Bajando por las escaleras del metro de Sagrada Familia, observo a medio camino un carrito solitario, pienso que una mamá lo ha dejado mientras baja con su hija en brazos, veo a una mamá joven con semblante amable y me ofrezco a bajar el carrito. Pero está subiendo, me extraño, sigo bajando y me encuentro a una niña de unos tres años tirada en el suelo, golpeándolo, y pidiendo ir a jugar con una amiguita. No sé que hacer, y paso de largo, tengo que recoger a mi hija a tiempo, pienso.
Valido el ticket del metro y bajando más escaleras me topo con una mamá que con una mano sostiene del brazo a su hija de unos dos años que está bajando los escalones de uno en uno y con la otra el carrito, con la ayuda de una joven. Me ofrezco a ayudarlas a bajar el carrito y aceptan, lo dejo aparcado y saco el libro “Viaje por las mentiras de la historia” que estoy leyendo. Al cabo de unos segundos veo a la mamá con la niña en brazos empujando el carrito (?).
Después de hacer el trasbordo en Sants del metro al tren, llego a mi parada en El Prat, y no puedo bajarme porque una abuela con su nieto intentan subir antes de yo salga. Finalmente les dejo entrar y yo me bajo después.
Antes de que naciera Keira, yo pasaba esa calle con el semáforo en rojo, no hubiese visto que había un carrito solitario, no me hubiese percatado de los equilibrios que hacía la mamá con el carrito y con su hija y, posiblemente, hubiese intentado bajar del tren sin permitir que antes subiera el niño.
Puede que el mundo no haya cambiado con la llegada de mi hija, pero mi visión del mismo sí. Gracias, Keira, por ayudarme cada día a ser mejor persona.