Por Nelson Mandela
Es en la aldea de Qunu, en las ondulantes colinas y los verdes valles del territorio de Transkei (Sudáfrica sudoriental), donde ubico los primeros recuerdos de mi infancia. Fue en Qunu donde pasé los años más felices de la niñez, rodeado de una familia donde había tantos bebés, niños, niñas, tías y tíos que no puedo recordar un instante del día en el que yo haya estado solo. Fue allí donde mi padre me impartió, por la manera en que vivió su vida, la idea de la justicia que me ha acompañado durante los muchos decenios de mi vida. Al observar muy de cerca a mi padre aprendí a resistir y defender firmemente mis convicciones.
Fue en Qunu donde escuché de mi madre los relatos que alimentaron mi imaginación; donde ella me impartió su gentileza y generosidad mientras cocinaba nuestras comidas sobre un fuego abierto y me mantenía bien alimentado y saludable. Desde mi época de niño pastor me animó siempre el amor por la campiña, los espacios abiertos y la simple belleza de la naturaleza. Fue allí y entonces donde aprendí a amar nuestro planeta.
De mis amigos de la infancia aprendí dignidad y sentido del honor. Al escuchar y observar las reuniones de los ancianos de la tribu, aprendí la importancia de la democracia y de que todos dispongan de la oportunidad de ser oídos. Y aprendí de mi pueblo, la nación Xhosa, y de mi benefactor y guía, el Regente, la historia de África y de la lucha de los africanos por ser libres.
Fueron esos primeros años los que determinaron de qué manera habría de vivir los muchos años de mi larga vida. Siempre que aprovecho un momento para echar una mirada retrospectiva, siento una inmensa gratitud hacia mi padre y mi madre y hacia todas las personas que me criaron cuando apenas era un niño y me brindaron una formación para que llegara a ser el hombre que soy hoy.
Eso fue lo que aprendí cuando era niño. Ahora que soy un anciano, los niños son mi fuente de inspiración.
Queridos niños: veo la luz de vuestros ojos, la energía de vuestros cuerpos y la esperanza de vuestro espíritu. Sé que sois vosotros, y no yo, quienes construiréis el futuro. Sois vosotros, y no yo, quienes rectificaréis las injusticias e impulsaréis todo lo que el mundo tiene de bueno.
Si pudiera prometeros de buena fe una infancia como la que yo tuve, lo haría. Si pudiera prometeros que cada uno de vuestros días ha de ser un día de aprendizaje y desarrollo, lo haría. Si pudiera prometeros que nada –ni la guerra, ni la pobreza, ni la injusticia– os privará de vuestros padres y madres, vuestro nombre, vuestro derecho a una buena infancia y a que esa infancia os conduzca a una vida plena y fructífera, lo prometería.
Pero sólo os prometeré lo que sé que puedo entregaros. Contáis con mi palabra de que seguiré aprovechando todo lo que aprendí en mi infancia y desde entonces para proteger vuestros derechos. Cada día me esforzaré todo lo posible por apoyaros a medida que vais creciendo. Os pediré vuestras opiniones y trataré de oír vuestras voces, así como trataré de que otros también las oigan.
Por Graça Machel
A los niños del mundo, a quienes este informe está dedicado, desearía decirles: el trabajo de toda mi vida está dedicado a vosotros. La lucha por vuestra dignidad, vuestra libertad y vuestra protección ha otorgado el mayor significado a mi vida.
Tal vez no nos conozcamos, pero durante mis años como maestra y activista, he aprendido mucho acerca de vuestras vidas.
He visto cómo un año de asistir a la escuela cambia a un niño y cómo varios años de escuela cambian el futuro de ese niño. He presenciado cómo el poder de la educación salvó a familias de la pobreza, salvó a los recién nacidos de la muerte y salvó a las niñas de corta edad de vidas enteras de servidumbre. Y he vivido suficiente tiempo para ver cómo una generación de niños, provistos de educación, podían levantar un país.
Pero al mismo tiempo, he presenciado cuán rápidamente se puede destruir las vidas y el futuro de los jóvenes. Sé que la guerra, el VIH/SIDA y la pobreza, si bien perjudican a todos, es a los niños a quienes dañan más profundamente. Yo sé que los refugios de los jóvenes –vuestras escuelas, vuestros dispensarios– están invadidos por malhechores. Sé que las personas más valiosas para vosotros y de quienes más dependéis –vuestros padres, vuestras madres, vuestros maestros, vuestros médicos y vuestras enfermeras– son precisamente las personas que son el blanco en los conflictos o cuyas vidas quedan segadas por el SIDA.
He tenido la fortuna de viajar por el mundo, tratando de conocer a jóvenes para oír narraciones sobre sus propias vidas y experiencias y muchos de vosotros habéis tenido la amabilidad de hablar conmigo. Os he oído hablar de cómo se siente uno cuando la guerra se cobra las vidas de los seres queridos y destruye el idealismo y los sueños. He oído a muchas jóvenes mujeres que carecían de alimentos suficientes, no podían asistir a la escuela o no podían recibir la atención que merecían. Sé cómo se siente uno cuando es víctima de injusticia y conozco el dolor punzante que le acomete a uno cuando se da cuenta que en la vida no hay equidad.
Por consiguiente, os prometo lo siguiente: prometo trabajar en pro de vuestra educación, de modo que tengáis oportunidades de conocer vuestra historia, de ejercitar vuestra imaginación, de escribir las historias de nuestros pueblos. Deseo que conozcáis de manera directa la libertad que se adquiere con los conocimientos y el aprendizaje.
Os prometo combatir la guerra, combatir el SIDA, combatir a todos los enemigos indescriptibles que amenazan con privaros de vuestros progenitores, vuestra inocencia, vuestra infancia. Prometo cuestionar, instar y exhortar a los líderes gubernamentales y empresariales hasta que vosotros podáis salir con seguridad de vuestros hogares para cuidar de vuestros ganados o recoger un cubo de agua sin temor de ser víctimas de minas terrestres, de un secuestro o un ataque. Y prometo no cejar en el esfuerzo hasta que todos esos problemas sean tema de relatos míticos y no de vuestra realidad cotidiana.
Vosotros, queridos niños y niñas, jóvenes, mujeres y hombres, sois el motivo de mi más urgente preocupación. Yo sé cómo se siente uno cuando tiene la oportunidad de sobresalir en la vida, de estar equipado para hacer frente a las dificultades de la vida con una mente y un cuerpo sanos; cuando uno dispone del pasaporte hacia la libertad que representa la educación. Aspiro a que vosotros podáis estar en esa misma situación.
Sumemos nuestras voces a las voces de los niños
Por Nelson Mandela y Graça Machel
A nuestros hijos únicos:
Os escribimos en nuestra condición de madre y padre, de abuelos y de bisabuelos, de políticos y de activistas. Vosotros sois el centro de nuestra indignación, pero también sois el centro de nuestra esperanza. Vosotros sois nuestros hijos únicos, nuestro único vínculo con el futuro.
Cada uno de vosotros es una persona única, dotada de derechos, merecedora de respeto y dignidad. Cada uno de vosotros merece
tener el mejor comienzo en la vida; merece tener una educación básica completa de la más alta calidad; merece tener la posibilidad de desarrollar cabalmente su potencial y disponer de oportunidades para una participación significativa en su comunidad. Y hasta que cada uno de vosotros, sin excepciones, disfrutéis de vuestros derechos, yo, Nelson, y yo, Graça, no cejaremos en nuestros esfuerzos. Ésta es nuestra promesa.
Os rogamos que nos exijáis que la cumplamos.
Nelson Mandela, laureado con el Premio Nobel, es ex Presidente de Sudáfrica. Graça Machel, Experta especial de las Naciones Unidas en conflictos armados, es ex Ministra de Educación de Mozambique. Juntos, presiden la Alianza Mundial en favor de la Infancia.