Pero nuestro oso pardo era un poco más inquieto que la mayoría de osos y no le gustaba ni el valle ni la actitud del resto de osos. Se pasaba gran parte del día dando zarpazos a las zarzas y ayudando a los demás osos a salir de ellas. Al principio los osos se lo agradecían pero tal era su ímpetu con las garras que finalmente les producía heridas y los osos lo rechazaban enfadados.
Cuando llegaba el invierno el oso pardo se retiraba a su cueva resignado y solitario. Tanto empeño ponía en destruir las zarzas y ayudar a los demás osos que se le olvidaba de almacenar comida para sí mismo. Pasaba tanta hambre mientras hibernaba que no podía pensar con claridad hasta que llegaba la primavera.
Al llegar la primavera su corazón se hinchaba con renovadas energías y el oso pardo salía de nuevo a deambular por el mundo con optimismo. Pero al recorrer de nuevo los lugares que había visitado anteriormente observaba a los mismos osos enredados en las mismas zarzas de siempre. Fnalmente el oso pardo desistió de sus esfuerzos, se centró en buscar su comida y todos sus amigos se alegraron de que se volviera más tranquilo y sociable.
El tiempo fue pasando sin mayores cambios hasta que el oso pardo conoció a una maravillosa osa y juntos tuvieron una preciosa bebé osezna. Con la llegada de la preciosa bebé osezna el oso pardo volvió a cuestionarse como era el valle y como eran los osos que en el moraban.
Después de mucho reflexionar decidió que la maravillosa osa y la preciosa bebé osezna se merecían una vida mejor y juntos decididieron que escalarían el valle y descubrirían qué había al otro lado. El camino fue arriesgado y sacrificado, pero finalmente consiguieron llegar a otro valle donde el sol brillaba deslumbrante y no habían zarzales.
En este nuevo valle, los osos tenían que esforzarse por conseguir la comida, criar a los oseznos y podar los zarzales, pero vivían más felices porque tanto osos como oseznos podían ir y venir sin peligro de enredarse con las zarzas.
Pasado algún tiempo, los ojos del oso pardo se adaptaron mejor a la luz del nuevo valle y, para su sorpresa, empezó a ver zarzas alrededor de los osos con los que trataba. Veía pocas zarzas, por lo que pensó que propinando unos cuantos zarpazos conseguiría que desaparecieran de este valle tan feliz. Pero lo único que consiguió es que los osos del valle recibieran heridas de sus garras.
El oso pardo pensó que su nuevo mundo se transformaría en el mundo del que había huído. Triste y solitario se fue al lago a refrescarse un poco la cara. Reflejado en la cristalina agua vio la cara de un oso pardo lleno de arañazos y enredado en zarzas y comprendió.
Comprendió que en este nuevo valle, donde los osos y los oseznos no lloran, no existen zarzales y que en realidad no había visto osos enmarañados sino que las zarzas que había visto eran las propias que había traído del antiguo valle y que todavía no había podido desenredar.
El oso pardo comprendió que no necesitaba salvar ni este mundo ni ningún otro, que las verdades cambian en función de las experiencias y que para ser un buen papá oso pardo y no herir a su preciosa bebé osezna primero debía desprenderse de sus zarzas pese al dolor que eso suponga y aceptar las cicatrices que este proceso conlleva.
Y puede que el oso pardo nunca consiga desprenderse de todas las zarzas y que nunca cicatricen del todo sus heridas, pero el mensaje que nos quiere transmitir es que haga lo que haga y diga lo que diga, solo pretende ayudarse a sí mismo y a los demás y, por ahora, no lo sabe hacer mejor.
Por cierto, si algún día os encontráis con un oso pardo rugiendo y agitando sus garras enbrollado en un zarzal, ayudádle con palabras bonitas y manos amables, seguro que os lo agradecerá.