Cómo intervenir en las peleas
Isabel Menéndez
Autor: EL CORREO
Clara le ha quitado a su hermano el papel sobre el que estaba dibujando y se niega a devolvérselo. En menos de dos minutos comienzan a gritar y a insultarse. Raúl la tacha de insoportable y cursi al tiempo que le da un empujón. Ha estallado la tormenta. En esta ocasión ha sido por un dibujo, pero podría haber sido por cualquier otra cosa, pues Clara y Raúl discuten continuamente. Los padres se quejan de que no hay forma de tener paz en la casa cuando están los dos juntos. En ocasiones les dejan que arreglen sus problemas entre ellos, pero con frecuencia se ven obligados a hacer de árbitros. No saben si deben intervenir, pues a veces evitan hacerlo por agotamiento. ¿Por qué tanta violencia y brutalidad entre hermanos? ¿Por qué estas mezquindades y celos?
En tales situaciones familiares cada uno protesta contra las injusticias cometidas por el otro. Para los hermanos mayores, son los pequeños los que usurpan su territorio, quienes cogen las cosas sin pedir permiso, quienes reclaman continuamente atención. Los pequeños, por su parte, quieren que se les escuche, que se les haga un hueco, que no se les excluya. Todo ello conduce a un conflicto de intereses que provoca malestar.
Ante el espectáculo de la riña, los padres temen que una actitud pasiva por su parte tenga efectos sobre sus hijos y aleje poco a poco a los hermanos. Las razones fundamentales de estas riñas tienen su origen en que ambos hermanos suelen encontrarse en momentos vitales diferentes: el mayor quiere crecer y alejarse del pequeño, pues está construyendo su propio espacio. El pequeño, que admira al mayor, desea que sea su amigo y su cómplice. Le gusta acercarse a él y le duele ser rechazado.
Los celos siempre están asociados a que el otro es el preferido de los padres. Con razón o sin ella, el niño piensa que su hermano es un rival porque es más querido que él. Entre los siete y los 12 años, los niños dudan de sus capacidades, les falta en sí mismos una confianza que intentan organizar en la adolescencia, la edad del todo o nada. Su inseguridad les lleva a creer que toda manifestación de amor por el otro es una falta de amor hacia ellos. Cualquier cosa les sirve para discutir. En realidad, “se pelean porque les gusta y poco importa el motivo de sus rabietas”, afirma la psicóloga americana Nancy Samalin, que dirige seminarios donde ayuda a los padres a resolver situaciones familiares conflictivas.
Hay que tener en cuenta que se puede coger gusto por polemizar. Las peleas por nada, las niñerías, son por tanto desahogos que sirven para expresar los resentimientos y evitan así que explote “la olla”. Cuando se ha calmado la discusión, es conveniente que los padres hablen con ellos e intenten que cada uno se ponga en el lugar del otro. Si representan de nuevo la escena que han organizado, se darán cuenta de lo desagradables que han sido el uno con el otro y les servirá para entender a su hermano y a sí mismos.
En el caso de Clara y Raúl, la pequeña aprenderá que tiene que esperar a que su hermano pueda estar con ella y que, además, tiene que decírselo en lugar de quitarle lo que está haciendo para que le haga caso. El mayor, por su parte, entenderá que tiene que decirle que en ese momento no puede acompañarla y que lo hará más tarde. Los padres tendrían que permanecer tranquilos ante las peleas de sus hijos, porque todo lo que no se dice y la cólera no expresada tienen mucho más peligro que las riñas, por aparatosas que parezcan. La agresividad, la envidia, los celos, las separaciones y los enfados con hermanos, son actitudes naturales entre los niños y son saludables.
La rivalidad puede ser estimulante y positiva, a condición, claro, de que pueda superarse con la edad. Cuando los padres se sienten desbordados porque sus hijos pelean sin descanso les conviene reflexionar sobre la siguiente constatación: los niños se pelean cuando va todo bien en la familia. En caso contrario, sólo aprietan los puños. El resentimiento que no hayan podido expresar de pequeños será más difícil de elaborar.
CÓMO ACTUAR
• Si el conflicto es pequeño, es preferible dejar que lleguen a un acuerdo entre ellos, amigablemente y sin intervenir. En caso contrario, los padres serán percibidos como seres indispensables para enfrentarse a los conflictos. Enseñarles a resolver sus asuntos sin ayuda de un tercero es una buena escuela para la vida.
• Si la pelea se vuelve física o verbalmente peligrosa hay que intervenir rápidamente y preguntarles por qué están discutiendo, por qué se han dejado llevar por la cólera. Si entre ellos la acción ha ocupado el lugar de la palabra, conviene explicarles que hay otros medios de expresarse.
• Los padres tienen que comprender que no siempre hay que tomar partido por uno de los hijos. Las apariencias engañan y la víctima no siempre es la que lo parece a primera vista. El que ha pegado se ha podido ver obligado por la “víctima inocente”, que lo ha provocado hasta llegar a ese extremo.
• Hay que dar la palabra a uno y luego a otro. Conviene evitar los interrogatorios minuciosos en esos momentos, porque son el mejor medio de avivar de nuevo la riña. Una vez que se hayan expresado libremente, y con calma, se les propone encontrar una solución. Si no son capaces de aceptarla, serán los padres los que decidan por ellos, pero en ese caso no podrán protestar.
PARA EVITAR ERRORES
• No conviene pedirles muchas explicaciones cuando la excitación es todavía muy alta. Las negociaciones tendrán que esperar.
• Sin darse cuenta, los padres avivan a veces el rencor entre los hermanos acusando siempre al mismo hijo. Los dos son más o menos responsables del conflicto. Si los padres se identifican más con uno de ellos, se intensifica la normal rivalidad.
• Es preferible evitar expresiones y juicios del tipo “eres insoportable”, “no hay quien te aguante”, etc. Una postura menos culpabilizadora estimula al niño a cambiar su comportamiento.
• Hay que tratar de no utilizar expresiones del tipo “mira lo bien que se porta tu hermano”. El que es mostrado como ejemplo se convierte en el blanco de la rivalidad del otro.
Gabriel Miró