Hubo una vez, en un tiempo muy lejano, cuando todavía existían las princesas de sangre real, que no salían del palacio en su vida, una de estas princesas, heredera de su reino, hermosa (como no podía ser de otra manera) y muy lista (cosa no tan frecuente, en aquel tiempo). Esta princesita, cuyo nombre no han recogido los libros de historia, se había casado con un príncipe que la adoraba.
La princesa estaba a punto de dar a luz un bebé, y el palacio real andaba revolucionado en espera del gran acontecimiento. Se habían reunido allí todos los médicos importantes del reino, y de los reinos vecinos, las parteras más prestigiosas, y varias amas de cría, que en turnos de ocho horas atenderían al fututo heredero.
Una bonita mañana de primavera tuvo lugar el feliz acontecimiento, bajo la estrecha supervisión de todos estos entendidos, y gracias a la madre naturaleza todo transcurrió con normalidad. Una vez finalizado el alumbramiento, la princesa quedó en su cuarto, a media luz, atendida solamente por una joven criada, casi una niña (el trabajo infantil no estaba regulado por aquel entonces). Pero algo no marchaba tan bien como parecía: desde su cama con dosel y arropada con ricas colchas de seda, la princesa oía en la distancia llorar a su hijo, y unos gruesos lagrimones corrían por sus mejillas.
“¿Qué le pasa a mi bebé? ¿Por qué llora tanto?” dijo en un susurro. La criadita, que la oyó, se acercó para consolarla.
“No le pasará nada alteza, está muy bien atendido.”
“Pero ¿Todos los recién nacidos lloran así?”
”Pues en el pueblo, la verdad es que no. Pero allí todo es diferente” La princesa desconsolada, pero haciendo uso de esa mezcla de inteligencia y sensibilidad que llaman intuición femenina, le pidió a la muchacha que le contara como eran los partos en el pueblo, para analizar las diferencias.
“Bueno, pues allí normalmente lo atiende una partera, a la que se avisa cuando empiezan los dolores seguidos. Una vez que sale el bebé lo limpian un poco y lo ponen sobre el vientre de la madre, mientras sale la placenta. El bebé solito busca el pecho y se queda allí cogido todo el rato que quiere. Luego la mamá y el bebé se duermen juntos en la cama, y la partera se va.”.
”¿y porque se han llevado a mi niño entonces?”
”Alteza, él es un príncipe, y le cuidarán las matronas y amas de cría”.
Sin pensarlo dos veces, la princesa mandó llamar a su conmovido esposo, y le ordenó que hiciera traer a su bebé.
”Pero cariño, le están……”.
Antes de terminar la frase, vio una decisión en los ojos de su esposa, que le hizo partir a toda la velocidad que le permitieron las temblorosas piernas de padre primerizo. Cuando volvió a entrar en la habitación, estaba rodeado de médicos irritados y matronas furibundas, pero traía al bebé en brazos, agitándose en un llanto desconsolado. Lo puso en el regazo de su princesa, que en la espera se había despojado de la mayor parte de las capas de ricos tejidos que la recubrían, para asombro del público congregado. En menos tiempo del que todos ellos tardaron en cerrar la boca del asombro, la princesa ayudada por la criadita, despojaron al bebé de las múltiples capas de faldones de hilo, encaje valencienne, entredoses, y cintas de raso, dejándole su pañal de tela. En este breve tiempo, los llantos amainaron lo suficiente como para que aquél gato furioso en que se había convertido el niño abriera los ojos y encontrara los de su madre, y esta, sin apartar la mirada le tomó en brazos y lo acercó a su pecho. El principito se precipitó a el con al boca abierta, con una ansiedad producida por millones de años de evolución. Y así, para asombro de la concurrencia y conmoción de la corte, el pequeño príncipe y la princesa, con una sonrisa en los labios, se quedaron beatíficamente dormidos juntos.
Ni que decir tiene, que la primera ley que se dictó al día siguiente, fue que desde ese día, todos los pequeños nacidos en la corte, gozarían de los mismos privilegios que el pueblo llano: el pecho y la compañía de su madre, desde el momento del nacimiento.
Y ahora si: fueron todos felices.
Por Solecilla Madre de dos hijos: Sandra y Carlos y Moderadora del foro de salud.
Este relato quedó finalista en el primer certamen de relato breve sobre lactancia materna