- Mar, 27 Abr 2010, 15:29
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El denominado “Efecto Mozart”.
En 1.993 la psicóloga Frances Rauscher y el neurólogo Gordon Saw publicaron en la revista Nature un artículo centrado en el mejor rendimiento espacial durante la escucha de la Sonata para dos pianos en Re mayor K 448 de Mozart, disparándose las hipótesis de una mejora intelectual. Sin embargo,el estudio realizado en 1.999 por C. Chatris (Harvard Medical School) en la misma revista, tras analizar 16 investigaciones previas, concluyó que no existía evidencia científica de que escuchar la música de Mozart produjera un aumento del cociente intelectual.
Fue el médico Francés Albert Tomatis, dedicado desde hace más de cincuenta años al estudio de los efectos fisiológicos del sonido, quien acuñó el término “Efecto Mozart” (término que se apresuró a registrar Don Campbell, un americano afincado en Colorado cuya profesión real sigue siendo una incógnita y que ha difundido la idea del efecto panacea en dos libros y más de una docena de CD). Albert Tomatis elaboró el denominado “Método Tomatis”, consistente en un entrenamiento de integración neurosensorial y que supuso una redefinición de lo que veníamos entendiendo como escucha.
Este autor presentó varios espectogramas (gráficos) que analizaban autores entre los que se encontraban: Mozart, Salieri, Bach y Beethoven entre otros, concluyendo que la obra de W. Amadeus poseía características claramente diferenciadas de los anteriores: velocidad, pasajes fluidos, gran movilidad de los tejidos armónicos, periodicidad (ondas regulares, pero espaciadas), frecuencias altas y sonidos simples y puros de las melodías.
En la actualidad se sigue estudiando el fenómeno. En concreto, John Jenkins, perteneciente al Royal College of Physicians, ha probado la efectividad de la escucha de esta música en la reducción de las descargas epilépticas, extendiéndose este efecto a los pacientes con enfermedad de Alzheimer, cuyo rendimiento en tareas espaciales mejora con la escucha de Mozart durante la ejecución.
También son reveladores los estudios que evalúan las áreas cerebrales que aparecen estimuladas durante la escucha de esta música; mientras que otras músicas parecen activar áreas cerebrales relacionadas con los sentimientos y la corteza cerebral auditiva, esta además, activa áreas implicadas en la coordinación motora y en la visión.
Podría servirnos como ejemplo de estos beneficios el testimonio de un experto mozartiano que reconocía escuchar la sonata K 448 en sus momentos más “relativamente” creativos. Hablamos de Albert Einstein, naturalmente.
Nosotros valoramos mucho el efecto de la música en niveles intelectuales bajos o con trastornos de conducta. Supongo que Tote estará de acuerdo conmigo.