Empiezo por donde puedo y creo va a salir desordenado:
LLevé a Antelmo al neurólogo pediatra para que me diera un informe de que el niño es normal (no tiene TDA) y llevarlo a la escuela. Se quedó alucinado con sus respuestas. Pero mi hijo estaba aceleradísimo, subiendo y bajando, brincando sin parar... En fin, un espectáculo que no me esperaba de el en ese momento que para mi era tan importante. Mi primer fallo fue no hablar con el antes de ir, no le dije nada. Íbamos por su hermana que estaba enferma. Recomendación del neuropediatra: "límites específicos".
Y yo salí roja de ira. Entonces le di el sermón al niño, le dije que yo le queria ayudar y que el no se dejaba y que a lo mejor todos tenían razón y no era "normal". Consecuencia: Antelmo pasó toda la noche con pesadillas y yo no dormí nada.
Luego pensando, pensando me di cuenta de que yo siento los límites como algo impuesto desde fuera y por eso siento que no funcionan. Nos dicen: "a esa edad no puede sumar" o "a esa edad tiene que dormir toda la noche" o "no puede montar en bicicleta" o "no debe tomar teta" y mil cosas igual impuestas desde fuera que van desde el tiempo que deben sentarse en la mesa hasta cómo se deben cepillar los dientes. Qquizá por eso no me gustan. A mi no me gusta que me digan lo que tengo que hacer (creo que por eso dejé de moderar en su momento) y aunque me encanta estudiar y aprender odio que otros me evalúen y digan si lo hice bien o mal. ¿No lo sabré yo mejor que soy la implicada en el asunto? Por eso no creo en los límites y menos "específicos" porque no es lo mismo estarse sentado cinco minutos que media hora, ni brincar en el sillón nuevo que en el colchón viejo (que para eso está), ni estarse quieto porque le van a poner una amalgama al niño (que aguantó con dos años) que estarse
quieto durante una sobremesa de dos horas rodeado de adultos.
Ahora bien, creo que mis hijos, como yo, necesitan marcos de referencia. Un sentido interno que te señala que se puede o no hacer en un momento dado o en un lugar. Partiendo de la autodisciplina y el autoconociento se que puedo ayudar a mis hijos a moverse en la vida. A uno porque es muy inquieto y socialmente lo etiquetan de hiperactivo y a la otra porque necesita mucho el reconocimiento externo y demasiadas veces duda de si misma, de lo que hace y de lo que es. Creo que enseñando a mis hijos a ser seguros les voy a ayudar. Creo que enseñándoles alternativas para que se desfoguen o para que expresen sus sentimientos lo voy a hacer y creo que enseñándoles valores fundamentales como la solidaridad y la empatia también.
Estoy aprendiendo que es más fácil pedirles que se estén callados para que pueda escuchar las recomendaciones del pediatra que afectan su salud que pedirles que se callen porque en un consultorio "no se grita" o "molestan". Molestan a quién, cómo, por qué, cuándo... Cuando les respondo todo eso suelen entender y poco a poco van interiorizando sus propias normas. Las que no les sirven (como no aprender los colores, no montar en bicicleta o no aprender a leer) las descartan y yo me enorgullezco de ellos y las que les sirven las aplican.
En buena medida el mundo ha avanzado por gente que se ha saltado los límites y a decidido ver de otra forma. A cambiado la perspectiva.
Cuando Pasteur se enfrentó a la generación espontánea le tomaban por loco o cuando Montgomery voló por primera un avión decían que era imposible que el acero volara y cuando se creó dormirsinllorar nadie daba un quinto por el foro. Hoy hasta Estivill nos nombra porque sabe que somos un referente.
Ir contracorriente no es fácil, pero es lo mejor que se puede hacer. Yo no voy a enseñar a mis hijos a comulgar con ruedas de molino, les trato de ayudar a crear sus propios marcos de referencia, los de cada uno que a lo mejor no son los mismos y que creo infintitamente más saludables que los límites.