El sueño de los angelitos
Manuales sobre sueño infantil proponen a los padres desde 'dejar llorar' hasta 'dejar de.dormir', pero también consejos útiles para sobrevivir a la primera infancia de los niños
INES GALLASTEGUI// GRANADA
CUANDO un niño duerme poco, mal y a deshoras, ¿quién tiene un problema, el niño o los padres? Casi siempre, todos. Aunque los pequeños no suelen lucir ojeras, quizá también paguen las 'fiestas' nocturnas con irritabilidad y cansancio durante el día. El tópico del sueño infantil es uno de los temas favoritos de los -a veces desesperados- padres de hijos pequeños y llena estanterías en las secciones de librería especializadas en autoayuda, psicología o educación. En este tema, como en otros, hay tantos 'librillos' como 'maestrillos', pero la mayoría de los métodos o guías se adscriben a tres escuelas: una, que aconseja dejar llorar al niño mientras aprende a dormir; dos, que recomienda a los papás aguantarse, partiendo de la base de que lo natural es que un bebé duerma con su madre y a intervalos; y tres, intermedia, que pretende acelerar el proceso de aprendizaje, porque los padres también tienen derechos, pero no aprueba que el crío llore.
Aprender a dormir
A la primera escuela pertenece 'Duérmete, niño' (1995), el exitoso libro del doctor Eduard Estivill -responsable de la Unidad de Alteraciones del Sueño del Instituto Dexeus de Barcelona- y Sylvia de Béjar, heredero de métodos similares desarrollados antes en Estados Unidos.
El 'método Estivill', basado en los principios de la psicología conductual, sostiene que los niños, cuando nacen, no saben dormir, por lo que es necesario enseñarles. El pediatra catalán no recomienda ser rígido con los recién nacidos, ya que hasta los 4 meses los bebés no adquieren el ritmo circadiano, de 24 horas, y sus ciclos biológicos duran 3-4 horas.
Sin embargo, el neurofisiólogo asegura que, a partir de los 6 ó 7 meses, cualquier bebé es capaz de dormir solo en su cuna durante toda la noche. Si a esa edad duerme pocas horas, se despierta frecuentemente (de tres a quince veces), se desvela con cualquier ruido o no concilia el sueño solo, el pequeño sufre «insomnio infantil», con posibles consecuencias negativas para su desarrollo físico, psicológico e intelectual.
El núcleo de su método consiste en: seguir una rutina agradable de juego suave o lectura juntos; acostar al niño con ciertos elementos que asocie al momento de conciliar el sueño y que sigan en su cuna si se despierta a medianoche -un muñeco, un móvil o un póster-; y dejarle solo antes de que cierre los ojos. 'Duérmete, niño' incluye una tabla de tiempos de espera antes de entrar a la habitación del pequeño que llora: la primera noche, 1 minuto, luego 2, después 3, 4...; la segunda noche, 3 minutos, luego 5, y 7...; y así sucesivamente. Estivill propone una frase que se puede repetir en esas entradas: «Amor mío, papá y mamá te van a enseñar a dormir solito... (etcétera)». No se trata de consolarle, sino de que el niño sepa que sus papás no lo han abandonado. El autor promete sueño para todos en menos de una semana en el 96% de los casos.
Falso problema
En el otro extremo se sitúan quienes consideran que dejar llorar a un niño es inhumano y puede provocarle graves problemas de salud mental. La psicopediatra Rosa Jové dedica su libro 'Dormir sin lágrimas. Dejarle llorar no es la solución' a rebatir los «métodos de adiestramiento» del sueño infantil, más que a proponer ideas para familias en vela. A su juicio, un niño «adiestrado» se duerme porque sufre un 'shock' químico -con 'autodrogas' segregadas por el cerebro- y a la larga puede sufrir ansiedad, depresión o hiperactividad. Incluso denuncia que esos métodos pueden, por ejemplo, retrasar el descubrimiento de que una niña sufre abusos sexuales en su propio dormitorio, ya que sus padres no le hacen caso cuando les ruega que la dejen dormir con ellos...
Tras una rigurosa explicación sobre la singularidad del sueño infantil, Jové parte de la base -quizá poco alentadora para padres insomnes- de que, aunque no hagan nada, «todo niño sano dormirá sin interrupciones algún día», seguramente antes de los 5 ó 6 años. En realidad, la psicóloga asegura que la mayoría de los supuestos problemas de sueño de los bebés no son tales; a su juicio, quienes tienen un problema son los progenitores que ignoran cómo es el sueño de los pequeños -caótico, entrecortado... a veces incompatible con las exigencias de la vida laboral- y se crean falsas expectativas sobre el mismo.
En su apuesta por la «intervención naturalista», Jové es entusiasta partidaria del colecho, es decir, de que los bebés duerman con sus padres hasta que ambos lo deseen, siempre que cumplan ciertos requisitos: los padres no deben consumir tabaco, alcohol o drogas ni estar obesos; la cama ha de ser segura. Y aboga por mecer y cantar nanas al niño en el regazo para que se duerma y atender con rapidez, amor y, a ser posible, leche materna, todos sus despertares nocturnos.
Consejos de madre
En un punto medio se encuentra el manual de Elisabeth Pantley, una educadora de padres norteamericana que elaboró su método investigando en Internet para solucionar los problemas con el cuarto de sus hijos. 'Felices sueños' defiende que es posible «enseñar a tu hijo a dormir sin llorar», aunque reconoce que hay que armarse de paciencia, ya que puede llevar semanas o meses. El volumen incluye cuestionarios, tablas de registro sobre los hábitos del bebé y «planes de sueño» a medida de cada familia. El libro de Pantley es menos científico (ella no es psicóloga ni pediatra, 'sólo' madre), pero incluye montones de consejos cargados de sentido común -algunos, por cierto, compartidos por Estivill y/o Jové- que muchos padres pueden aplicar, independientemente de su ideología y estilo de vida.
Por ejemplo, Pantley insiste en que cada niño es diferente y hay que prestar atención a sus muestras de cansancio para establecer la hora ideal de echar la siesta y de acostarse por la noche; pero dicho esto se muestra partidaria de un horario estable -aunque flexible en caso de necesidad- y temprano, ya que, paradójicamente, los críos duermen menos y peor cuanto más cansados están.
La autora norteamericana aboga por establecer rutinas diarias relajantes antes de acostarse -por ejemplo: baño, masaje, pijama, cuento, nana, pecho y a dormir-, de forma que el niño sepa que cada actividad conduce al sueño.
También sugiere ayudar al recién nacido a distinguir el día (ruido y luz) de la noche (silencio y oscuridad); evitar las siestas demasiado largas y/o tardías; no correr a coger al bebé justo cuando empieza a hacer ruiditos o lloriquea, ya que muchas veces no llega a despertarse del todo; procurar que el lactante coma más de día para que el hambre no le despierte; y romper la asociación entre conciliar el sueño y succionar el pecho o el biberón.
Todos los expertos insisten en que los padres deben tener expectativas realistas sobre cuánto y cómo debería dormir su hijo a cada edad. Por ejemplo, no es de esperar que un bebé de un mes duerma 14 horas de un tirón -moriría de hambre-, o que otro de un año que todos los días toca diana a las 7.00 en punto decida respetar a sus papas hasta las 11.00 el fin de semana -moriríamos de la sorpresa-. Saberlo ayuda a querer más a estos dulces aunque a veces desesperantes angelitos.
igallastegui@ideal.es