He recordado viejos olores, como los potajes cocinándose cuando me despertaba para que diese tiempo de irse a la playa con la comida hecha, dormir como lapas por no haber camas suficientes para todos y ser las noches más mágicas y divertidas de todo el año (menudas juergas nos montábamos mis primos, mis hermanos y yo), comer zanahorias en la playa a media mañana (qué coincidencia, Ainhoa hace lo mismo ), coger conchas que más tarde se convertirían en ceniceros para los padres aún cuando su forma irregular hacía que las cenizas y las colillas estuviesen más tiempo fuera que dentro de ellas. He gozado con las olas y me he acordado de cuando hacían rodar mi cuerpo diminuto llevándome hasta la orilla...
...y las colas interminables a la hora de ducharnos, éramos tantos para un solo baño y los interminables fregados, y las fiestas de disfraces y los bocatas camino del cine de verano...
Me he dado cuenta de que me gustaría que mis hijos también tuviesen estas vivencias, estos recuerdos cuando sean mayores, que sonrían al acordarse de aquellas vacaciones en la playa con sus abuelos, sus tíos y sus primos.
Han disfrutado, han reído, y yo con ellos, porque en cierto modo estaba reviviendo mi propia infancia, tal vez volvió durante unos días esa niña de ayer que hacía tanto que no aparecía. Aunque sea por un mes, he olvidado que me he hecho mayor.