Soy empática con todas las mamis que aquí exponen sus problemas y no sólo por humanidad, sino porque también soy madre de una pequeña que desde que nació dejó bien clarito que quería a su mamá bien cerquita siempre. Tuvo dos meses y medio de cólicos (terrible experiencia), nunca quiso pasar en su cuna más de media hora (buscó pronto su lugar en mi cama), lleva 3 meses sin aguantar más de 5 min. en su carrito y por las noches se despierta, mucho, hay noches como ésta última que lo hace cada 30-40 minutos y no para de llorar hasta que la atiendo yo, ni con su papá se conforma... Así es mi pequeña. ´
Todos los días tengo que escuchar comentarios sobre lo mal que lo estoy haciendo por dejarla dormir en mi cama, por no dejarla en el cochecito aunque llore, por atender a la primera sus demandas, por no destetarla para que me deje más tiempo libre... y no sólo de la gente de la calle sino de la familia, que son los que más duelen. Y si soy sincera con vosotr@s, han sido pocos los días en los que no me he planteado si no puedan tener algo de razón, pero luego miro a mi pequeña, veo cómo se le ilumina la carita cuando me ve por la mañana, su sonrisa, cómo me tiende los brazos esté con quién esté, cómo resfriega su naricilla contra mi pecho encontrando en él seguridad, amor, consuelo.. y me digo a mí misma ¿quién se está equivocando? Mi hija es feliz y me lo demuestra cada minuto, ¿y dónde quedo yo entonces? Estoy agotada, no duermo lo suficiente y el cansancio hace mella, algunos días me desespero y me enfado con mi marido, conmigo misma y hasta he gritado a la pequeña de pura impotencia, pero cuando vuelvo a la habitación tras haber tomado un respiro ella deja de llorar y, como si nunca hubiera pasado nada, me regala una enorme sonrisa. Entonces me siento un gusano, la peor madre del mundo. Mi bebé de 9 meses me da lecciones cada día y yo aprendo de ella, aprendo lo que de verdad es la paciencia, la comprensión y sobre todo el amor incondicional, el que ella me brinda y el que yo estoy dispuesta a brindarle a ella porque elegí ser madre y quiero ser la mejor cada día y no olvidar nunca, a pesar del agotamiento, la sensación que me produce la mirada de mi hija, un cosquilleo de orgullo y ternura que me recorre el cuerpo hasta acabar en mis brazos que la achuchan inmediatamente muy fuerte, como si quisieran fundirla conmigo. Entonces pienso que realmente la maternidad no se parece en nada a lo que dicen los libros o las películas, que va, es mucho más dura, es exigente, absorvente, ingrata, a veces, pero es la más maravillosa experiencia que pueda tener una mujer. Mi hija me ha hecho comprender que nací para ser su mamá.