Todas las noches nos vamos a la cama. Nos vamos los tres, mamá, papá y él. Como es "muy mayor", según su propia definición , él apaga las luces y coge su vaso de agua para beber un poco. Luego nos tumbamos, papá le cuenta un cuento y le canta una canción. Después papá se va, él le acompaña hasta la puerta, le da un beso, cierra la puerta y vuelve a la cama a dormir con mamá.
Nos tumbamos, él en medio, ponemos la luz bajita (le da miedo la oscuridad) y charlamos un rato, algunas veces 10 minutos, otras más de 1 hora, hasta que los ojitos se le empiezan a cerrar y nos quedamos callados mientras le hago mimos hasta que le vence el sueño.
Es nuestro momento.
Lo sabía desde hace mucho, pero últimamente le he puesto palabras: la verdad es que disfruto con ello. No sé quién de nosotros dos sale más beneficiado . Es cuando más consciente soy del grandísimo amor que siento hacia él, la admiración y la sorpresa que me causan sus progresos, las preguntas que hace, sus observaciones, a veces ingenuas y tan sumamente reveladoras.
Me quedo junto a él, escuchando, hablando y en ocasiones riendo, respirando el olor de su pelo, el más bonito del mundo, una mezcla de champú, crema hidratante y sudor. En esos momentos es cuando me doy cuenta de que todo ha merecido la pena, las noches en vela, los litros de café que tenía que tomar en el trabajo para mantenerme despierta, las vueltas por el pasillo con el bebé en brazos a pesar del dolor de espalda, la preocupación por los dientes que no le (nos) dejaban dormir, las canciones que he vuelto a cantar cuando casi había olvidado la letra y la melodía, el sentimiento de inutilidad cuando seguía llorando y no era capaz de adivinar lo que tenía que hacer para calmarle, el estrés, el cansancio, las ojeras.
Ha merecido la pena no escuchar a los que me decían que el método Estivill es mano de santo, que si no le enseñábamos a dormir solo ya no sería capaz de hacerlo, que acostándole en nuestra cama se quedaría allí hasta la mayoría de edad. Porque si hubiera hecho caso, ahora no disfrutaría de su compañía todas las noches.
Sé que esto también es pasajero, algún día querrá dormir en su cama, sin cuentos, sin canciones, sin charlas, sin mimos de mamá. Cuando llegue ese día, le felicitaré por ser tan mayor y le diré que me alegro mucho, pero un trocito de mi corazón se encogerá de pena. Respetaré su independencia, me levantaré 10 veces por noche para comprobar si respira bien, si está tapado, si no tiene pesadillas y si no se ha levantado (sonámbulo ocasional ), pero sin que se dé cuenta, para que no diga que mamá es una pesada que no para de agobiarle.
Me alegraré por mi niño, que será todo un hombrecito, pero para mí siempre será mi bebé.
P.D.: Acabo de leer lo que he escrito y tengo que admitir que es bastante cursi, pero necesitaba compartirlo.
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