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por ANCA
#3424 Me gustaría compartir con ustedes una pág. de internet que seguro que muchas ya la habrán visitado, pero sobre todo un artículo que me puso la piel de gallina... HOLISTIKA.NET
El artículo es de Jean Liedloff. Extraido de la obra "El concepto de continuum". Ed. Obstare.

Si no lo han leido léanlo porque es desgarrador
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por lafiu
#3433 Gracias Anca,

La acabo de leer (un poco rápido, la verdad) y he impreso el artículo para leerlo con calma.

Aunque nosotras lo tengamos claro, a veces es bueno tener muchos argunetos para combatir comentarios, porque luego te vienen la tía o la prima diciendo que han visto a un "pediatra por la tele que se llama Estivill que dice cómo dormir a los bebés y que tiene cara de buena persona". Y cuando les dices que no, que eso va contra tu manera de educar a tu hijo, que eso no es bueno, dudan que tú -que eres madre novata- sepas más que un pediatra :twisted:

:113: Asesora en lactancia materna de DO DE PIT
(Associació pro-alletament matern) de Tarragona
y MADRE
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QUIÉREME CUANDO MENOS ME LO MEREZCA, PORQUE SERÁ CUANDO MÁS LO NECESITE
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por aliena
#3715 hola Anca, el articulo está genial!! me ha encantado porque se mete en la piel del bebé de una forma estremecedora. estoy conociendo muchas páginas de internet y articulos gracias a vuestros comentarios.
además me encanta leer las opiniones de madres que no están a favor de dejar llorar a sus bebés. a mí me preocupaba que despues de los 3 meses Darío dejó de dormir solito para necesitarme, y tengo que dormirlo en brazos o en la tetita. ahora tiene 5 y me necesita cada vez más. porque dejarle llorar si en mis brazos se duerme en dos minutos?
a mi marido no le molesta, aunque siento que tiene algunos celos, pero a su madre (mi suegra), le parece mal. supongo que porque así no se lo dejo para que empecemos a salir nosotros más. (ahora tenemos boda en otra ciudad y quiere que le deje al niño el fin de semana!!) si no viene conmigo yo no voy. no se si piensa que me sacare la leche o que le dare biberon chao
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por Zoe
#4197 Hola;

Acabo de leer el artículo y se me ha puesto la piel de gallina, tengo un nudo en la garganta.

Yo lo tengo claro pero el problema viene cuando hay que dejar al bebé con sus abuelos durante toda la mañana porque yo tengo que trabajar. Para ellos, que son de "la vieja escuela", es normal dejarle llorar y no cogerlo demasiado "para que no se acostumbre". Por eso, cuando llego a las 2 de la tarde y hasta que lo acuesto, mi bebé y yo somos "una lapa". ¡Es lo mejor del mundo, tener a tu hijo en brazos y darle miles de caricias!!!!
Un besazo,
Zoe

Zoe y Manel, papis de Pablo y Jimena

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por Magüi
#4437 Hola Anca
He leído el artículo, y sin saberlo ya lo conocía.
Te explico, tuve la suerte de tener una gran matrona en la preparación al parto, ella nos explicó exactamente lo que dice este artículo y nos convenció de que lo primero es el niño y después lo demás, ella opina que cuando se hagan mayores ya no querrán estar con nosotras, pero mientras nos necesiten ¿qué mas bonito de darle todo y amor y ternura a esa "cosita" que solo quiere mimitos?
Nos pasó lo de siempre, un día en fiestas, mucha gente y bullicio por la calle mi peque se puso a llorar desconsolada en el carro, tenía dos meses, yo la cogí y la llevaba al brazo, bueno pues lo típico, ¡cojela, cojela, ya verás luego los problemas no querrá mas que brazo!, la primera vez que nos lo dijeron nos quedamos callados, a la cuarta no pude mas y respondí "es mi problema y hago con mi hija lo que creo que es mejor para ella, tú no vendrás si llora ¿verdad?". Dejé a esta persona tan parada que no supo que constestar.
Lo he tenido muy claro siempre, cuando estaba en el cuco y lloraba acudía enseguida, es lo que nos recomendo la matrona, hay que atenderlos, si acudes rápido y la tranquilizas llorará menos que si la ignoras, y crecerá más feliz y tranquila. A mi me ha funcionado, ahora Lucía tiene 12 meses y se puede decir que no ha llorado casi nada.
Bueno esta es mi opinión, espero que os sirva
Un besazo y hasta pronto. :P

Mª Luisa y Lucía
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por Indy
#4650 Yo también estoy harta de oir eso de que "se acostumbra". Y digo yo: se acostumbran a algo malo acaso?
Curiosamente, me lo han dicho madres de niños bastante maleducados. O sea, que los puedes maleducar, pero ni se te ocurra "malcriarlos". Pues qué quereis que os diga, prefiero "malcriar" a mis hijas cogiéndolas todo lo que quieran a maleducarlas.

Pilar (Laura y Lucía 08/07/04)

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por Neus
#4651 Tu que crees que le pasa? Que piensas que puede ser ?
Tu eres su madre/padre, la que mejor la conoces. Dejate guiar por tus instintos.

Si nuestros instintos nos dice que les demos mimos, abrazos, besos, ... porque nos tenemos que reprimir ? por lo que diran los demas?

Besos a todos/as y un mega-abrazo a nuestr@s bichitos
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por ANCA
#4658 Pues sí son niños y como tales necesitan de nosotros, tienen sentimientos y no podemos hacer de ellos unos robots como pretenden otros.
Cada día aprendo cosas de Sara, aprendo a quererla más y a necesitarla.
Ya me está dando angustia de pensar que me estoy yendo a trabajar y paso poco tiempo con ella aunque solo sean unas horas. Después cuando la veo me la como y me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo.

Ahora para dormir no necesita que la coja sino en la cama acurrucada duerme, pero yo la cojo y hago que se aprete a mí y así la duermo porque yo quiero y la quiero!

El otro día la llevamos al médico para hacerle unas pruebas. No vas lo que lloró y encima no podía cojerla sino darle besos, acariciarla,...
Se nos rompió el corazón y a mi se me saltaban las lágrimas..Es como si la mataran y tu ahí mirando..

Gracias a todas por haberlo leido y por contestar

Ana y Fernando, papis de Sara
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por Andriana
#4856 Hola Chicas!!!
¿Podrían mandarme el artículo a mi correo? No sé por qué no puedo encontrarlo en la web. :roll:
Gracias. Andriana

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por rafi
#4874 Lo copio completo aqui:

No lo cojas que se acostumbra
(El concepto del continuum)

…………. En una unidad de neonatología de las maternidades de la civilización occidental hay muy pocas posibilidades de recibir el consuelo de una mamá loba. El recién nacido, cuya piel está pidiendo a gritos volver a sentir aquella carne suave, cálida y viva con la que estaba en contacto, es envuelto en una tela seca e inerte. Es colocado en una caja y dejado ahí, por más que llore, en un limbo donde no hay el menor movimiento (por primera vez en toda la experiencia de su cuerpo, en los siglos de evolución o en la eternidad vivida en el útero). Los únicos sonidos que puede oír son los gemidos de otras víctimas que están sufriendo el mismo indescriptible tormento. Puede que los sonidos no signifiquen nada para él. El bebé no cesa de llorar; sus pulmones, que no están acostumbrados al aire, se sobre esfuerzan con la desesperación que hay en su corazón. No acude nadie. Confiando en la perfección de la vida, como debe hacer por naturaleza, efectúa el único acto que puede hacer, que es llorar. Hasta que, después de haber pasado un tiempo que para él es una eternidad, se duerme agotado.

Más tarde se despierta en el vago terror que le produce el silencio, la inmovilidad. Se echa a llorar. Todo su cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies, está embargado por un ardiente anhelo y deseo, por una intolerable impaciencia. Respira con dificultad y chilla hasta sentir que su palpitante cabeza está a punto de estallar. Llora hasta que el pecho y la garganta le duelen. Ya no puede soportar más el dolor y sus sollozos se van apagando hasta calmarse. Ahora se pone a escuchar. Abre las manos y las vuelve a cerrar apretando los puños. Mueve la cabeza de un lado a otro. Nada parece ayudarle. El sufrimiento es insoportable. Se echa de nuevo a llorar, pero supone demasiado esfuerzo para su dolorida garganta y al cabo de poco vuelve a callarse. Tensa su atormentado y anhelante cuerpo y siente un poco de consuelo. Agita las manos y patalea con los pies. Se detiene, sufriendo, incapaz de pensar o de tener esperanzas. Se pone a escuchar. De nuevo cae dormido.

Al despertar se hace pipí en los pañales y el suceso le distrae de su tormento. Pero el agradable acto de orinar y la cálida, húmeda y fluida sensación que siente alrededor de la parte inferior de su cuerpo desaparecen rápidamente. El calor se inmoviliza ahora y se vuelve frío y pegajoso. El pequeño patalea, tensa el cuerpo, llora a lágrima viva. Desesperado a causa del intenso deseo de contacto que le acucia, rodeado de un entorno inerte, húmedo e incómodo, expresa llorando desconsoladamente su infelicidad hasta que se tranquiliza con su solitario sueño.

De pronto, alguien lo levanta; vuelve a creer que va a obtener aquello que tanto desea. Le sacan el pañal. Se siente aliviado. Unas manos vivas le tocan la piel. Levantándole los pies, le envuelven el bajo vientre con otro paño seco y sin vida. Al cabo de un momento es como si las manos y el pañal húmedo no hubieran existido nunca. No hay ningún recuerdo consciente, ninguna chispa de esperanza. Se encuentra en medio de un vacío insoportable, eterno, inmóvil y silencioso, lleno de un intenso, intensísimo deseo de vital contacto. Su continuum intenta utilizar las medidas de emergencia de que dispone, pero todas están concebidas para unir los breves espacios de tiempo en los que permanecerá sin recibir el trato correcto o para pedir consuelo a alguien (que se supone) que desea dárselo. Su continuum no tiene ninguna solución para una situación tan extrema. Ésta supera su basta experiencia. La naturaleza del bebé, aunque el pequeño sólo haga algunas horas que respire, ha llegado a tal punto de desorientación que la situación supera a la fuerza salvadora de su poderoso continuum. La experiencia vivida en el útero ha sido la que probablemente más se acercará de todas al estado de bienestar que, de acuerdo a sus expectativas innatas, tendría que experimentar durante toda su vida. Su naturaleza se basa en la suposición de que su madre se está comportando correctamente y de que las motivaciones que la impulsan y las consiguientes acciones se beneficiarán sin duda unas a otras.

Alguien llega y lo levanta deliciosamente en medio del aire. Vuelve a la vida. Lo llevan de una manera demasiado delicada para su gusto, pero al menos experimenta algún movimiento. Después se encuentra en su lugar. Todo el sufrimiento que ha padecido ahora ya no existe. Descansa en unos brazos que lo envuelven y aunque su piel al entrar en contacto con la ropa de la madre no le envíe ningún mensaje de encontrar consuelo ni sienta el contacto de una piel viva, sus manos y su boca le comunican que se sienten bien. El positivo placer que produce la vida, el estado normal para el continuum, es casi completo. El sabor y la textura del pecho materno está presentes, la cálida leche fluye a su hambrienta boca, oye los latidos de un corazón que debería haber sido su vínculo, el sonido que le confirma la continuidad de la existencia vivida en el útero; las formas moviéndose anuncian con claridad que hay vida. El sonido de la voz también es correcto. Sólo hay algo que falta en la ropa y en el olor que percibe (la madre se ha puesto colonia). El bebé succiona la leche y cuando está lleno y con las mejillas sonrosadas, se queda dormido.

Al despertar se encuentra en un infierno. No tiene ningún recuerdo, esperanza ni pensamiento de la visita que le ha hecho su madre que pueda tranquilizarle en este inhóspito purgatorio. Las horas, los días y las noches van transcurriendo. El bebé se echa a llorar, queda agotado, cae dormido. Se despierta y se hace pipí en el pañal. Ahora este acto ya no le resulta agradable. El efímero placer que le producen sus aliviadas tripas se torna en un dolor cada vez más punzante cuando la orina caliente y ácida entra en contacto con su irritada piel. Se pone a chillar. Sus cansados pulmones necesitan gritar para no sentir el doloroso escozor. Llora hasta que el dolor y el llanto lo agotan hasta caer dormido.

En este hospital, que es de lo más normal, las ocupadas enfermeras cambian los pañales de los recién nacidos a unas determinadas horas, tanto si están secos como si hace poco o mucho que están húmedos, y mandan a los bebés a sus casas totalmente escaldados para que los cuide alguien que tenga tiempo para ello.

El bebé, cuando es llevado al hogar de su madre (sin duda no puede decirse que sea el hogar del pequeño), ya conoce a fondo cómo es la vida. A un nivel preconsciente que determinará todas sus impresiones posteriores, al igual que las determina ahora, sabe que la vida es insoportablemente solitaria, que no responde a sus señales y que está llena de sufrimiento.

Pero aún no se ha rendido. Su fuerza vital intentará siempre recuperar el equilibrio mientras haya vida en él.

El hogar en que se encuentra sólo se diferencia de la unidad de neonatología de la maternidad en que ahora no tiene la piel irritada. Durante las horas en las que el bebé está despierto, está anhelante, ansioso de contacto físico y espera de manera interminable que el silencioso vacío sea reemplazado por la situación correcta.

Durante algunos minutos al día su intenso deseo cesa momentáneamente y la terrible necesidad de su piel de ser tocada, sostenida y movida es satisfecha. Su madre es la persona que, después de habérselo pensado mucho, ha decidido dejarle acceder a su pecho. Ella lo quiere con una ternura que nunca antes había sentido. Al principio, a la madre le resulta difícil dejar a su hijo en la cuna después de haberle dado el pecho, sobre todo porque él se echa a llorar desconsoladamente. Pero está convencida de que debe hacerlo, ya que su madre le ha dicho (y ella debe saberlo) que si ahora le hace caso lo malcriará y más tarde su hijo le causará problemas. Ella desea hacerlo todo correctamente; por unos momentos siente que la pequeña vida que sostiene entre sus brazos es más importante que cualquier otra cosa en el mundo.

Suspira y deja suavemente a su hijo en la cuna, decorada con patitos amarillos a juego con la habitación. Ha puesto mucho esfuerzo para decorarla con unas cortinas suaves y sedosas, una alfombra en forma de un enorme oso panda, un tocador blanco, una bañera y un vestidor equipado con polvos de talco, aceite, jabón, champú y un cepillo, todo fabricado y envasado con los colores especiales para bebés. La pared está decorada con imágenes de crías de animales vestidas como personas. Los cajones de la cómoda están llenos de camisitas, peleles, patucos, gorritos, mitones y pañales. Sobre la cómoda, colocados de lado en un cautivador ángulo, hay un corderito de peluche y un jarrón con flores recién cortadas, ya que a su madre también le “encantan” las flores.

Ella le estira la camisita y lo arropa con una sábana bordada y una manta decorada con las iniciales del pequeño. Las contempla llena de satisfacción. Ella y su marido no han reparado en gastos para decorar la habitación de su bebé a la perfección, aunque no hayan podido comprar aún los muebles que han elegido para el resto de la casa. Se inclina para besarle la sedosa mejilla y se dirige hacia la puerta mientras el primer agonizante chillido hace estremecer el cuerpo del bebé.

Cierra con suavidad la puerta de la habitación. Le ha declarado la guerra. Su voluntad debe imponerse a la de su hijo. A través de la puerta oye un sonido parecido a alguien que es torturado. El sentido de su continuum lo reconoce como tal. La naturaleza no envía unas señales claras de que alguien está siendo torturado a no ser que sea éste el caso. La tortura es precisamente tan seria como suena.

La madre duda, su corazón desea volver con su hijo, pero se resiste y se aleja. Acaba de cambiar y alimentar a su bebé. Como está segura de que no necesita realmente nada, lo deja llorar hasta que el pequeño se queda agotado.

Él se despierta y se echa a llorar de nuevo. Su madre entreabre la puerta para asegurarse de que el pequeño está bien. Después vuelve a cerrarla con suavidad para que su hijo no piense que va a recibir la atención que está pidiendo luego se apresura a volver a la cocina para reanudar lo que estaba haciendo y deja la puerta abierta para poder oír a su hijo por si “le ocurriera algo”.

El llanto del bebé se va transformando en temblorosos gemidos. Al no recibir ninguna respuesta, la fuerza del móvil de la señal se pierde en la confusión de un estéril vacío al que el consuelo tendría que haber llegado hace mucho tiempo. El bebé mira a su alrededor. Más allá de las barras de la cuna hay una pared. La luz es tenue. No puede darse la vuelta. Sólo ve los barrotes, inmóviles, y la pared. Oye los sonidos sin sentido de un mundo lejano. Cerca no hay ningún sonido. Contempla la pared hasta que los ojos se le cierran al volver a abrirlos, los barrotes y la pared siguen exactamente en el mismo lugar que antes con la única diferencia de que ahora la luz es más tenue.

Entre la eternidad que pasa contemplando los barrotes y la pared, pasa otra eternidad contemplando los barrotes de ambos lados y el lejano techo. A lo lejos, a un lado, se ven unas formas estáticas que siempre están ahí.

Hay momentos en los que siente algún movimiento y algo cubriéndole los oídos, un sonido apagado y un montón de ropa sobre él. Cuando esto ocurre, puede ver desde el interior la esquina blanca de plástico del cochecito y, de vez en cuando, grandes bloques de casas deslizándose a lo lejos. Ve también las lejanas copas de los árboles que tampoco tienen nada que ver con él, y a veces personas mirándole que hablan normalmente entre ellas o en ocasiones con él.

Más a menudo, estas personas agitan un objeto que hace ruido frente a él y el bebé siente, al estar tan cerca, que se encuentra cerca de la vida y alarga la mano y agita los brazos deseando encontrarse en su lugar. Cuando le acercan el sonajero a la mano, lo coge y se lo mete en la boca. Pero no recibe la sensación que estaba esperando. Agita las manos y el sonajero vuela por los aires. Una persona se lo vuelve a traer. Como desea que esta prometedora figura regrese, se dedica a arrojar el sonajero o cualquier otro objeto que tenga a mano mientras el truco funcione. Cuando ya no se lo devuelven más, se dedica a mirar el vacío cielo y la capota del cochecito.

Cuando llora en el cochecito es a menudo recompensado con signos de vida. Su madre mueve el cochecito porque ha aprendido que esto tiende a hacerle callar. Su intenso deseo de movimiento y experiencias, todo aquello que sus antepasados tuvieron en sus primeros meses de vida, se calma un poco cuando su madre mueve el cochecit5o, lo cual de una manera muy pobre le ofrece al menos alguna experiencia.

Como no asocia las voces que oye a su alrededor con nada que le ocurra a él, tienen muy poco valor porque no anuncian que vayan a colmar sus expectativas. Sin embargo, son más gratificantes que el silencio que reinaba en la maternidad. El cociente de las experiencia de su continuum está casi a cero; su principal experiencia real es la del deseo.

Su madre lo pesa con regularidad y se siente orgullosa del progreso de su hijo.
Las únicas experiencias útiles constituyen los pocos minutos al día que le permiten estar en brazos y algunas otras vividas de manera irregular que le sirven para sus otras necesidades y que se van agregando a sus cuotas. Cuando el bebé está en el regazo de su cuidadora, puede acercarse corriendo un niño gritando y añadir la emoción de crear un poco de acción a su alrededor mientras aquél se siente seguro. El pequeño oye el agradable zumbido del motor del automóvil mientras es zarandeado plácidamente en el regazo de su madre cuando el tráfico se detiene y cuando vuelve a circular. Oye ladridos de perros y otros ruidos repentinos. Aunque a algunos les perturben cuando están en el cochecito, a otros, sin embargo, les asustarían si no estuvieran en brazos.

Los objetos que le ponen a su alcance sirven para imitar aquello que al niño le está faltando. La tradición dicta que los juguetes consuelan a los bebés que están sufriendo, pero de algún modo lo hacen sin reconocer el sufrimiento de los mismos.
En primer lugar está el osito o cualquier otro muñeco suave similar que sirve “para dormir”. Está concebido para dar al bebé la sensación de tener un constante compañero. El intenso cariño que a veces un niño acaba sintiendo por él se considera un encantador capricho infantil en vez de verse como la manifestación de una grave carencia afectiva que le ha llevado a aferrarse a un objeto inanimado en su necesidad de encontrar un compañero que no le abandone. Los cochecitos con juguetes que suenan, y las cunas que se balancean son otra desgraciada imitación. Pero el movimiento sustituye de una manera tan pobre y tosca el movimiento que un niño experimenta mientras su madre lo transporta, que satisface muy poco el intenso deseo del solitario bebé. A parte de ser inadecuado, suele también ser infrecuente. Están también los juguetes que se cuelgan en las cunas y los cochecitos que suenan, tintinean o repiquetean cuando el bebé los toca. La habitación del bebé se suele adornar con móviles de vivos colores, un nuevo objeto que el pequeño puede contemplar aparte de las paredes. Los móviles atraen su atención, pero sólo se cambian de vez en cuando y no llegan a llenar la necesidad que tiene el niño para su desarrollo de disfrutar de una variada experiencia visual y auditiva.....................

Jean Liedloff
Extraído de la obra El concepto del Continuum. Ed. Obstare

    :117: Psicóloga
    :pe: Creadora de DormirSinLlorar.com (2004)
    :55: Coautora del libro Dormir sin llorar (2014)
    :pe: Docente en Curso Sueño Infantil para Profesionales en TerraMater.es (2018)
    :pe: Codirectora en Centro de Estudios Sueño Infantil CESI
    :110: Monitora de Lactancia Materna

:121: Telf. (0034)600425102
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por guiomar
#4927 Ayer estaba leyendo esto cuando entró mi marido a leerlo. Cuando nació el peque tuvimos una bronca muy gorda porque no me apoyó para dormir con el niño la primera noche porque me habían hecho una cesárea y mi marido alegaba que necesitaba descansar. Total que me reclamo con un, ¿por qué no me diste a leer estas cosas entonces?. Os lo cuento porque si hay alguna embarazada sería bueno compartirlo con el conyuge. En fin, el caso es que desde que por fin tuve a mi hijo no me he separado de e´l. La mayoria de las siestas las duerme en mis brazos (cosa que me encanta) y duerme en la cama pegado a la teta. Y ya va a cumplir sus 9 meses. A la niña no le dan celos. Se sienta a nuestro lado o se lleva a su bebé a darle teta o a dormir. O se pone a jugar con su bebé a cuestas, tal cual hace su mamá.
En fin, estoy divagando. El caso es que creo que es maravilloso poder compartir este tipo de información.
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por DANYA
#5299 He leido este articulo y realmente es muy fuerte. Nosotros nunca dejamos llorar a nuestra bebe, creo que por instinto, pero si es cierto que te dicen que no los tengas mucho en brazos porque los malcrias y luego ......
Pero tambien es cierto que a veces es dificil porque si estas sola con el bebe y tienes que ir al baño ya me diras :? ; o cocinar con ella en brazos a veces es imposible y peligroso. Nada lo que hacia a veces era cantarle y parecia gustarle porque se quedaba mirandome y prestando atencion.
En fin que desde que lo he leido soy un poco mas consciente de su realidad. También lo que nos pasaba cuando nos sentabamos a comer ella lloraba y el padre le explicaba que nosotros tambien tenemos que comer y bueno ahora ya no llora y sabe esperar un ratito, incluso charla un rato con nosotros (balbucea claro).
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por Boudicca
#5426 Aunque no lo habia leido, no podria estar mas de acuerdo. Desde que nacio Miriam mi marido y yo teniamos muy claro como queriamos criar a nuestra hija, como nos gritara nuestro instinto, porque no se el vuestro, pero mi instinto "ME GRITA"..
Me grita para que coja a mi hija el maximo tiempo posible, me grita que le de el pecho cuando lo necesite, me grita que la anteponga a la ropa sucia, me grita para que acuda siempre a su llanto...
Y cuando alguna de las pro-estivill me dice algo semejante a lo de "pues vaya, los pediatras no dicen eso" no puedo dejar de reirme y decir: "cuando el estivill lleve dentro a un hijo y lo para, sabra lo que es instinto de madre"...Alguna mami lo ha dicho antes, porqué hacemos tanto caso de gente que a lo mejor ni tiene hijos? nuestro instinto de madres es mucho mas sabio que todo eso.. No dejemos que nos lo anestesien falsos gurus de la familia.
Besitos mil
Maite

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"Tener un hijo es aceptar que, en adelante, tu corazón latirá fuera de tu cuerpo"