- Sab, 21 Nov 2009, 11:26
#352248
Muy interesante el artículo, como todos los que encuentras
.
Como norma general, no me gustan los premios y los castigos, si quiero educar a mi niño en el respeto lo tendré que hacer con respeto, es decir a su nivel y no imponiendo desde arriba. Es cierto que acaban aprendiendo que sus actos tienen consecuencias, y los ejemplos que propone el artículo me parecen muy acertados, sin embargo, en el día a día quizás no sean tan realistas. ¿Mi niño aprenderá que no se deben pintar las paredes si le obligo a limpiarlas? ¿Y si se niega a hacerlo? ¿Le castigo con otra cosa, hago como que no pasa nada, escondo los rotuladores para que no vuelva a ocurrir, le regaño, me niego a jugar con él hasta que me ayude a limpiar, espero a que se anime a limpiar, empiezo yo, qué hago? Tengo un sinfín de alternativas y cada una tiene sus fallos. Porque si lo veo desde
su punto de vista, si trato de recuperar la imaginación, la inocencia, la espontaneidad que él tiene y yo he perdido, pintar en las paredes es algo fantástico, es como tener metros y metros de papel, las paredes te abren un mundo sin límites, donde puedes plasmar tus sueños y permanecen allí para siempre, puedes "tunear" la casa a tu gusto y nadie tendrá otra igual. ¿Qué hago? Si le dejo corro el riesgo de convertirle en un salvaje y si no le dejo le impongo mi punto de vista de adulto, carente de poesía, sin posibilidad de apelación.
Así que volvemos al dichoso tema de los límites, y más en concreto, a una pregunta que hiciste tú en un post,
¿dónde están los límites de los límites?, por desgracia NO LO SÉ.
En este foro estamos en contra del castigo físico, pero ¿qué se puede hacer cuando hacen cosas inaceptables, con premeditación y/o de forma reiterada? ¿Qué se puede hacer si las explicaciones no logran el efecto deseado?
Creo que el quid de la cuestión no es el
qué sino el
cómo. Pienso que todas hemos utilizado en alguna ocasión la regañina o la imposición con fines "educativos". En alguna ocasión nos habremos refugiado en alguna frase hecha, "es por su bien" o "cuando sea mayor lo entenderá".
A mí me ha pasado, y me atrevo a decir que no soy la única. Luego me pregunto si de verdad lo he hecho para educarle, y me avergüenza decir que no siempre es así. No siempre les regañamos o corregimos para educarles, porque si así fuera lo haríamos en frío y con la mente despejada, pero a veces las medidas que tomamos, sean cuales sean, solo son una forma de exorcizar la rabia, el miedo o el rechazo que nos ha producido su acción. Es decir, lo hacemos en caliente, tratamos de enseñarles a controlar sus instintos cuando a nosotras nos cuesta controlar los nuestros.
Una anécdota: cuando fuimos a la entrevista con el cole, algún día antes de que empezara el curso, pregunté a su profesora cómo llevaban el tema de la disciplina. Añado que el cole es Montessori y se supone que no utilizan sillas de pensar ni artefactos por el estilo. La profe me contestó que por lo general intentan explicarles las cosas, que son niños pequeños e intentan tener comprensión, que su objetivo es enseñarles a exigir respeto pero también a tenerlo para con los demás. Por este motivo, hay 3 cosas que se consideran "faltas graves" por así decirlo: pegar o agredir a un compañero o un profesor, insultar o ridiculizar a alguien e interrumpir a un profesor o compañero cuando está hablando. Si ocurre, la profesora da 3 avisos, si el niño no hace caso, le hacen el tiempo fuera, por un tiempo no superior a 3 minutos (1 minuto para cada año de edad, seguro que os suena
). Se me desencajó la mandíbula porque no me lo esperaba.
Pero cuando termina el tiempo fuera, le explican al niño que si trata así a la gente es como puede llegar a sentirse en el futuro, porque a los demás no les gustan ciertos comportamientos y si sigue comportándose así le harán el vacio y estará solo y apartado. Mi mandíbula volvió a su sitio porque visto así tiene sentido, pero no me saca de dudas.
En estos temas, me siento como un funambulista. Estoy caminando sobre una cuerda, una línea muy fina que separa el autoritarismo del permisivismo, dos extremos que con el tiempo he llegado a temer. Abro los brazos y trato desesperadamente de mantener el equilibrio, de ser objetiva y realista, comprensiva pero no débil, firme pero no autoritaria. De repente, cuando creo haberle cogido el tranquillo, viene mi niño y empieza a jugar con la cuerda y yo me resbalo y me caigo de bruces, a veces hacia un lado y a veces hacia el otro. Y me enfado, no siempre con él pero la cuerda no se libra. A veces está donde no debería estar, la han tensado demasiado o está muy floja. Quiero coger a mi niño en brazos y caminar sobre la cuerda con él, pero es mayor y a veces no quiere. ¡¡¡¡¡AINSSSS QUÉ DIFÍCIL ES ESTO!!!!!
♥ Mamá de dos polluelos que dieron forma a mis sueños y los hicieron realidad ♥
Escritora, bloguera, traductora, y un montón de cosas más... Mi blog: El mundo de Kim