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El organismo de la mujer se prepara para la lactancia desde el momento en que queda embarazada. La aréola, zona circular alrededor de los pezones, se oscurece. Las glándulas y conductos se desarrollan y maduran y, como resultado, los pechos aumentan de tamaño para desarrollar la capacidad de producir leche. El cuerpo comienza a almacenar grasa adicional en otras zonas con el fin de suministrar la mayor energía necesaria para la lactancia.
No es necesario, pues, estimular los pezones al final del embarazo o aplicar cremas específicas para fortalecerlos. Basta con lavar y secar los pechos suavemente tras la ducha.
La estimulación de los pezones en exceso puede dañar las pequeñas glándulas en la aréola (dedicadas a segregar un líquido lechoso que lubrica los pezones y los prepara para dar el pecho) y puede también provocar la secreción de hormonas que fuerza al útero a contraerse, acelerando el fin del embarazo.