontrar ese estado de calma necesario para un sueño reparador. Todo esto no se consigue desatendiendo sus necesidades. Se consigue dándole la mano para dormir, acariciándolo, ofreciéndole el pecho o el biberón y acompañándole cuando lo pide.
Soy madre de dos niñas, una de 3 y otra de 1 año, la mayor se despertaba una media de 10 veces por la noche. Yo estaba desesperada, a mi alrededor me decían: “te está tomando el pelo”, “déjala llorar y ya verás cómo aprende” “claro le das el pecho y por eso se malacostumbra”. Todos estos comentarios me herían y me creaban inseguridad. Esta inseguridad, sin saberlo, se la estaba traspasando a mi hija. Llegaba el momento de irnos a la cama y me ponía nerviosa porque ya sabía lo que me iba a pasar. Le daba el pecho, la tumbaba y se ponía a llorar, y así nos pegábamos toda la noche.
De pronto una noche se me ocurrió metérmela en la cama otra vez, estaba cansada y pensé que si me había funcionado de recién nacida ahora me podría funcionar también. Y sorprendentemente dejó de llorar. Los despertares continuaron pero la diferencia estaba en que yo no me enteraba, cuando protestaba le daba el pecho y tanto ella como yo continuábamos dormidas. Empecé a relajarme y a disfrutar, aprendí a no hacer caso de los comentarios de los demás y a seguir mi instinto. Todo empezó a ir mejor, no porque sus despertares mejoraran sino porque yo lo veía de otra manera. Me leí “dormir sin lágrimas” de Rosa Jové y me tranquilizó saber que mi hija era normal.
Así pasé una etapa tras otra, con grandes avances y con pasitos para atrás, pero lo más importante era que en todo momento mi hija estaba acompañada.
La experiencia con la mayor me ha ayudado a que mi hija pequeña duerma mejor, o que yo lo lleve mejor. Dormimos juntas desde que nació, le doy el pecho a demanda y duerme lo normal en los niños, despertándose las veces que se tiene que despertar.
Hay numerosos estudios que hablan sobre la consecuencia del llanto no atendido en los bebés y niños. No necesito saberlos porque no puedo dejar de atender el llanto de mis hijas, no puedo dejar de ponerme en su lugar cuando lloran y sentir lo que sienten ellas. Soy feliz a su lado, y porque las quiero no las haría sufrir porque sí. No me gustaría estar llorando y que mi marido me dejara sola en la habitación con la puerta cerrada y entrara cada cierto tiempo a ver cómo me encuentro sólo diciéndome “no llores que no pasa nada”.
Relajaos, pensad que esta etapa de vuestros hijos pasará y que luego echaréis en falta el calor de su cuerpo, su carita al levantaros, las palabras al despertarse, el rato de leer un cuento tumbados a su lado.
Cuando se queden dormidos, por un momento, mirad su cara, fijaos en sus ojos cerrados, en su boca relajada, en su respiración pausada y sentiros bien, sentiros felices y agradecidos por tener a vuestro lado un ser inocente que os quiere sin condiciones y que piensa que sois los mejores padres del mundo “sus papás”.
Bibliografía:
“La ciencia de ser padres” de Margot Sunderland
“dormir sin lágrimas” de Rosa Jové
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“Opiniones de médicos, pediatras y psicólogos sobre el Método Estivill” http://www.paraelbebe.net/opiniones-de- ... -estivill/
“Por qué es un error el método estivill” http://dormirsinllorar.com/pq.html
“Piel con piel, el placer de sentir a tu bebé.”
http://www.dormirsinllorar.com/piel_con_piel3.htm