Interesarse realmente por los sentimientos y las ideas de un niño le ayuda a ser él mismo. Acompañar a un niño en su consciencia de sí mismo significa ante todo escucharle de verdad, sin juzgarle, sin acosenjarle, sin intentar dirigirle, simplemente permitiéndole nombrar lo que pasa dentro de él.
El cerebro del adulto es completamente maduro, y le da la posibilidad de administrar solo su emoción. El cerebro del niño no ha terminado su desarrollo. Las áreas frontales que ayudan a centrarse sobre otra persona, las zonas corticales superiores que permiten apoyar las emociones, es decir, nombrarlas con palabras, darles sentidos, se están construyendo. El cerbro límbico ordena temores, risas o lágrimas sin la mediación de las áreas llamadas superiores.
En consecuencia, el niño necesita del acompañamiento del aldulto para que no le invadan y superen sus afectos, para canalizar la energía, para aprender a expresar sus necesidades de manera socialmente aceptable, para saber que no corre peligro si da vía libre a lo que siente. Así, es preciso no dejarle solo con sus emociones cuando todavía no dispone de herramientas mentales para administrar de forma eficaz lo que vive. Significaría entregarle al registro de las defensas psíquicas arcaicas, como la negación, la anulación, la disociación, la proyección hacia otra persona, la formación reaccional...que ciertamente son medios eficaces para dejar de sentir pero a cambio de alterar el contacto con la realidad.
En lugar de dejar que nuestros hijos se enfrenten solos con sus monstruos interiores, podemos estar allí. Los padres tienen la responsabilidad de la seguridad afectiva de los niños.
XXXXX te pega y te dice: "¡Ya no te quiero!" Si te sientes herido, y escuchas tu herida en lugar de intentar escuchar la suya y le contestas: "Yo tampoco te quiero" o bien:"Vete a tu habitación, ya volverás cuando estés más calmado", XXXXX se sentirá terriblemente abandonado. Te necesitaba, te lo enseñaba pegándote, puesto que pegar es buscar el contacto, te gritaba poniendo en juego su amor por ti...¿y tú le rechazas?
Un niño es un niño, y todavía no sabe decir bien las cosas. El papel de un padre es, justamente, el de ayudarle a expresarse con las palabras adecuadas y no el de entablar una competición emocional. El adulto puede controlar sus impulsos. Es natural que las emociones del los niños sean prioritarias frente a la de sus padres.
Desde luego, a medida que el niño crece, el padre se retira. Pero si se ha ausentado demasiado pronto, el niño no ha podido aprender y está desamparado, entregado a sus mecanismos de defensa de control de la angustia.
Para comprender mejor lo que pasa, fijémosno en el bebé. Es muy pequeño y aún no tiene ninguna consciencia de sí mismo en tanto que sujeto separado de su madre. Nosotros, los adultos, sabemos que sentimos dolor, existimos fuera de nuestro dolor. En cambio, el bebé está mal. Se encuentra invadido del todo por la angustia y necesita terriblemente una intervención de su mamá. Necesita su presencia, sus palabras, su amor, su amparo. Dado que sus límites corporales y psíquicos aún son borrosos, el contacto arropador de su madre le permite contener sus afectos y sentirse seguro.
Los niños están en el momento presente. Todavía no han desarrollado la capacidad de proyectarse hacia el futuro, por lo que la intensidad de lo que viven adquiere mayor envergadura. No "saben" que su dolor pasará, que el enfado se terminará, que podrán volver a encontrar de nuevo sus sensaciones de comodidad. Son pequeños y se sienten invadidos por la emoción. Nosotros, los adultos, sabemos que el presente pasa.
El niño necesita sentir la solidez de sus padres cuando viven una emoción y también necesita ver cómo éstos atraviesan emociones, aunque sean fuertes, sin ser destruidos.
¿Qué te parece?¿Debemos coger en brazos a un bebé que llora o crees que si lo hacemos lo vamos a "malcriar"?
Extraido del libro: El mundo emocional del niño. Isabelle Filliozat. Ediciones Oniro.