Érase
una vez, en un tiempo muy lejano, donde el
amor de los humanos era tan poderoso que
todo lo que tocaban cobraba vida, nació en
un majestuoso palacio una bebé tacita.
Cuenta
la leyenda que las tradiciones de palacio
eran que los bebés tacitas se recogían por
la noche junto con sus mamás teteras y que
éstas les ofrecían leche caliente durante
toda la noche a sus queridas tacitas.
Mientras la bebé tacita crecía irrumpió
en la corte palaciega un danzarín rostro,
un humano cuyo rostro tenía el poder de
bailar de tal manera que ocultaba sus
malvadas intenciones al resto de humanos y
los encandilaba con sus expresiones y sus
palabras.
Debido a la influencia del danzarín rostro,
las costumbres en el palacio comenzaron a
cambiar, se difundieron las creencias de que
las mamás teteras y los bebés tacitas no
debían compartir las noches porque podían
romperse y, por consiguiente, tampoco les
podrían ofrecer la reconfortante leche.
La pequeña tacita creció entre esta nueva
moda y se convirtió en una mamá tetera con
un bebé tacita al que amaba por encima de
todas las cosas. Todos los días llenaba al
bebé tacita de amor y, al llegar la noche
lo llevaba a su armario y le daba las buenas
noches.
Pero había algo que ensombrecía la
felicidad de mamá tetera, pues cuando
despertaba a su bebé tacita por la mañana
siempre lo encontraba mustio y vacío, y
esto le oprimía el corazón. Durante mucho
tiempo se dedicó a llenar de amor a su bebé
por el día pero tras pasar la noche
separados por las mañana siempre aparecía
vacío.
Dado que la mamá tetera amaba muchísimo a
su bebé tacita, una noche de insomnio no
pudo contener su amor y empezó a rebosar
tal cantidad de cariño que salió de su
armario y fue a visitar a su bebé tacita
disfrazada con una antifaz, que en parte le
cubría los ojos, para que no la
reconociesen.
Al llegar a su armario se encontró a su bebé
tacita agitándose y perdiendo las gotas de
amor que su mamá tetera le prodigaba por el
día. Enseguida se puso a reconfortar a su
bebé tacita con un líquido caliente que le
llenó de cariño y aquella noche
descansaron juntos.
Pero al despertar a la mañana siguiente, la
mamá tetera observó que, aunque su bebé
tacita no estaba totalmente vacío, todavía
faltaba algo, si bien su situación mejoró,
su dicha no era completa.
Pasaron los meses, y mamá tetera seguía
cuidando a su bebé tacita día y noche.
Pero continuaba sintiéndose culpable porque
su bebé tacita, si bien ya no lloraba
tanto, no se despertaba rebosante de amor
por las mañana.
Hubo una noche en que, desesperada, la mamá
tetera no paró de llorar. Tantas lágrimas
derramó y tanto rasgó sus ojos con las
manos, que el antifaz con el que se había
disfrazado la primera noche que durmió con
su bebé tacita se deshizo entre sus
temblorosos dedos.
Al
día siguiente, liberada de la carga que
suponía el antifaz, empezó a mirar con
otros ojos a su bebé tacita, y se percató
de que tenía un pedacito de porcelana roto.
La mamá tetera entregó un trocito de sí
misma para reparar él cachito de porcelana
de su bebé tacita.
Aquella noche la pasaron juntos como todas
las anteriores y, a la mañana siguiente,
por primera vez en su vida, el bebé tacita
se despertó repleto de alegría y de amor.
Puede que a la mamá tetera le faltara un
fragmento de porcelana, puede que no
volviera a ser la misma que un día sirvió
en los banquetes más fastuosos de palacio,
puede que a su pequeña tacita siempre le
quedara la señal de aquella pequeña fracción,
pero lo que nunca le podrían arrebatar es
que siempre había intentado ser la mejor
mamá tetera para su bebé tacita.
Cuando
duermes sin llorar, las pesadillas se tornan
sueños y de esas ensoñaciones la magia
brota impregnándolo todo.
Sintiendo en mi piel y en mis ojos la
felicidad que transmiten mamis como Marzo3 o
Mariuca algo en mi interior se remueve y
pulsa una tecla detrás de otra y, al final,
nace un cuento que devuelve un pequeña
parte de lo que ha tomado prestado.
Juanma
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