"¿Estás triste?"
Publicado en Max Mara. Revista Municipal. Bilbao.
Todavía existe el mito de que los y las pequeñas son felices por el hecho de estar en la infancia. Libres de las preocupaciones que agobian en la edad adulta, imaginamos y a veces añoramos esta etapa de la vida, como un periodo de bienestar y placer, donde todas nuestras necesidades estaban cubiertas y sólo vivíamos para disfrutar.
Pero, ¿es realmente la infancia un paraíso?
La infancia no es el reflejo de ningún paraíso terrenal. Crecer no es fácil. Hay momentos de plenitud y gozo infantil, pero otros de dolor propios del aprendizaje relacional y del proceso de crecimiento psicoafectivo, que en ocasiones no resulta tan gratificante como se pudiera creer.
¿Son en general los niños y niñas en nuestra sociedad, felices?
La infancia a veces nos queda tan lejos, que tendemos a idealizarla. En ocasiones abrumados por nuestro presente cotidiano, miramos a nuestros hijos e hijas pensando que ellos sí que son felices por carecer de tantas responsabilidades, pero esto no siempre es así. Los y las pequeñas tienen un rico universo emocional, y al igual que nosotros también se sienten tristes y solos pese a nuestra presencia.
¿Pero son sus emociones “fiables”? Un niño llora, y al minuto siguiente ríe. ¿Cómo podríamos interpretarlo?
Este pasaje rápido de una emoción a otra, puede llevar a interpretar equivocadamente su emoción y quitarle la importancia que se merece. Realmente el mundo emocional infantil y el nuestro son diferentes pero ambos igualmente importantes. Por ejemplo, un bebé que llora, es un bebé que está totalmente inundado por su emoción, sin poderla comprender ni canalizar, salvo a través del consuelo de un adulto. Un niño más mayor, siente profundamente las emociones, sean de tristeza, alegría o rabia aunque muy lentamente comienza a comprender que responden a un estado pasajero y poco a poco pueden incluso verbalizar el motivo que las provoca.
Pero hay una característica común entre el bebé y el niño: necesitan del adulto para canalizar su emoción, y aprender progresivamente a gestionarla.
¿Puede un bebé estar triste?
Investigaciones recientes realizadas en E.E.U.U. demuestran que los bebés que no son acariciados suficientemente, tienen un desarrollo cerebral de hasta un 20 y un 30% menor que los bebés que reciben atención afectiva suficiente. Se les denominan “Cerebros tristes” porque a pesar de estar totalmente atendidos en sus necesidades nutritivas e higiénicas, tienen hambre de amor y contacto epidérmico. Las repercusiones son muy serias para su desarrollo posterior tanto en el plano emocional como intelectual. El problema es que pasan desapercibidos, porque son los denominados “bebés buenecitos”, que casi no protestan a pesar de pasar mucho tiempo sin ese contacto emocional que habitualmente proporciona la madre.
Y un niño más mayorcito, ¿qué motivos de tristeza puede tener?
Una cosa es la tristeza y otra la depresión. La primera es una emoción humana, totalmente natural. La segunda habla ya de una patología, un disturbio más grave y complejo. Los y las niñas pueden estar tristes por muchos motivos que a veces nos parecen banales. Como por ejemplo, no querer separarse de la madre o el padre en muchas situaciones cotidianas: ir a la escuela, quedarse con terceros sin desearlo, etc. O por no sentirse comprendidos cuando han hecho algo sin intención negativa pero se les ha atribuido cierta maldad, o cuando se les acusa de mentir y ellos no lo sienten así y un largo etc.
La tristeza infantil es más común e importante de lo que en ocasiones creemos.
¿Qué actitud tomar cuando observamos que nuestro hijo esta triste?
Lo más esencial, es permanecer cerca. Estar disponibles afectivamente, en función de la demanda que tanto verbalmente o de forma no verbal (llanto, apatía, etc.) nos manifiestan. Si es bebé, acogerlo en brazos transformará su emoción. Si es niño, tratar de indagar sin interrogar, le transmitirá que estamos deseosos de ayudarle. Pero siempre, manifestando abiertamente nuestro apoyo y afecto aunque a veces no responda a nuestra pregunta o consideremos que no tiene motivos “objetivos” para estar triste.
¿No es mejor, hacerles “duros” para que no sean débiles de mayores?
Este es un tópico demasiado extendido: La sociedad nos inculca desde pequeños que no debemos llorar “tan grande y llorando...”. Se ignora que reprimir la emoción de llanto, es impedir el contacto con una vivencia tan legítima como la risa. No es más “fuerte” el que no llora. En todo caso, será más duro, y por tanto más insensible también a otros placeres de la vida.
La alegría y la tristeza, son las caras de una misma moneda e igualmente dignas. Esenciales para sentir la vida plenamente.
Yolanda González