Creo que lo primero de todo os pondré fotitos de nuestras vacaciones, para poneros una sonrisilla en la cara o daros envidia cochina .
Fuimos a Noia (provincia de A Coruña), ya veis que tampoco nos fuimos tan lejos. Un sitio muy acogedor. Y después vimos los pueblecitos que quedan por la costa antes de entrar en la provincia de Pontevedra (Portosín, Porto do Son, Castro de Baroña, dunas de Corrubedo, Aguiño, Ribeira, Pobra do Caramiñal, Monte de la Curota ...). Recomendable para visitar, con algunas playas super tranquilas, pequeñitas y en su entorno natural.
Las mañanas las pasamos tranquilas, paseando por las calles de Noia, haciendo algunas compras, disfrutando con Aroa en el parque, comidita, siesta ... y por la tarde a visitar esos sitios hermosos. Todo bastante relajado.
Aroa se lo pasó en grande y no quería volver a casa. De hecho ayer cuando se levantó lo primero que preguntó fue: ¿A dónde vamos hoy? . Qué pronto se acostumbra uno a la marchita.
Pues ahí van las fotos:
Aroa disfrutando de un helado
Aroa y mamá
Vista de la Ría de Arosa desde el monte de la Curota
Castro de Baroña
Y ahora vamos con mis vacaciones emocionales.
Y es que llevo una temporada mentalmente agotada. Tengo días que incluso no sé quién soy, en qué me he convertido. En ocasiones no me reconozco, no sé dónde va la Ana de hace algunos años. Es cierto que todos vamos cambiando, que nos vamos conformando y modelando a medida que vamos caminando por la vida y vivimos nuestras propias experiencias, y que la personalidad que teníamos a los 15 años, no es la misma que a los 20, que a los 30 ni que a punto de cumplir los 40. Sé que todos nos vamos construyendo a cada paso de la vida.
Pero a veces tengo la impresión de que no me gusta ser quién soy, no me gusta en lo que me he convertido. A veces quiero llegar a tanto y me doy cuenta de que no llego ni a la mitad o incluso a nada. Y eso me desquicia, me hace sentir impotente, como con las manos atadas. Y entonces me derrumbo, sale mi lado oscuro y os puedo asegurar que aunque en la calle haga un día estupendo, con un sol radiante y el cielo esté totalmente límpio de nubes, el estar a mi lado hace que de repente todo se convierta en una incómoda y molesta borrasca.
Pero no soy sólo yo, es todo lo que me rodea. Hay ciertas cosas que no me gustan y que, desafortunadamente no puedo cambiar. Y eso se va acumulando sobre mi y cada vez parece que lleve una carga más pesada. Podría dar carpetazo a estas cosas, apartarlas de mí de un manotazo. Pero, por un lado, sé que eso haría mucho daño a mucha gente, a gente a la que quiero. Y, por otro lado, no sabría cómo volver a empezar el camino, cómo volver a salir del agujero en que estaría metida.
A veces mis sentimientos son confusos. No sé si quiero realmente a quien tendría que querer, o si en realidad le estoy odiando en determinados momentos. No sé si soy feliz o símplemente me conformo esperando ilusionada con que las cosas que me atormentan cambien algún día. No sé si es que tal vez busco algo inalcanzable para mí, y sólo me parece bello lo de los demás.
Sé que tengo cuentas pendientes con mucha gente: quedar con ciertas personas para tomar un café, hacer unas cuantas llamadas (Yuzi, no me olvido de ti), etc. Pero con esas personas me gustaría hablar de todo esto y temo derrumbarme. Y así sigo, esperando, no sé a qué momento, porque esto no creo que cambie. Tal vez esté esperando a que no me afecten estos sentimientos. Y no sé si eso es bueno o malo.
Así que estas vacaciones me han servido un poco para salir de la rutina, para desconectar un poco. Aunque, desafortunadamente, el regreso a casa ha supuesto un reencuentro con las sombras que tenía antes de irme. No sé cómo no se me ocurrió meterlas en una bolsa y dejarlas en el mar de alguna de las playas que visitamos, tal vez los peces supiesen mejor que hacer con ellas.
Siento el rollo. Pero necesitaba un desahogo.