Se sabe que ciertos cambios biológicos ocurren en el cerebro de los humanos y primates cuando se sienten en peligro o asustados. El centro de la regulación de conducta del miedo y de otras emociones se encuentra en la amígdala, un grupo de núcleos enterrados profundamente en los lóbulos temporales y el hipocampo, que regula la memoria consciente.
Los subsistemas emocionales del cerebro procesan información variada, incluida cómo relacionar el estado real del mundo con las expectativas creadas.
Este circuito emocional está conectado fuertemente con la región cerebral que regula la toma de decisiones. De acuerdo con el neurocientífico Joseph LeDoux, “Muchas de las cosas que nos definen emocionalmente las aprendemos a través de la experiencia. Por lo tanto, una de las claves del sistema emocional es cómo aprende y almacena la información”. (2)
Este de aprendizaje social temprano , se dan cuando un bebé trata de comunicarse a través del llanto. El llanto se puede dar porque el bebé está hambriento, le duele algo, está incómodo o asustado.
A menudo al despertarse un bebé comenzará a hacer señales a su cuidador con un gimoteo suave que puede acelerarse hasta convertirse en un llanto frenético si no recibe respuesta.
El miedo a los depredadores y a la muerte es una emoción profundamente asentada dentro de nuestra constitución evolutiva biológica. En el origen de los tiempos, las familias y tribus se amontonaban estrechamente juntos en la oscuridad para apaciguar ese miedo. La idea de “seguridad por número” se mantuvo vigente porque un grupo de humanos es mejor protegiéndose de los depredadores que un solo individuo.
Hoy en día, sabemos que un niño está a salvo sólo en su cuna, pero la biología del cerebro infantil está inicialmente codificada con esos miedos innatos, que ya apuntan en su más temprana edad.
Cuando el niño se encuentra en un estado de indefensión, miedo y pánico, la amígdala envía mensajes al cerebro para preparar al cuerpo para “escapar o pelear”. Un bebé no puede escapar ni pelear. Si el pánico no es dominado por la intervención de un adulto, el flujo químico y hormonal puede inundar violentamente el cerebro, apuntando específicamente a la amígdala y el hipocampo durante un periodo de tiempo poco saludable.
Los niños que lloran y no son atendidos, lo hacen desesperadamente durante una hora o más, hasta que la amígdala se cierra. El niño a su vez aprende tras repetidos episodios que no tiene expectativas de respuesta y consuelo a su llanto y puede deducir que sus necesidades no son merecedoras de atención – una conclusión que finalmente puede afectar al correcto desarrollo de la autoestima del niño. Si bien el cerebro podría determinar que no existe peligro alguno, si no se intenta calmar el estado de confusión emocional del niño, podrían perderse oportunidades vitales de desarrollo y refuerzo de la confianza, seguridad y capacidad de empatía del niño.
Las recientes investigaciones sobre el cerebro, revelan con evidencia creciente que un estrés temprano puede jugar un papel primordial en la posterior vida emocional y en el desarrollo social.
El psicohistoriador Lloy deMause explica que “Los traumas provocados por el desamparo, pueden dañar severamente el hipocampo, matando neuronas (causando lesiones). Este daño es causado por la liberación de una cascada de cortisol, adrenalina y otras hormonas de estrés segregadas durante el episodio traumático, que no solo dañan a las células cerebrales sino también la memoria y ponen en marcha una desregulación duradera de la bioquímica cerebral”.
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Se cree que la abundancia de repetidas oleadas de estas sustancias químicas y hormonas en el cerebro es la causa de la reducción de la producción normal de serotonina y de la insensibilización de la amígdala, afectando a la capacidad de respuesta a una situación de miedo.
Adicionalmente, “Se ha demostrado que la falta de cuidados maternales tempranos, es la causa de que la región que ocupa el córtex orbitofrontal ( la región cerebral situada detrás de los ojos que permite al individuo reflexionar sobre sus propias emociones y empatizar con los sentimientos de otros individuos) sea diminuta , desembocando en una pobre autoestima y en una tan baja capacidad para empatizar, que el bebé crece literalmente incapaz de sentirse culpable por lastimar a los demás”.(7)
Dado que gran parte del desarrollo cerebral tiene lugar durante los primeros años de vida, es plausible considerar que repetidos traumas causados por las alteraciones químicas producto de periodos prolongados de llanto, situaciones de ansiedad por separación no resueltas y otras situaciones de respuesta al miedo, pueden predisponer al individuo a un disfunciones emocionales y de comportamiento social en su edad adulta.
Referencias:
1. Lloyd deMause Childhood and History, The Neurobiology of
2. Parallel Memories: Putting Emotions Back Into The Brain, Joseph LeDoux, Neuroscientist
3-6. Lloyd deMause Childhood and History, The Neurobiology of
7. War as Righteous Rape and Purification, by Lloyd deMause
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