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Crecer con autonomía
Mente Sana, n. 23
Carlos González
Creemos que nuestros hijos serán más independientes si los dejamos solos. Pero no es así. Para que un niño sea autónomo necesita el apoyo continuo de sus padres. Con amor, disponibilidad y entrega crearemos vínculos sólidos que aumentarán la seguridad del niño para que experimente por sí mismo.
En ocasiones, la actualidad política parece infiltrarse de manera insidiosa en la vida familiar. Todos los padres quieren que sus hijos sean autónomos o, mejor, independientes. Que coman lo que quiera, si es que quieren comer. Que se bañen cuando les apetezca, si es que se quieren bañar. Que recojan si quieren; y si no, lo dejen todo por el suelo…
¡Ah, no! Que aquí somos buenos, pero no tontos… Lo que queremos es que nuestros hijos sean independientes, pero que coman, se bañen, recojan y hagan los deberes exactamente cuándo y cómo nosotros deseamos. Y, además, que lo hagan rápidamente, sonriendo y sin rechistar, porque si lo hacen, pero quejándose, son “desobedientes”. En realidad, la pretendida “independencia” de los niños suele reducirse a que se vistan, jueguen, se entretengan y duerman solos, a que hagan sus deberes sin pedir ayuda… vamos, a que no molesten.
TODOS NECESITAMOS A LOS DEMÁS
El ser humano es un animal social. No podemos, por tanto, definir la independencia como estar solo, hacerlo todo solo o no necesitar a nadie. Más que de “independencia”, deberíamos hablar de “interdependencia”: lo que queremos para nuestros hijos es que se conviertan en adultos íntegros e integrados, capaces de vivir en sociedad respetando las normas de convivencia; que sean capaces de obtener ayuda y de prestarla a los demás, de respetar y de hacerse respetar.
Cierta línea de pensamientos pretende que dejemos a los niños solos para que se hagan más independientes. Prepararles su propia cuna y su propia habitación para que aprendan a dormir solos; dejarlos lo antes posible en la guardería para que “se socialicen” o “se espabilen”; llevarlos de campamento para separarlos de los padres – vistos como una perniciosa influencia, siempre deseosos de “sobreproteger” y “malcriar” – tirarlos a la piscina, “ya verás cómo nadan”…
RESPETAR SUS PROCESOS
Pero estos métodos ignoran el proceso de desarrollo y las necesidades afectivas de los niños y, a menudo, tienen un efecto contrario al que se busca. Tras varias décadas de aplicación, no parece que los jóvenes de hoy en día sean más independientes de lo que lo fueron sus abuelos.
El psiquiatra inglés, John Bowlby describió el papel fundamental de la madre – o de la figura materna – como base segura a partir de la cual el niño explora y se independiza. Es fácil observar la conducta de exploración de los niños pequeños en un parque: se alejan poco de su madre, al principio más deprisa y luego cada vez más despacio y haciendo más pausas, observando lo que les rodea, tocándolo todo… Cuando llegan a su distancia máxima de seguridad, regresan; a veces se conforman con detenerse a poca distancia de la madre, más frecuentemente le dicen algo o la abrazan antes de salir hacia una nueva aventura.
Para recuperar la confianza entre excursión y excursión, necesitarán aumentar o disminuir el contacto con la madre y se alejarán más o menos, dependiendo de su edad o su carácter, de lo que conozcan el lugar y de otros factores, según les causen tranquilidad o temor. Si, por ejemplo, aparece un perro grande, es probable que los niños vuelvan rápidamente a la base.
Los más pequeños saben que es peligroso explorar cuando los padres están distraídos y no les vigilan. Por eso se esfuerzan por llamar la atención: “¡Mira qué hago!”, ¡Mira qué he encontrado!”, “¡Mamáaaaa!”. Les gusta que les miremos, exigen que lo hagamos mientras se columpian, mientras aprenden a montar en bici, mientras dan sus primeras patadas a una pelota… Si estamos distraídos, absortos en una novela o charlando con otra persona, es probable que redoblen sus esfuerzos, que nos llamen e interrumpan constantemente. No lo hacen para fastidiar sino porque necesitan nuestra atención para sentirse seguros.
LO NATURAL ES CRECER
Tocar el piano o construir aviones no son conductas básicas del ser humano. Sólo unos pocos son capaces de hacerlo y, si quiere que su hijo sea uno de ellos, más vale que le busque buenos profesores y que le anime y motive para que se esfuerce.
Sin embargo, la autonomía es una característica normal y básica del ser humano. No se necesita ningún esfuerzo especial para que un niño normal se convierta en adulto autónomo, de la misma manera que no hace falta estimular a los pájaros para que construyan sus nidos. La conducta natural de cada especie se manifestará de forma espontanea si el individuo es criado normalmente.
La forma normal de criar a un niño es con brazos y cariño, con atención y disponibilidad, con palabras amables y con mucho tiempo. Es lo que necesita para convertirse en un adulto autónomo. Es imposible crearle una dependencia a un niño pequeño. Los niños pequeños dependen completamente de sus padres; morirían sin ellos, eso es un hecho. Prestarles atención no es hacerlos dependientes, sino cubrir sus necesidades. Algunos necesitan, sencillamente, estar en brazos las veinticuatro horas del día. Por eso, en la mayor parte del planeta, las madres llevan a sus hijos a la espalda todo el día y duermen con ellos por la noche.
Dedicar mucho tiempo y mucha atención a su hijo hace que éste, paradójicamente, sea más independiente. Cuando más sólido es el vinculo con los padres, más seguro se siente el niño y más capaz será de explorar y de separarse.
RESPETAR SU INICIATIVA
A los niños de uno o dos años les gusta hacer las cosas por sí mismos. Muchos insisten en coger la cuchara, en ponerse los zapatos, en abrocharse los botones, en enjabonarse…Claro, van mucho más despacio y lo manchan todo. Es fácil caer en la tentación de decirles que se estén quietos y se dejen vestir, peinar, alimentar… Por una vez no pasa nada. Pero si les impedimos hacer las cosas repetidamente, ahogamos su iniciativa. Hay que respetar sus intentos, darles tiempo, no burlarse de sus errores.
Todos los niños se atragantan las primeras veces que comen algo sólido, se caen de culo cuando empiezan a caminar o se pegan más de un coscorrón en los columpios y los toboganes. Pero si impedimos cualquier intento, si les alejamos de cualquier remoto peligro, no pueden practicar ni aprender. A veces frenamos cualquier intento de exploración con continuos “No toques eso”, “No vayas por ahí”, “Estate quieto”, “No corras”, “No hagas ruido”… En lugar de gritarle a su hijo “¡No te subas ahí!”, desde diez metros de distancia, póngase detrás, con las manos preparadas para sujetarle si es preciso.
EL VALOR DE TOMAR DECISIONES
La negociación es una habilidad básica para ser autónomo. Si nos aferramos al “he dicho que no y es que no”, o al “esto se hace así y punto”, ¿cómo podrá nuestro hijo, después, tener éxito en la vida? Los padres tenemos que aprender a ceder de vez en cuanto, porque los hijos necesitan aprender a salirse con la suya de vez en cuando.
Es bueno dar opciones al os niños, siempre que éstas existan: “¿Qué quieres comer mañana, arroz o macarrones?”. Pero no dé opciones si no las hay. Si pregunta: “¿Vamos a casa de la tía Lola?”, debe estar preparado para aceptar y respetar tanto el sí como el no. Si hay que ir a casa de la tía Lola, no lo pregunte. Ofrezca otra opción que sí puede respetar: “¿Qué pantalones quieres ponerte para ir a ver a la tía Lola?”.
Se trata, en definitiva, de enseñar a los niños que su opinión es valiosa y que la tenemos en cuenta. Sólo así serán adultos que se respeten y quieran a sí mismos, personas autónomas que tratarán a los demás como a sí mismos, con el mismo respeto y amor.
"Gigoló" (vividora) de la maternidad
¡Va por Queli!
Yo de mayor quiero ser.... EMPODERANTE
¡Va por Lolilolo!