Todo fue perfecto, hasta que a los tres días de nacer mi niña me di cuenta que algo pasaba.
Estaba triste y agobiada, más allá de lo normal en una primeriza.
Mi estado psicológico se debilitaba día a día. Depresión postparto salvaje.
El bebé y yo competíamos en lloros. No tenía casi leche, adelgacé 10 kilos en 2 meses y lo único que quería era huir. Adoraba a mi hija pero no podía estar cerca de ella.
A la incomprensión y espanto de todos los que me rodeaban se unían mis sentimientos de culpa “por ser tan mala madre”, el insomnio y una angustia espantosa.
Hoy un año después, superada la situación, quiero hacer un llamamiento a los ginecólogos, pediatras, matronas y todo el personal que se relaciona con el embarazo y el parto.
Creo que se informa poco sobre la depresión postparto, teniendo en cuenta, que según los estudios, alrededor de un 75% de las mujeres la padecen en mayor o menor grado.
El desconocimiento de causas, síntomas y tratamientos agrava la situación. Y la desesperación.
La depresión postparto existe, es dura de pasar pero se supera. Simplemente hay que buscar ayuda, tratarla y aceptar que algunas veces el corazón y el cerebro van por caminos separados.
Gracias a mi marido y a mis padres que supieron “hacer de mamá” cuando mi hija no me tuvo. Sin ellos no habría podido salir del agujero en que me encontraba.
Y gracias a mi hija, una niña sana y feliz, que hoy me sonríe sin recordar todas las lágrimas que derramamos juntas.