- Mié, 13 Feb 2008, 18:12
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Érase una vez, en un tiempo muy lejano, donde el amor de los humanos era tan poderoso que todo lo que tocaban cobraba vida, nació en un majestuoso palacio una bebé tacita.
Cuenta la leyenda que las tradiciones de palacio eran que los bebés tacitas se recogían por la noche junto con sus mamás teteras y que éstas les ofrecían leche caliente durante toda la noche a sus queridas tacitas.
Mientras la bebé tacita crecía irrumpió en la corte palaciega un danzarín rostro, un humano cuyo rostro tenía el poder de bailar de tal manera que ocultaba sus malvadas intenciones al resto de humanos y los encandilaba con sus expresiones y sus palabras.
Debido a la influencia del danzarín rostro, las costumbres en el palacio comenzaron a cambiar, se difundieron las creencias de que las mamás teteras y los bebés tacitas no debían compartir las noches porque podían romperse y, por consiguiente, tampoco les podrían ofrecer la reconfortante leche.
La pequeña tacita creció entre esta nueva moda y se convirtió en una mamá tetera con un bebé tacita al que amaba por encima de todas las cosas. Todos los días llenaba al bebé tacita de amor y, al llegar la noche lo llevaba a su armario y le daba las buenas noches.
Pero había algo que ensombrecía la felicidad de mamá tetera, pues cuando despertaba a su bebé tacita por la mañana siempre lo encontraba mustio y vacío, y esto le oprimía el corazón. Durante mucho tiempo se dedicó a llenar de amor a su bebé por el día pero tras pasar la noche separados por las mañana siempre aparecía vacío.
Dado que la mamá tetera amaba muchísimo a su bebé tacita, una noche de insomnio no pudo contener su amor y empezó a rebosar tal cantidad de cariño que salió de su armario y fue a visitar a su bebé tacita disfrazada con una antifaz, que en parte le cubría los ojos, para que no la reconociesen.
Al llegar a su armario se encontró a su bebé tacita agitándose y perdiendo las gotas de amor que su mamá tetera le prodigaba por el día. Enseguida se puso a reconfortar a su bebé tacita con un líquido caliente que le llenó de cariño y aquella noche descansaron juntos.
Pero al despertar a la mañana siguiente, la mamá tetera observó que, aunque su bebé tacita no estaba totalmente vacío, todavía faltaba algo, si bien su situación mejoró, su dicha no era completa.
Pasaron los meses, y mamá tetera seguía cuidando a su bebé tacita día y noche. Pero continuaba sintiéndose culpable porque su bebé tacita, si bien ya no lloraba tanto, no se despertaba rebosante de amor por las mañana.
Hubo una noche en que, desesperada, la mamá tetera no paró de llorar. Tantas lágrimas derramó y tanto rasgó sus ojos con las manos, que el antifaz con el que se había disfrazado la primera noche que durmió con su bebé tacita se deshizo entre sus temblorosos dedos.
Al día siguiente, liberada de la carga que suponía el antifaz, empezó a mirar con otros ojos a su bebé tacita, y se percató de que tenía un pedacito de porcelana roto. La mamá tetera entregó un trocito de sí misma para reparar él cachito de porcelana de su bebé tacita.
Aquella noche la pasaron juntos como todas las anteriores y, a la mañana siguiente, por primera vez en su vida, el bebé tacita se despertó repleto de alegría y de amor.
Puede que a la mamá tetera le faltara un fragmento de porcelana, puede que no volviera a ser la misma que un día sirvió en los banquetes más fastuosos de palacio, puede que a su pequeña tacita siempre le quedara la señal de aquella pequeña fracción, pero lo que nunca le podrían arrebatar es que siempre había intentado ser la mejor mamá tetera para su bebé tacita.