Editorial.
La consulta del pediatra: un lugar de encuentro.
A veces, parece que vivimos en el Reino de la Incomunicación . Cada vez nos cuesta más entablar diálogos fructíferos con nuestras parejas, con nuestros hijos, nuestros amigos y compañeros de trabajo y, por supuesto, con los pacientes que atendemos a diario, aunque, curiosamente, los pediatras sepamos más de esas familias que, a lo mejor, de cualquier tío o primo más o menos cercano a nosotros. La falta de tiempo, las prisas, la cultura de la inmediatez (que conlleva una inadecuada utilización de las “urgencias”), la masificación, consiguen, las más de las veces, que nuestras consultas sean realmente lo que no deberían ser: un lugar de desencuentro.
El factor tiempo y la organización de los servicios juegan un papel importante en la génesis de algunos de los encontronazos que tenemos con las familias a las que atendemos. Y ellos lo saben. Pero también intuyen que eso no es todo. Estamos nosotros, sí, nosotros mismos, los médicos; ese o esa que se sienta al otro lado de la mesa, con sus prejuicios, valores, “neuras”, etiquetas y demás. Nos conocen bien. Las familias perciben frecuentemente que tardaremos poco en interrumpirles cuando empiecen a contarnos lo que les pasa. Que andamos faltos de tiempo. Nosotros somos conscientes, a veces, de que no es fácil explorar nuevos campos de conocimiento ni nuevos modelos de crianza cuando tenemos delante a una familia que vive en el campo y es lacto-ovo-vegetariana, o a esa otra que llega después de darse un paseo por Internet. Pero tanto ellos como nosotros, en ocasiones, tenemos la oportunidad de descubrir que existen algunas consultas que son sagradas y que como tales, precisan parar el reloj y ¿por qué no?, el mundo.
Todos juntos, familias y profesionales, ganaríamos, al declarar el espacio donde desarrollamos nuestra actividad clínica, espacio libre de llamadas telefónicas, de puertas que se abren sin avisar, de malos entendidos, de etiquetados diagnósticos y encasillamientos. Muchas de esas situaciones mutilan frases mágicas o invaden la intimidad y el dolor de unos ojos rojos que derraman lágrimas a borbotones.
Sería positivo expulsar de este espacio que es nuestra consulta la notoriedad desmedida, los paternalismos aplastantes y el egocentrismo. Y cultivar la escucha activa, la empatía, la humildad y la sinceridad por encima de todo y por parte de todos, familias y profesionales.
La consulta sería un entorno que propiciara el diálogo y la comprensión mutua, base para cualquier acto médico, donde se acogería con cortesía y amabilidad a las personas que acudieran.
En ella se facilitaría el que todos, profesionales y familias, pudieran escucharse con tranquilidad, mirarse a los ojos con interés legítimo y confianza. Se pondrían con ello los cimientos para una comunicación efectiva y de calidad y, de ese modo, nuestra consulta sería eso: lugar de encuentro.
Si el médico hace más suyos las dudas y temores de padres y madres, indaga mejor en sus expectativas y comparte sus descubrimientos; se facilita el entendimiento mutuo. Así se eliminaría esa posible desconfianza frente a padres que “saben mucho”, y se sustituiría por el asombro de descubrir lo que el interés legítimo por sus hijos les ha llevado a investigar.
El médico podría proponer y negociar, pues, de esta forma, a veces, el cumplimiento del tratamiento recomendado es mucho mejor. Les ofrecería a las familias más herramientas para que tomen decisiones y menos recetas de medicamentos; sólo las necesarias. Se estaría tan atento a las emociones como a las palabras, a la música como a la letra.
Las familias acudirían con alegría, confianza e iniciativa a ese encuentro emocionante, que, aunque repetido a veces hasta la saciedad, es nuevo; nace, se desarrolla y termina cada vez de forma distinta. Ellas deberían plantearse qué quieren obtener de cada encuentro, plantear previamente los objetivos a conseguir, anotar las dudas a preguntar y volcar en ese momento, ¿por qué no?, las angustias y frustraciones relacionadas con la crianza de sus hijos.
Alguien dijo alguna vez que el diálogo es el mejor camino para solucionar los problemas, y de eso, de problemas, sabemos mucho, tanto las familias como los profesionales de la salud. Quizá sería bueno que intentásemos convertir nuestros encuentros en momentos “especiales”, dónde fluya la comunicación amable y respetuosa, donde el tiempo se congele, sin importarnos demasiado que el reino de la incomunicación siga girando y girando, ahí fuera, con sus miserables “minutejos”. Así, todos saldríamos de la consulta enriquecidos y fuertes. Quizá deberíamos, (pediatras y familias), exigir a las administraciones un poco más de tiempo, y un entorno más amable, para que este encuentro facilite la auténtica Medicina, como ciencia y arte, y pueda ser un camino de colaboración y crecimiento para todos.
"Gigoló" (vividora) de la maternidad
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Yo de mayor quiero ser.... EMPODERANTE
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