Pero ya soy totalmente inmune, ni un asomo de duda en las revisiones cuando la enfermera dice que mi hija "ha bajado de peso" (confusión por bajar de percentil) y que "así cómo va a controlar ella cuánto toma" (yo, impertérrita, le sonrío: "si fuera necesario controlar eso, las mujeres tendríamos contadores en las tetas, como los del consorcio de aguas, ¿no crees?", me temo que ahí se acabó el tono levemente irritado para pasar a la hostilidad mal reprimida), cuando la pediatra me dice que está enmadrada (¿y a quién debería estar apegada? ¿a la vecina? ¿a las farolas? oh, ya sé, a un peluche, llamémosle pepito), cuando oigo que soy una exhibicionista por enseñar la teta (esa ha sido la última, jua, jua, una psiquiatra infantil que conozco, le dí la razón, soy una desvergonzada impúdica, jeje), cuando me dicen que es puro vicio (pues sí, pero de la madre, no me conoce usted bien, una viciosa, pregunte al padre).
De verdad, curada de espantos, inmune del todo. Hasta me está empezando a hacer gracia y todo...
Gabriel Miró