Dormir sin llorar es, ante todo y sobre todo, una web de sueño infantil. Sin embargo, creemos necesario escribir unas líneas sobre crianza porque nuestra filosofía de sueño sin lágrimas abarca también otros campos: del mismo modo que no nos parece ético atender a un bebé solo en horario laboral, tampoco es acertado respetar sus ritmos a la hora de dormir pero ignorarle cuando tiene una rabieta, o cogerle en brazos si llora y castigarle si no obedece. Consideramos que si se debe buscar el éxito en la crianza, éste debería venir de la mano de la coherencia.
Criar con apego no significa dejar que hagan lo que quieran.
Si en una conversación entre adultos se nos ocurre decir que estamos en contra del castigo o del cachete educativo (oxímoron donde los haya), es posible que tengamos que lidiar con simpáticas y originales preguntas del estilo ¿entonces les dejarías jugar con cuchillos/salir en manga corta en febrero/meter los dedos en el enchufe?
Creo que todos estamos de acuerdo en que no se trata de permitir que nuestros hijos pongan en peligro su salud o seguridad con tal de no disgustarles; lógicamente, si tenemos una razón de peso para prohibirles algo, deberemos hacerlo. Digamos que si nos alejamos de la corriente mayoritaria no se debe al qué, sino al cómo.
Las normas, para todos.
El tema de los límites es algo que a mi juicio está sobrevalorado hoy en día. Una vez leí en una web, ya no recuerdo cuál, que “si los límites no están puestos a los 18 meses, a los 18 años te los pone la policía”. No sé si es peor que alguien pueda escribir semejante mamarrachada y quedarse tan ancho o que un ingente número de personas la considere una forma de pensar sensata y decente que evitará males mayores en el futuro.
Dejando de lado la absurdez que supone intentar ponerle límites a un bebé de 18 meses, que explicaremos en detalle más adelante, me gusta pensar que si conseguimos transmitir valores podremos ahorrarnos unos cuantos límites.
Dicho esto, es cierto que las normas en ocasiones son necesarias, pero es de agradecer ante todo que sean iguales para todo el mundo: es más fácil que un niño sea ordenado si ve que sus padres también lo son, que aprenda a tener paciencia si ve que con él la tienen o que pida las cosas por favor si los demás se dirigen a él en los mismos términos.
No hacerle a un niño lo que no le haríamos a un adulto.
Se supone que a los niños hay que educarles, mientras que los adultos ya están educados (o así debería ser, aunque seguro que ahora mismo estáis pensando en alguien que desafía esta definición).
Sin embargo, educar no significa adiestrar, engatusar, engañar, atemorizar, domar o coaccionar.
Educar significa enseñar, transmitir, compartir. Las lecciones que mejor se aprenden son las que nos llegan a través del amor, no del miedo.
Mientras son bebés
Es evidente que no todos los niños maduran al mismo ritmo. Por ejemplo, algunos empiezan a caminar a los 9 meses y otros no lo hacen hasta los 16; pero ningún bebé está preparado para caminar a los 3 meses, y tratar de forzarle a ello solo traería angustia, dolor y sufrimiento.
Si antes califiqué de mamarrachada lo de poner límites con 18 meses es precisamente por este motivo, porque los niños pequeños simplemente no entienden ese concepto.
Los bebés exploran para conocer el mundo, si les pedimos que dejen de hacer algo y lo siguen haciendo, no nos torean, ni se nos suben a la chepa, ni nos toman el pelo: están simplemente experimentando.
La mejor manera de evitar que ensayen con cosas prohibidas es simplemente adaptar la casa a medida de bebé: dejar fuera de su alcance lo que no queremos que toquen, forrar esquinas, tapar enchufes, limitar el acceso a escaleras o terrazas, guardar detergentes y objetos punzantes en armarios altos, etc.
También es buena idea explicarles cómo explorar con cierta seguridad, más vale enseñarles a bajar de la cama o del sofá de forma correcta (primero los pies y la cabeza al final en vez de tirarse en plancha) que enredarnos en una estéril lucha de poder.
Si un niño pequeño hace algo que no debe, lo que mejor funciona es la distracción: ofrecerle algo que pueda manipular a cambio del objeto “prohibido” o alejarle de la zona de peligro y llevarle a otra donde pueda desfogarse a sus anchas; personalmente me parece buena idea ir explicándoles por qué se debe hacer esto o no se puede hacer lo otro, aunque sean pequeños para interiorizarlo, pueden ir entendiendo que hay una razón lógica detrás de las peticiones y negativas, no son un mero capricho del adulto que está al mando.
Cuando son más mayores
A partir de cierta edad (digamos 3-4 años por poner un baremo, aunque como dijimos antes, cada niño madura a su ritmo) la distracción deja de tener efecto.
Al mismo tiempo, un niño mayorcito puede entender una explicación sencilla que justifique el motivo de nuestra petición: es más efectivo indicarles por qué queremos que hagan algo que exigir sin más.
A esta edad, es muy tentador recorrer a la treta de los premios y los castigos, y de hecho muchos consejos bienintencionados (y malintencionados, que de todo hay) intentan empujarnos en esta dirección.
A primera vista, es un recurso que parece efectivo: el niño se siente motivado a “pasar por el aro” en función de lo que recibe (o no) a cambio.
Sin embargo, a largo (y no tan largo) plazo, esta estrategia se convierte en un arma de doble filo, pues lo que se les acaba transmitiendo es que todo tiene un precio, y solo se hacen las cosas si se obtiene algo a cambio.
En cambio, insistir en las razones reales hará que con el tiempo las interioricen y las comprendan. Es más fácil que un niño se lave los dientes a diario si comprende la importancia de la higiene dental que si le regalamos una pegatina cada vez que lo hace.
Ya dijimos antes que como mejor se aprende es con el ejemplo. Se supone que en el tema de los límites hay que ser inflexibles y una vez adoptada la decisión, no ceder nunca.
Sin embargo, la experiencia a menudo demuestra lo contrario, pues tarde o temprano los niños aprenden a solucionar los conflictos del mismo modo en que los hemos resuelto con ellos. Si dialogamos con ellos, aprenderán a dialogar; si cedemos, comprenderán que no pasa nada por hacerlo a su vez; si tenemos en cuenta sus opiniones y sugerencias, acabarán por valorar también las nuestras; y al revés, si nos mostramos autoritarios, inflexibles e intransigentes es posible que acaben pagándonos con la misma moneda.
Para educar no es necesario dejar llorar. La vida es muy dura, pero es más fácil evitar que se estrellen si les dejamos tiempo para fortalecer sus alas que si les lanzamos al vacío antes de tiempo para que comprendan que las caídas duelen.
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