Lugar para compartir opiniones, y recomendaciones sobre los libros sobre maternidad y paternidad que siempre llevamos en la cabeza.

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por Juanma
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Carlos González
1.1 ¿Por que se despiertan de noche los bebés?
1.2 Mi niño no me come
1.3 Cuándo y cómo quitar los pañales
1.4 Niños que no quieren ir al cole
1.5 Tu hijo es una buena persona
1.6 Lactancia prolongada



1.1 ¿Por que se despiertan de noche los bebés?
La mayoría de los insectos, reptiles y peces tienen cientos de hijos, con la esperanza de que alguno sobreviva. Las aves y mamíferos, en cambio, suelen tener pocos hijos, pero los cuidan para que sobrevivan la mayoría. Los mamíferos, por definición, necesitan mamar, y por lo tanto ningún recién nacido puede sobrevivir sin su madre. Pero, según la especie, también necesitan a su madre para muchas otras cosas.

En algunas especies, el recién nacido es capaz de caminar en pocos minutos y seguir a su madre (¿quien no recuerda aquella escena encantadora en Bambi?). Eso ocurre sobre todo en los grandes herbívoros, como ovejas, vacas o ciervos. Estos animales viven en grupos que devoran rápidamente la hierba de una zona, y tienen que desplazarse cada día a un nuevo prado. Es necesario que la cría pueda seguir a su madre en estos desplazamientos.
Los pequeños herbívoros, como los conejos, pueden esconder a sus crías en una madriguera, salir a comer y volver varias veces al día para darles el pecho. Sus crías no caminan nada más nacer, sino que son indefensas durante los primeros días.

Lo mismo ocurre con la mayoría de los carnívoros, como los gatos, perros o leones. La madre sale a cazar dejando a sus indefensas crías escondidas. Las crías no nacen sabiendo, sino que aprenden, y esto es importante, porque les permite una mayor flexibilidad. Una conducta innata es siempre igual, una conducta aprendida puede adaptarse mejor a las condiciones del entorno, y perfeccionarse con la práctica. La primera vez que un ciervo ve a un lobo, debe salir corriendo. Si no lo hace bien, morirá, y por lo tanto no podrá aprender a hacerlo mejor. Por eso es lógico que los ciervos sepan correr en cuanto nacen. Los lobos sí que pueden aprender: la primera vez el ciervo se les escapa, pero con la práctica consiguen atraparlo. Los juegos de su infancia constituyen un aprendizaje para su vida adulta.

Los primates (los monos) parece ser que descendemos de animales que caminaban nada más nacer. Pero, al vivir en los árboles, tuvimos que hacer cambios. Bambi resbala varias veces antes de ponerse en pie; y eso no tiene importancia en el suelo. Pero, subido en una rama, un resbalón puede ser fatal. De modo que los monitos van todo el día colgados de su madre, hasta que son capaces de ir solos perfectamente, sin el menor error.

Pero es el monito el que se cuelga, activamente, de su madre, agarrándose con fuerza a su pelo con manos y pies, y al pezón con su boca (cinco puntos de anclaje). La madre puede correr de rama en rama, sin preocuparse de sujetar al niño.

¿Se atrevería usted a ir de rama en rama, o simplemente caminando por la calle, con su bebé a cuestas pero sin sujetarlo, ni con los brazos ni con ningún paño o correa? Claro que no. Para que un niño sea capaz de colgarse de su madre y sujetarse solo durante largo rato, probablemente debería tener al menos dos años. Ya nuestros primos más cercanos, los chimpancés, son incapaces de sujetarse solos al principio, y su madre tiene que abrazarlos, pero sólo durante las dos primeras semanas. La diferencia con nuestros hijos es abismal. Y para caminar (no para dar cuatro pasos a nuestro alrededor, como hacen al año, sino caminar de verdad, para seguirnos cuando vamos de compras, sin llorar y sin que tengamos que girar la cabeza cada segundo a ver si vienen o no), nuestros hijos tardan al menos tres o cuatro años.

Hasta los 12 o 14 años, es prácticamente imposible que los niños sobrevivan solos; y en la práctica, procuramos no dejarles solos hasta los 18 o 28 años. Los seres humanos son los mamíferos que durante más tiempo necesitan a sus padres, y dejan muy atrás al segundo clasificado.

Probablemente, esto se debe en parte a nuestra gran inteligencia. Como decíamos de los lobos, la conducta debe ser aprendida para ser inteligente, pues la conducta innata es puramente automática. Nuestros hijos tienen que aprender más que ningún otro mamífero, y por lo tanto tienen que nacer sabiendo menos.

¿Y qué tiene todo esto que ver con que los niños se despierten? Ya llega, ya llega. Ahora mismo veremos que tiene que ver todo lo anterior con la conducta de su propio hijo.

Empezábamos diciendo que hay crías que necesitan estar todo el rato con su madre, encima de ella o siguiéndola a poca distancia, y otras que se quedan escondidas, en un nido o madriguera, esperando a que su madre vuelva. Para saber a qué tipo pertenece un animal, basta con observar cómo se comporta una cría cuando su madre se va. Los que tienen que estar siempre juntos se ponen inmediatamente a llorar, y lloran y lloran (o hacen el ruido equivalente en su especie) hasta que su madre vuelve. Una cría de ganso, por ejemplo, aunque tenga agua y comida cerca, no come ni bebe, sino que sólo llora hasta que sus padres vuelven, o hasta la muerte. Sin sus padres, de todos modos no tardaría en morir, por lo que debe agotar toda su energía en llorar para que vuelvan. Y debe empezar a llorar inmediatamente, en cuanto se separa, porque cuanto más tarde en hacerlo más lejos estará, y por tanto más difícil será que le oiga. En cambio, un conejito o un gatito, cuando su madre se va, permanecen muy quietos y callados. Esa separación es normal en su especie, y si se pusieran a llorar podrían atraer a otros animales, lo que siempre es peligroso. ¿Cómo reacciona su hijo cuando usted le deja en la cuna y se aleja? Si, como hacían los míos, “se pone a llorar como si le matasen”, quiere decir que, en nuestra especie, lo normal es que los niños estén continuamente, las 24 horas, en contacto con su madre.

Y no es difícil imaginar que hace 50.000 años, cuando no teníamos casas, ni ropa, ni muebles, separarse de su madre significaba la muerte. ¿Se imagina a un bebé desnudo en el campo, al aire libre, expuesto al sol, a la lluvia, al viento y a las alimañas, sólo durante ocho horas, mientras su madre “trabaja” recogiendo frutas y raíces? Ni siquiera una hora podría sobrevivir en esas circunstancias. En tiempos de nuestros antepasados, los bebés estaban las 24 horas en brazos, y sólo se separaban de su madre para estar unos momentos en brazos de su padre, su abuela o sus hermanos. Y cuando empezaban a caminar lo hacían alrededor de su madre, y tanto la madre como el niño se miraban continuamente, y se avisaban mutuamente cuando veían que el otro se despistaba.

Hoy en día, cuando usted deja a su hijo en la cuna, sabe que no corre ningún peligro. No pasará frío, ni calor, ni se mojará, ni se lo comerá un lobo. Sabe que usted está a pocos metros, y le oirá si pasa algo y vendrá en seguida (o, si usted ha salido de casa, sabe que otra persona ha quedado de guardia, escuchando a pocos metros). Pero su hijo no sabe todo eso. Nuestros niños, cuando nacen, son exactamente iguales a los que nacían hace 50.000 años. Por si acaso, a la más mínima separación, lloran como si usted se hubiera ido para siempre. Más adelante, cuando empiece a comprender dónde está usted, cuándo volverá y quién le cuida mientras tanto, empezará a tolerar las separaciones con más tranquilidad. Pero aún faltan unos años.

Casi toda la conducta del bebé, que aún no ha aprendido nada, es instintiva, idéntica a la de nuestros remotos antepasados. Y la conducta instintiva de la madre también tiende a aparecer, aquí y allá, despuntando entre nuestras gruesas capas de cultura y educación.

Por eso, cuando vaya al parque con su hijo de tres años, ambos se comportarán de forma muy similar a sus antepasados. Usted mirará casi todo el rato a su hijo, y le avisará cuando se despiste (”ven aquí” “no vayas tan lejos”). Su hijo también le mirará con frecuencia, y si la ve despistada o hablando con otras personas se pondrá nervioso, incluso se enfadará, e intentará llamar su atención (”mira, Mamá, mira” “mira qué hago” “mira qué he encontrado”…)

Llegamos a la noche. Es un periodo particularmente delicado, porque si el niño duerme ocho horas, y la madre se ha ido durante este tiempo, cuando despierte puede estar a siete horas de marcha, y por más que llore no la oirá. Hay que montar la guardia. Durante las primeras semanas, nuestros hijos están tan completamente indefensos que es su madre la que debe encargarse de mantener el contacto. En aquellas raras culturas (como la nuestra) en que madre e hijo no duermen juntos, la separación hace que la madre esté muy intranquila, y sienta la necesidad imperiosa de ir a ver a su hijo cada cierto tiempo. ¿Qué madre no se ha acercado a la cuna “para ver si respira”? Claro que sabe que está respirando, claro que sabe que no le pasa nada, claro que sabe que su marido se reirá de ella por haber ido… pero no puede evitarlo, tiene que ir.

A medida que el niño crece, se va haciendo más independiente. Eso no significa que pase más tiempo solo, o que haga las cosas sin ayuda, porque el ser humano es un animal social, y no es normal que esté solo. Para un ser humano, la soledad no es independencia, sino abandono. La independencia consiste en ser capaces de vivir en comunidad, expresando nuestras necesidades para conseguir la ayuda de otros, y ofreciendo nuestra ayuda para satisfacer las necesidades de los demás. Ahora ya no hace falta que usted vaya a comprobar si su hijo respira o no; ¡él se lo dirá! Como se está haciendo independiente, será él quien monte guardia. Se despertará más o menos cada hora y media o dos horas, y buscará a su madre. Si su madre está al lado, la olerá, la tocará, sentirá su calor, tal vez mame un poco, y se volverá a dormir en seguida. Si su madre no está, se pondrá a llorar hasta que venga. Si Mamá viene en seguida, se calmará rápidamente. Si tarda en venir, costará mucho tranquilizarle; intentará mantenerse despierto, como medida de seguridad, no sea que Mamá se vuelva a perder.

Es aquí donde la vida real no coincide con los libros, porque a las madres les han dicho que, a medida que su hijo crezca, cada vez dormirá más horas seguidas. Y muchas se encuentran con la sorpresa de que es todo lo contrario. No es “insomnio infantil”, no son “malos hábitos”, simplemente es una conducta normal de los niños durante los primeros años. Una conducta que desaparecerá por sí sola, no con “educación” ni “entrenamiento”, sino porque el niño se hará mayor y dejará de necesitar la presencia continúa de su madre.

Si cada vez que su hijo llora usted acude, le está alentando a ser independiente, es decir, a expresar sus necesidades a otras personas y a considerar que “lo normal” es que le atiendan. Eso le ayudará a ser un adulto seguro de sí mismo e integrado en la sociedad.

Si cuando su hijo llora usted le deja llorar, le está enseñando que sus necesidades no son realmente importantes, y que otras personas “más sabias y poderosas” que él pueden decidir mejor que él mismo lo que le conviene y lo que no. Se hace más dependiente, porque depende de los caprichos de los demás y no se cree lo suficientemente importante para merecer que le hagan caso.

Una infancia feliz es un tesoro que dura para siempre, que nadie podrá jamás arrebatarte. La infancia de su hijo está ahora en sus manos.



1.2 Mi niño no me come
Pautas orientativas para padres de niños que, aparentemente, no comen bien.

1.2.1 No obligar nunca a comer a un niño
Un adulto puede que se niegue a probar bocado por los dictados de la moda pero a un crío aún no le pesan las normas sociales. Por tanto no se debe insistir en que el niño trague a toda costa.

1.2.2 Cuánta cantidad de comida es necesaria
Cada uno de nosotros necesita un aporte calórico distinto, razón por la que la alimentación no puede tomarse como una ciencia exacta. Unos zampan como elefantes mientras otros comen como pajaritos. ¿Por qué entonces se intenta medir a los niños por el mismo rasero? Un niño de año y medio puede que necesite comer la misma cantidad que un bebé de nueve meses.

1.2.3 ¿Seguro que no come nada?
Para la mayoría de los padres no comer nada significa que su hijo no engulle lo que ellos creen que necesita. Quizá si su medida fuera medio plato en vez de uno repleto hasta el borde cambiaría su percepción.

1.2.4 Los que de verdad no comen
Las enfermedades y los celos provocan un rechazo a la comida que suele ser transitorio y una vez solucionado el problema regresa el apetito.

1.2.5 El trabajo de mamá
El regreso laboral de mamá origina en ciertos bebés una negativa a alimentarse si no lo hace su madre. Pueden no consumir nada en ocho horas y luego ponerse las botas cuando ella regresa.

1.2.6 Un asunto de honor
Los padres, sobre todo las madres, suelen vivir la inapetencia como un agravio personal. Otras consideran un deber atiborrar a su hijo.

1.2.7 Culpabilidad
Frustración y un terrible sentimiento de no saber cumplir como lo hicieron con ella, fustigan a muchas madres para quienes la hora de la comida es un calvario.

1.2.8 Niños incomprendidos
Imagínese qué pensará su hijo. Él, que sólo cuenta con el cariño de sus padres, de repente se ve atacado por aquellos en quienes confía, que insisten en cebarle cuando ya no le entra más y encima se enfadan y le gritan.

1.2.9 La prueba definitiva
Coma en proporción a lo que da a su hijo. Si el niño pesa 10 kilos y engulle un plato, tráguese usted cinco o seis raciones. Seguro que revienta.

1.2.10 Pecho "for ever" y a libre demanda
La leche materna es el alimento más completo y nutritivo. Si el niño no pierde peso es conveniente alargar la lactancia hasta el año o los dos años. Siempre sin imposición de horarios, porque él ya lo pedirá cuando lo necesite.

1.2.11 Las papillas
Nunca se debe sustituir el pecho por la infundada creencia de que los cereales alimentan más. Cuando los niños ya degustan papillas hay que saber que casi ninguno logra terminarse la medida recomendada porque es simplemente una orientación, no un dictado.

1.2.12 Horror a las verduras
El pequeño estómago de los niños admite pequeñas cantidades, o sea, muchas calorías en poco volumen. Las verduras contienen mucha fibra y escasas calorías, por lo que les enguachina pero no les sacia. Apenas unas cucharadas serán suficientes para que le saquen el gusto.

1.2.13 La papilla de frutas
Con las frutas viene a suceder lo mismo que con las verduras. Si el crío las rechaza pruebe a darle una manzana a mordiscos o una pera en trocitos, por ejemplo. Las recomendaciones y mezclas frutales del pediatra no tienen por qué ir a misa.

1.2.14 Respetar el sueño
Algunos padres enchufan a sus hijos el biberón mientras éstos duermen y después se quejan de que no comen cuando están despiertos. ¡Pero si ya se han alimentado!

1.2.15 Chucherías prohibidas
Al margen de que el niño coma o no coma, los dulces y las famosas chucherías sólo una vez al año para que no hagan daño.

1.2.16 La crisis del año
Justo a los 12 meses se frena la velocidad de crecimiento y por tanto no precisan la misma cantidad de alimento. A partir de los cinco años aumentarán el gasto energético y las necesidades.

1.2.17 El percentil
Las gráficas de peso traen fritos a los padres. En cada país se elabora una distinta y nunca coinciden entre ellas. ¿Quiere eso decir que según el lugar del mundo en que pesen a su hijo estará por encima o debajo de la media?

1.2.18 Defensas infantiles
Los más pequeños se defienden ante la indigesta ofensiva paterna a base de hacer bola, escupir e incluso vomitar. Nunca se niegan por capricho. Evolutivamente los críos tienden a rechazar los sabores desconocidos por simple supervivencia.

1.2.19 Un dragón llamado alergia
La alergia puede provocar la negativa del niño a ingerir ciertos alimentos como la leche, el gluten, el huevo o cualquier otro incompatible con su inmaduro organismo. Por eso es conveniente no obligar a comer.

1.2.20 Estimulantes del apetito
Los tónicos estimulantes contienen psicofármacos que actúan sobre el centro cerebral del apetito y su efecto desaparece en cuanto se deja el medicamento. Poco aconsejables salvo excepciones.

1.2.21 Cómo introducir los alimentos
A partir de los seis meses se pueden ir probando nuevos sabores con gran precaución y muy lentamente.

1.2.22 Estrategias
No guardar la comida para la cena. Ponerle en el plato sólo lo que suela tomar aunque sean tres cucharadas, si tiene hambre pedirá más. Evitar las broncas y los sobornos.

1.2.23 Vegetarianos
Cuando los padres son vegetarianos los niños pueden vivir perfectamente con una dieta ovo-lacto-vegetariana.

1.2.24 Acostumbrarse a comer de todo
Obligarle a comer un determinado alimento es la mejor forma de lograr que lo odie para el resto de su vida. Si no se le fuerza acabará probándolo.

1.2.25 Comer solo
Un niño se puede negar a comer porque quiere meterse él mismo el alimento en la boca y no se lo permiten. Aunque se estire la hora del almuerzo y ponga todo perdido es preferible concederles cierta independencia.



1.3 Cuándo y cómo quitar los pañales
Muchas veces se habla de “aprendizaje del control de esfínteres” y eso deja a los padres vagamente intranquilos.

Porqué, aparentemente, un aprendizaje requiere una enseñanza. ¿Quién y cómo ha de enseñar al niño a controlar sus esfínteres, sea eso lo que sea? Pues no, aprender a no hacerse pipi encima, lo mismo que aprender a caminar, a sentarse o a hablar, son cosas que no requieren estudio ni enseñanza.

Existen niños de diez años y también adultos que no saben leer o que no tocan el piano porque nadie les enseñó. Los padres tienen que hacer algo (enseñar a su hijo o buscarle un profesor o una escuela) si quieren que aprenda esa y muchas otras cosas. Pero no hay niños de diez años que no sepan caminar, sentarse o hablar, o que se hagan pipi encima (despiertos).

Todos los niños sanos (y buena parte de los enfermos) controlan perfectamente el pipi (de día) y la caca a los cuatro años o bastante antes. Por lo tanto, la pregunta no es “¿qué tengo que hacer para que mi hijo aprenda a usar el retrete?”, pues haga usted lo que haga, tanto si lo hace todo “bien” como si lo hace todo “mal”, o incluso aunque no haga nada de nada, su hijo aprenderá. La pregunta es “¿qué puedo hacer para que mi hijo no sufra mientras aprende a usar el retrete?” Y la respuesta es “más vale que no haga nada”. O que haga lo menos posible.

Cuando los padres hacen algo, cuando sientan al niño a ciertas horas en el orinal, cuando le obligan a estar sentado hasta que hace algo, cuando le riñen si se lo hace encima, a la larga el niño aprenderá también a ir al retrete, pero será desgraciado en el proceso (y sus padres también). En casos extremos, es probable que ciertas “enseñanzas” desafortunadas puedan retrasar el aprendizaje o producir en el niño un rechazo a defecar que se convertirá en estreñimiento.

Pero si no le quitamos nunca el pañal, ¿cómo aprenderá? ¿No seguirá llevando pañal toda la vida? Lo dudo. No conozco a nadie que haya hecho la prueba; pero sospecho que, incluso si los padres no tomasen nunca la iniciativa, todos los niños acabarían por arrancarse el pañal ellos mismos.
Nadie va con pañal por la calle a los quince años. Pero el caso es que los pañales cuestan dinero y cambiarlos cuesta un esfuerzo, y casi todos los padres hacen, antes o después, un esfuerzo para quitar el pañal a sus hijos. En principio, eso no debería traer ningún problema.

El pañal es algo totalmente artificial, un invento relativamente reciente que no busca la comodidad del niño, sino la de sus padres. Los niños no necesitan pañal. Muchos padres le quitan a su hijo el pañal en verano y que sea lo que Dios quiera. Incluso antes del año, cuando saben que es imposible que el bebé controle el pipi y la caca de forma voluntaria. Para hacerlo, por supuesto, es conveniente no tener alfombras ni moquetas en casa, y es necesario estar dispuesto a fregar cualquier rincón en cualquier momento, sin el menor reproche.

Así se ahorra el niño algunas escoceduras por el calor y los padres mucho dinero en pañales. Al final del verano, si (como era de esperar) el niño se lo sigue haciendo todo encima, se le vuelve a poner el pañal y tan contentos. En el primer verano después de los dos años, cuando de verdad hay alguna esperanza de cambio, los padres pueden explicarle al niño lo que se espera de él: “Cuando tengas ganas de hacer pipi o caca, avisa. “ Pero, por supuesto, no se harán pesados preguntando cada media hora (basta con que lo expliquen una vez en junio o, como mucho, cada quince días), ni lo sentarán en el orinal cuando no lo ha pedido, ni le reñirán o criticarán ni se burlarán de él por los escapes o por las falsas alarmas, ni mostrarán impaciencia.

Puede ser útil preguntarle si prefiere usar el retrete, como papá y mamá, o un orinal (y que elija el que más le gusta) o un adaptador para el retrete.

Mientras no haya un mínimo control, es prudente ponerle el pañal para salir a la calle. Algunos niños logran el control en este verano, otros en el siguiente. Algunos, por supuesto, alcanzan la madurez entre medias y piden que se les quite el pañal en invierno (“¿Estás seguro?” “Sí. “ “Bueno, vamos a hacer la prueba. “) Quitar el pañal, decíamos, no habría de traer ningún problema, pero a veces lo trae. Incluso sin obligarles, sin reñirles, sin ponerse pesado y sin hacer comentarios ofensivos, algunos niños se niegan a que les quiten el pañal.

Están tan acostumbrados a llevarlo, que no se imaginan la vida sin él. Explíquele a su hijo que no importa que se haga pipi o caca en cualquier sitio, que no se va a enfadar. Pero si a pesar de todo le pide un pañal, póngaselo sin rechistar. Al fin y al cabo, la idea no fue suya; fueron sus padres los que decidieron ponerle pañal cuando nació y no es culpa del pobre chico si se ha acostumbrado.

Es posible que un niño que al año y medio se dejó quitar el pañal, se niegue a los dos años y medio. No insista, no atosigue, simplemente dígale: “Bueno, cuando quieras que te lo quite, avisa”, y ya está. Algunos niños están contentos de ir sin pañal, pero se sienten incapaces de usar el orinal. Notan que van a hacer algo, avisan, pero no quieren sentarse en ningún sitio. Quieren el pañal. A veces, durante una temporada, hay que ponerles un pañal cada vez que han de hacer pipi o caca. A algunos, que juegan desnudos en la playa, hay que ponerles un pañal para que hagan pipi. No se asombre, no se queje, no se ría. Póngale el pañal sin discutir, que ya falta bien poco.

Algunos niños, más tímidos, no se atreven a pedir el pañal, pero tampoco a usar el orinal, e intentan retenerse lo más posible. Algunos llegan a sufrir estreñimiento. Si observa que su hijo deja de hacer caca cuando le quitan el pañal, pruebe a ponérselo otra vez (incluso si no lo ha pedido). No es malo volver a usar el pañal después de unos días o meses sin él. No es un paso atrás ni un retroceso, ni le hace ningún daño al niño. A no ser, claro, que él se niegue. Nos vamos ahora al otro extremo, al del niño que no es capaz de controlarse, pero insiste en que le quiten el pañal o en que no se lo vuelvan a poner si se lo habían quitado en verano.

Como siempre, es importante hablar con el niño y ser respetuoso. Si sólo hay fallos ocasionales, es mejor hacerle caso. Si el control es nulo, tal vez pueda convencerle de que se lo deje poner. Pero si se niega en redondo, si llora para que no le pongan el pañal, si lo vive como un fracaso o una humillación, es mejor también hacerle caso, tal vez intentar llegar a una solución de compromiso (“puedes ir sin pañal por casa, pero si salimos a pasear te lo has de poner”).

A veces hay que renunciar a salir de casa durante unas semanas para no tener un drama, lo que no deja de ser una lata. Por eso es importante no ponerse pesados con el asunto, no lanzar indirectas y puyas, que nadie le vaya diciendo al pobre niño “qué vergüenza, tan mayor y con pañales”, “a ver si aprendes a ir al retrete de una vez”, “si te lo vuelves a hacer encima, te tendré que poner pañales como a una niña pequeña” y otras lindezas. Nunca hay que hablar así a un niño, ni en este tema ni en otros. Todos los niños normales saben controlarse de día, sin necesidad de enseñarles nada.

Si su hijo se sigue haciendo caca o pipi encima después de los cuatro años (salvo algún accidente muy de tarde en tarde con el pipi), consulte al pediatra. Cuando hay problemas, con frecuencia son de origen psicológico (a veces debido precisamente a intentos de “enseñarles” a usar el orinal por las malas y otras veces, manifestación de otros conflictos o de celos). En algunos casos, la defecación involuntaria (encopresis) es consecuencia del estreñimiento: se forma una bola que irrita la mucosa rectal y produce una falsa diarrea. El niño no lo hace a propósito, y las burlas y castigos no harán más que empeorar el problema. Pero las noches son muy distintas.

Aunque muchos niños pueden dormir secos a los tres años, otros muchos se hacen pipi en la cama (enuresis nocturna) hasta la adolescencia o incluso toda la vida. Durante la Primera Guerra Mundial, el 1 por ciento de los reclutas norteamericanos fue declarado no apto para el servicio por enuresis. La enuresis nocturna casi nunca tiene causa orgánica o psicológica, sino que depende de la maduración neurológica y de las características genéticas (va por familias). Algunos niños consiguen no hacerse pipi en un día especial (por ejemplo, en casa de un amigo), a costa de pasar la noche prácticamente en vela. Por supuesto, no pueden hacerlo muchos días seguidos.

Por desgracia, algunos padres no comprenden el enorme esfuerzo que han hecho y se lo echan en cara (“en casa de Pablo bien que espabilaste, pero aquí no te preocupas, claro, como estoy yo para lavar sábanas”). Este tipo de comentarios, además de cruel, es falso.

Hace poco, una madre comentaba en un foro de Internet que su hija de siete años se hacía pis en la cama. Otra madre le contestaba así:

Yo estuve haciéndome pis hasta los dieciséis años, y peor que me sentía y más acomplejada que nadie… Me tiraba las noches en vela para no mojar la cama, y en cinco minutos que el sueño me rendía, me hacía pis; estaba desde el medio día sin beber nada, era horrible, y seguía haciéndome pis; me levantaba por la noche a lavar mis sábanas para que no se enteraran… No la regañes, no la responsabilices, es una enfermedad, de pronto un día dejé de hacérmelo. Mi hijo mayor se hizo pis hasta los trece años…

Quisiera explicar aquí una anécdota, en homenaje a un gran pediatra japonés, el Dr. Itsuro Yamanouchi, de Okayama. Visité su hospital en 1988, y me fascinó aquel sabio humilde que seguía atendiendo consultas externas de pediatría a pesar de ser director de un gran hospital. Le acompañé una tarde en su consulta, y él me explicaba en inglés lo que ocurría.
“Este niño tiene seis años, y se hace pipi en la cama. Le he explicado a la madre que eso es normal, que no hay que hacer nada, y que yo me hice pipi hasta los siete años.”
“¡Qué casualidad!” respondí en mi inglés vacilante. “Yo también me hice pipi hasta los siete años.”
El Dr. Yamanouchi se apresuró (para mi sorpresa) a traducir mis palabras, y la madre me miró con más sorpresa aún y se deshizo en reverencias y agradecimientos. Un rato después, otra madre, mientras escuchaba las palabras del médico, me miró también con asombro y me hizo otra reverencia.
“Este niño de diez años también se hace pipi en la cama. Le he explicado a la madre que yo me hice pipi hasta los once años, y tú hasta los siete.”
“Pero… ¿no me dijo usted que también se había hecho hasta los siete?”
“Bueno” sonrió el Dr. Yamanouchi, “yo siempre les digo un año más.”



1.4 Niños que no quieren ir al cole
1.4.1 Introducción
Empezar a ir a la escuela es un cambio importante en la vida de todos los niños: personas nuevas, normas y horarios diferentes...Como todo proceso adaptativo, la escolarización debe hacerse paulatinamente. Tener en cuenta su grado de madurez es la clave para evitar que el niño sufra.

La mayor parte de los alumnos de infantil y primaria -entre los 3 y los 12 años- se lo pasan bien en la escuela. Raramente lloran en la puerta o se agarran a los brazos de su madre o de su padre. Pronto entran en la escuela sin volver la vista atrás. Los padres acaban renunciando a exigir un beso de despedida "¡Qué vergüenza, delante de mis compañeros!", y el día menos pensado te ruegan que dejes de acompañarlos.

Aunque ocasionalmente puedan quejarse de algún compañero, de alguna "injusticia" de los profesores o de la dificultad de algún ejercicio, van a la escuela con ilusión y sin oponer resistencia. Aún más, a principios de septiembre se aburren tanto en casa que desean volver al cole.

Pero esta situación no es siempre así. Algunos niños sufren en la escuela o se niegan a ir. ¿Cómo podemos ayudarles?

1.4.2 ¿Seguro que está listo?
Naturalmente, no todos los niños crecen a la misma velocidad. A los tres o cuatro años hay niños que todavía no están preparados para separarse de sus padres, del mismo modo que los hay que, con dos años, son más independientes. A veces, en los primeros días de clase, se observa un efecto paradójico: niños que ya habían ido antes a la guardería lloran desconsoladamente, mientras que otros que habían estado siempre en casa, entran -y salen- contentos.

Y es que separarse de la madre sin angustia no es algo que se aprenda, no sirve "acostumbrarse" ni "practicar". Es una cuestión de maduración, de edad. Con un año, no quieren separarse ni un momento de ella; a los cinco aceptan hacerlo; y a los quince, están deseando hacer y deshacer por su cuenta.

1.4.3 Empezar con buen pie
Al niño que separamos de su madre demasiado pronto, lejos de "acostumbrarlo", podemos dejarle el recuerdo de una triste experiencia. No teme a la escuela sino al lugar donde lo pasó tan mal de pequeño. En cambio, el que espera feliz con su familia y sólo va al cole cuando está realmente preparado no tiene malas experiencias que recordar.

Cuando el problema es la corta edad, el tiempo es el mejor remedio. No se trata de "cómo conseguir que mi hija vaya a la escuela contenta", porque eso ocurrirá al cabo de unos meses, aunque no hagamos nada de nada. El problema es "en estos meses que faltan hasta que mi hija vaya a la escuela contenta, cómo conseguir que sufra lo menos posible".

En muchas ocasiones, bastará un poco de comprensión y unas palabras de ánimo. Es importante aceptar la ansiedad del niño - "El primer día da un poco de miedo, ¿verdad?- , explicarle qué hará en la escuela, con quién estará, quién vendrá a recogerle y cuándo. No negar su angustia -"No te pongas así que nadie te ha hecho nada", "Pero si no pasa nada, tonto"- y mucho menos, ridiculizarlo- "Parece mentira, un niño tan grande llorando, qué va a pensar la señorita", "Los otros niños no tienen miedo, eres el único que llora".

Al salir de la escuela, puede que el niño exija más brazos y más atención de la habitual y se pegue como una lapa, o que se muestre malhumorado, gritando, rehuyendo la mirada, protestando por todo. Es importante comprender que éstas son las respuestas normales a la separación, que nuestro hijo necesita comportarse así para sentir que le siguen queriendo y para recuperar la seguridad. Es importante darle esos brazos y esa atención que pide, y tolerar su mal humor sin reñirle ni castigarle.

Una respuesta fría y distante - "Camina que para eso tiene los pies","No seas pesada", "Ahora te estás por tanto como un bebé, mamá está enfadada"... - justo en el momento que más nos necesitan, no hace más que empeorar las cosas.

En otros casos no basta con buenas palabras. Hay niños que lo pasan realmente mal. Si las circunstancias laborales y familiares permiten otra opción -quedarse un tiempo en casa, o con los abuelos-, es bueno ofrecerla: "si quieres, mañana te quedas en casa en vez de ir al cole".

Muchas veces, el niño declina la invitación: la seguridad de saber que existe una salida, que sus padres le comprenden y se lo toman en serio, le da el valor para continuar. Otros niños necesitarán quedarse en casa durante unos días o semanas. ¿No será eso un paso atrás, no estaremos contribuyendo a que se enquiste la situación y no se adapte nunca a la escuela? Al contrario: ir un día tras otro, llorando y sufriendo, es lo que puede enquistar la situación.

Algunos niños parece que estén contentos el primer trimestre, pero en enero se desmoronan. No debemos pensar que es una tomadura de pelo o un retroceso. Tal vez las vacaciones navideñas les han recordado lo que podía haber sido y no fue: habían llegado a aceptar que "Hay que ir al cole porque papá y mamá trabajan y no hay nadie más que me pueda cuidar", y de pronto descubren que mamá sí estaba en casa -por ejemplo, si la madre tiene vacaciones- o bien que hay otra alternativa y alguien les ha cuidado cuando no había escuela.

1.4.4 Frente al acoso escolar
Claro que también puede haber motivos más duros para no querer ir al cole. Puede haber un "matón" o un grupo de "matones" que mantiene aterrorizados a los demás niños. Puede haber problemas con chicos mayores, a la hora del patio en la entrada al recinto escolar. Unos niños pueden convertirse en víctimas por algún defecto físico, por su torpeza en los juegos, por problemas de aprendizaje o por no llevar ropa de marca; otros, por todo lo contrario, por "empollones","pijos"...No se habla tanto del acoso o los malos tratos por parte de los profesores, pero también se da. Los niños maltratados por su compañeros o profesores pueden callar o incluso negar que han sufrido reiteradamente esos maltratos. Será entonces cuestión de investigarlo.

El rechazo a la escuela no siempre es explícito. Algunos niños tienen, con demasiada frecuencia, dolores de cabeza o de barriga que desaparecen misteriosamente a los pocos minutos si se quedan en casa. No siempre están fingiendo. Un niño tiene tanto derecho como un adulto a somatizar, a sentir verdadero dolor de cabeza por estrés. De todos modos, tanto el niño que finge como el que de verdad se siente mal tiene un problema y necesitan comprensión y ayuda, no castigos o sermones.

Lo primero, claro, es preguntarle qué le ha pasado, por qué no quiere ir a la escuela. El problema es que no siempre lo explican, porque no quieren o porque no pueden. Habrá que hablar, entonces, con sus profesores y con otros padres. ¿Ha habido algún problema con los estudios, con los exámenes, con la disciplina? ¿Hay otros niños en clase que no quieran ir a la escuela o que han cambiado de humor o de conducta en los últimos meses? ¿Hay rencillas personales, peleas e insultos entre compañeros? ¿Conflictos con el personal docente?

1.4.5 Buscar alternativas
Los problemas leves se resuelven pronto con paciencia, apoyo y cariño. Pero no siempre es tan fácil. Si el problema es general, la acción conjunta de varias familias, respaldadas si es preciso por psicólogos y pediatras, pueden conseguir cambios en la conducta de la persona conflictiva... o su expulsión.

Pero a veces se trata de una incompatibilidad personal. Algunos niños necesitan un cambio de aires: otros profesores, otros compañeros, otros métodos educativos. Y a algunos, sencillamente, la escuela no les funciona. Si aceptamos que un adulto quiera ser camionero, vendedor o cantante y que aborrezca el trabajo de oficina, ¿por qué a todos los niños les va a convenir estudiar en el mismo ambiente, con las mismas normas, métodos y horarios?

De hecho, a juzgar por las estadísticas de fracaso escolar, son muchos los niños a los que la escuela no les sirve. Tal vez por eso hay familias que optan por educar a sus hijos en casa (véase www.educacionlibre.org).

En último término, en caso de conflicto, los padres tenemos que recordar que nuestra lealtad y nuestro deber están con nuestros hijos, no con el sistema educativo.



1.5 Tu hijo es una buena persona
Cuando una esposa afirma que su marido es muy bueno, probablemente es un hombre cariñoso, trabajador, paciente, amable... En cambio, si una madre exclama "mi hijo es muy bueno", casi siempre quiere decir que se pasa el día durmiendo, o mejor que "no hace más que comer y dormir" (a un marido que se comportase así le llamaríamos holgazán). Los nuevos padres oirán docenas de veces (y pronto repetirán) el chiste fácil: "¡Qué monos son... cuando duermen!"

Y así los estantes de las librerías, las páginas de las revistas, las ondas de la radio, se llenan de "problemas de la infancia": problemas de sueño, problemas de alimentación, problemas de conducta, problemas en la escuela, problemas con los hermanos... Se diría que cualquier cosa que haga un niño cuando está despierto ha de ser un problema.

Nadie nos dice que nuestros hijos, incluso despiertos (sobre todo despiertos), son gente maravillosa; y corremos el riesgo de olvidarlo. Aún peor, con frecuencia llamamos "problemas", precisamente, a sus virtudes.

1.5.1 Tu hijo es generoso
Marta juega en la arena con su cubo verde, su pala roja y su caballito. Un niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se sienta a su lado y, sin mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera del caballito, momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide que en realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera de forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a preguntarse si su decisión habrá sido la correcta. ¡El cubo parece ahora tan divertido!

Tal vez la mamá de Marta piense que su hija "no sabe compartir". Pero recuerde que el caballito y el cubo son las más preciadas posesiones de Marta, digamos como para usted el coche. Y unos minutos son para ella una eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche, y un desconocido, sin mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos tardaría usted en empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no le quepa duda, son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las nuestras.

1.5.2 Tu hijo es desinteresado
Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene calor, no tiene sed, no le duele nada... pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más quiere?

La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por el calor, ni por el agua. La quiere por sí misma, como persona. ¿Preferiría acaso que su hijo la llamase sólo cuando necesitase algo, y luego "si te he visto no me acuerdo"? ¿Preferiría que su hijo la llamase sólo por interés?
El amor de un niño hacia sus padres es gratuito, incondicional, inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo, ni merecerlo. No hay amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra que estudió los problemas de los delincuentes juveniles y de los niños abandonados, observó que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus padres.

Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos involucrarnos. Nadie duda en acudir de inmediato cuando su hijo dice "hambre", "agua", "susto", "pupa"; pero a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer oídos sordos cuando sólo dice "mamá". Así, muchos niños se ven obligados a pedir cosas que no necesitan: infinitos vasos de agua, abrir la puerta, cerrar la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz, mirar debajo de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo... Se ven obligados porque, si se limitan a decir la pura verdad: "papá, mamá, venid, os necesito", no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién?

1.5.3 Tu hijo es valiente
Está usted haciendo unas gestiones en el banco y entra un individuo con un pasamontañas y una pistola. "¡Silencio! ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!" Y usted, sin rechistar, se tira al suelo y se pone las manos en la nuca. ¿Cree que un niño de tres años lo haría? Ninguna amenaza, ninguna violencia, pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere. Y mucho menos a dejar de llorar cuando está llorando. Todo lo contrario, a cada nuevo grito, a cada bofetón, el niño llorará más fuerte.

Miles de niños reciben cada año palizas y malos tratos en nuestro país. "Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo callar" es una explicación frecuente en estos casos. Es la consecuencia trágica e inesperada de un comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus padres se enfadan, sino que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más atención. Lo que hace que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen los niños, en cambio, de un desconocido que les amenaza.

Los animales no se enfadan con sus hijos, ni les riñen. Todos los motivos para gritarles: sacar malas notas, no recoger la habitación, ensuciar las paredes, romper un cristal, decir mentiras... son exclusivos de nuestra especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años había muy pocas posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza, los padres sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y por eso la conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el padre o la madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor intensidad cuanto más enfadados están los progenitores.

1.5.4 Tu hijo sabe perdonar
Silvia ha tenido una rabieta impresionante. No se quería bañar. Luchaba, se revolvía, era imposible sacarle el jersey por la cabeza (¿por qué harán esos cuellos tan estrechos?). Finalmente, su madre la deja por imposible. Ya la bañaremos mañana, que mi marido vuelve antes a casa; a ver si entre los dos...

Tan pronto como desaparece la amenaza del baño, tras sorber los últimos mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá, Silvia está como nueva. Salta, corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por caer simpática. El cambio es tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que todavía estará enfadada durante unas horas. "¿Será posible?" "Mírala, no le pasa nada, era todo cuento".

No, no era cuento. Silvia estaba mucho más enfadada que su madre; pero también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es rencorosa. Cuando Papá llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? ("Mamá se ha estado portando mal..."). El perdón de los niños es amplio, profundo, inmediato, leal.

1.5.5 Tu hijo sabe ceder
Jordi duerme en la habitación que sus padres le han asignado, en la cama que sus padres le han comprado, con el pijama y las sábanas que sus padres han elegido. Se levanta cuando le llaman, se pone la ropa que le indican, desayuna lo que le dan (o no desayuna), se pone el abrigo, se deja abrochar y subir la capucha porque su madre tiene frío y se va al cole que sus padres han escogido, para llegar a la hora fijada por la dirección del centro. Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla cuando le preguntan, sale al patio cuando le indican, dibuja cuando se lo ordenan, canta cuando hay que cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la maestra le diga que ya es la hora) vendrán a recogerle, para comer algo que otros han comprado y cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de que él naciera.

Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide un " Tontachante", "la tontería que se engancha y es un poco repugnante", y que todos los de su clase tienen ya. "Vamos, Jordi, que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una birria?" "¡Yo quiero un Tontachante, yo quiero, yo quiero...!" Ya tenemos crisis.

Mamá está confusa. Lo de menos son los 20 duros que cuesta la porquería ésta. Pero ya ha dicho que no. ¿No será malo dar marcha atrás? ¿Puede permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos los libros, todos los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que los niños han de aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles límites para que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se salga siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo comenzará una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al suicidio.

Seamos serios, por favor. Los niños viven en un mundo hecho por los adultos a la medida de los adultos. Pasamos el día y parte de la noche tomando decisiones por ellos, moldeando sus vidas, imponiéndoles nuestros criterios. Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una sonrisa en los labios, sin ni siquiera plantearse si existen alternativas. Somos nosotros los que nos "salimos con la nuestra" cien veces al día, son ellos los que ceden. Tan acostumbrados estamos a su sumisión que nos sorprende, y a veces nos asusta, el más mínimo gesto de independencia. Salirse de vez en cuando con la suya no sólo no les va hacer ningún daño, sino que probablemente es una experiencia imprescindible para su desarrollo.

1.5.6 Tu hijo es sincero
¡Cómo nos gustaría tener un hijo mentiroso! Que nunca dijera en público "¿Por qué esa señora es calva?" o ¿Por qué ese señor es negro?" Que contestase "Sí" cuando le preguntamos si quiere irse a la cama, en vez de contestar "Sí" a nuestra retórica pregunta "¿Pero tú crees que se pueden dejar todos los juguetes tirados de esta manera?"

Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les gusta decir la verdad. Cuesta años quitarles ese "feo vicio". Y, entre tanto, en este mundo de engaño y disimulo, es fácil confundir su sinceridad con desafío o tozudez.

1.5.7 Tu hijo es un buen hermano
Imagínese que su esposa llega un día a casa con un guapo mozo, más joven que usted, y le dice: "Mira, Manolo, este es Luís, mi segundo marido. A partir de ahora viviremos los tres juntos, y seremos muy felices. Espero que sepas compartir con él tu ordenador y tu máquina de afeitar. Como en la cama de matrimonio no cabemos los tres, tú, que eres el mayor, tendrás ahora una habitación para ti sólito. Pero te seguiré queriendo igual". ¿No le parece que estaría "un poquito" celoso? Pues un niño depende de sus padres mucho más que un marido de su esposa, y por tanto la llegada de un competidor representa una amenaza mucho más grande. Amenaza que, aunque a veces abrazan tan fuerte a su hermanito que le dejan sin aire, hay que admitir que los niños se toman con notable ecuanimidad.

1.5.8 Tu hijo no tiene prejuicios
Observe a su hijo en el parque. ¿Alguna vez se ha negado a jugar con otro niño porque es negro, o chino, o gitano, o porque su ropa no es de marca o tiene un cochecito viejo y gastado? ¿Alguna vez le oyó decir "vienen en pateras y nos quitan los columpios a los españoles"? Tardaremos aún muchos años en enseñarles esas y otras lindezas.

1.5.9 Tu hijo es comprensivo
Conozco a una familia con varios hijos. El mayor sufre un retraso mental grave. No habla, no se mueve de su silla. Durante años, tuvo la desagradable costumbre de agarrar del pelo a todo aquél, niño o adulto, que se pusiera a su alcance, y estirar con fuerza. Era conmovedor ver a sus hermanitos, con apenas dos o tres años, quedar atrapados por el pelo, y sin gritar siquiera, con apenas un leve quejido, esperar pacientemente a que un adulto viniera a liberarlos. Una paciencia que no mostraban, ciertamente, con otros niños. Eran claramente capaces de entender que su hermano no era responsable de sus actos.

Si se fija, observará estas y muchas otras cualidades en sus hijos. Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso, coméntelas con otros familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años ("De pequeño eras tan madrugador, siempre te despertabas antes de las seis...") La educación no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar virtudes. En potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.

1.5.10 La semilla del bien
Observando el comportamiento de niños de uno a tres años en una guardería, unos psicólogos pudieron comprobar que, cuando uno lloraba, los otros espontáneamente acudían a consolarle. Pero aquellos niños que habían sufrido palizas y malos tratos hacían todo lo contrario: reñían y golpeaban al que lloraba. A tan temprana edad, los niños maltratados se peleaban el doble que los otros, y agredían a otros niños sin motivo ni provocación aparente, una violencia gratuita que nunca se observaba en niños criados con cariño.

Oirá decir que la delincuencia juvenil o la violencia en las escuelas nacen de la "falta de disciplina", que se hubieran evitado con "una bofetada a tiempo". Eso son tonterías. El problema no es falta de disciplina, sino de cariño y atención, y no hay ningún tiempo "adecuado" para una bofetada. Ofrézcale a su hijo un abrazo a tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad necesita.



1.6 Lactancia prolongada
Las madres que siguen dando el pecho después del año se enfrentan con numerosos problemas, sobre todo debido a las críticas de quienes creen que eso “no es normal” y las amenazan con todo tipo de enfermedades y catástrofes.

En realidad, no se conoce cuál es la edad “natural” del destete en el ser humano. Cada cultura tiene al respecto sus propias costumbres, aunque desde luego ninguna desteta tan pronto como la cultura occidental del siglo XX.

1.6.1 Edad del destete
La antropóloga norteamericana Katherine Dettwyler (1) ha abordado la cuestión desde la zoología comparada, extrapolando una hipotética edad del destete en el ser humano a partir de los datos referentes a otros primates, a partir de varios parámetros que se correlacionan de forma más o menos exacta con la lactancia:

1.6.1.1 Según el peso al nacer
Suele decirse que los mamíferos se destetan cuando han triplicado su peso al nacer. Esto sólo es válido para los animales pequeños; los animales de tamaño parecido al nuestro se destetan tras cuadruplicar el peso al nacer, lo que sería aproximadamente a los dos años y medio.

1.6.1.2 Según el peso del adulto
Muchos mamíferos se destetan al alcanzar aproximadamente la tercera parte de su peso adulto. Como en nuestra especie el varón adulto es más grande, ello representaría un destete más tardío: los niños hacia los siete años (al alcanzar los 23 kg.), y las niñas poco antes de los seis años (con 19 kg.).

1.6.1.3 Según el peso de la madre
Los investigadores Harvey y Clutton-Brock encontraron que, en un gran número de primates, la edad del destete en días es igual al peso de la hembra adulta en gramos multiplicado por 2,71. Aplicando esta fórmula a una madre de 55 kilos, correspondería destetar a los tres años y cuatro meses.

1.6.1.4 Según la duración de la gestación.
La relación entre la duración de la lactancia y la duración de la gestación es muy variable entre los primates, pero parece depender del tamaño de los individuos. En los monos pequeños, dicha relación suele ser inferior a dos; pero entre nuestros parientes más cercanos (en parentesco y tamaño), la relación es de 6,4 para el chimpancé y de 6,18 para el gorila. Si asumimos que para el ser humano dicha relación ha de ser también superior a 6, el resultado es un mínimo de cuatro años y medio de lactancia.

1.6.1.5 Según la dentición.
El destete suele producirse en muchos primates cerca de la erupción del primer molar permanente, lo que correspondería a los 6 años en el ser humano.

1.6.1.6 Conclusión
Como conclusión, Dettwyler supone que la edad normal del destete en el ser humano debe estar en algún punto entre los dos años y medio y los siete.

1.6.2 Encuestas
En el congreso español de grupos de madres, celebrado el año 2001 en Zaragoza, realizamos una encuesta para averiguar cuál era la duración de la lactancia entre las madres asistentes, y qué ventajas o inconvenientes encontraban las madres que dan el pecho más de un año.

Se trata de una muestra altamente seleccionada (madres con suficiente interés y medios económicos para acudir a la reunión), y que en modo alguno representa a la sociedad española. Pero nos permite afirmar que la lactancia después del año existe, aunque sea en un grupo pequeño.

Contestaron el cuestionario 95 madres que tenían un total de 174 hijos. Trabajaban fuera de casa 74, y 78 habían dado el pecho más de un año. Sólo 15 habían dado el pecho en tándem (es decir, a dos niños de distinta edad). Por tanto, no hace falta ni mucho menos ser ama de casa o encerrarse en el hogar para dar el pecho más de un año.

1.6.2.1 Lactancia prolongada
Nivel de estudios________Total___Lactancia > 1 año
Licenciada universitaria____31__________30
Diplomada/carrera media___32__________22
Formación profesional_____17__________14
Bachillerato_____________ 12__________10
Estudios primarios_________2___________0

Lo que contrasta con la situación tradicional hace unas décadas, en que sólo las madres pobres o de zonas rurales daban el pecho más de un año. Es precisamente entre las madres más cultas y mejor informadas entre las que se recupera la lactancia.

En el momento de la encuesta, 109 niños habían sido completamente destetados, con una edad media de 19,1 meses, mientras que 65 seguían mamando, con una edad media de 20,9 meses. Es decir, que ya han superado la media y continúan, por lo que la media global aumentará mucho cuando estos 65 niños se desteten.

La comparación entre los distintos hijos de la misma madre muestra también un incremento progresivo de la duración. Entre 20 madres con tres o más hijos, la duración media de la lactancia para el primer hijo había sido de 12,8 meses. De los segundos hijos, uno (50 meses) todavía mamaba, y los otros se habían destetado con una media de 19,3 meses. De los terceros hijos, 13 seguían mamando (edad media 25,9 meses) y siete estaban destetados (media 29,3 meses). Podríamos decir que la lactancia prolongada ha sido tan satisfactoria para estas madres, que la repiten y aumentan con los siguientes hijos. Por supuesto, también puede haber madres que hayan tenido una experiencia poco satisfactoria, y es probable que tales madres no asistan a un congreso de lactancia materna.

1.6.2.2 Apoyos y crítcas por dar el pecho
A la pregunta de si las siguientes personas las habían apoyado o criticado para dar el pecho, las respuestas (entre todas las madres, incluyendo las que dieron el pecho menos de un año) fueron:

Relación_____________Apoyan___Critican
Marido o compañero_____77________6
Amigas o vecinas_______ 47_______53
Madre o suegra_________44_______39
Comadronas___________27________6
Otros familiares_________22_______43
Pediatra_______________15_______36
Enfermeras_____________6_______19
Médico o ginecólogo______5________9
Otros_________________29_______14

Puesto que cada madre puede tener varias amigas o varios pediatras, algunos grupos aparecían al mismo tiempo apoyando y criticando. Observamos que el papel de los profesionales de la salud es en general negativo, salvo en el caso de las comadronas (matronas, parteras). Y, en todo caso, parecen influir menos, para bien o para mal, que familiares y amigas. Como si nos mantuviéramos al márgen.

Destaca el muy favorable papel del marido, que casi nunca critica y que es la persona que más apoya. Dudamos que esto refleje un gran interés por la lactancia entre los maridos españoles en general, y pensamos que más bien se ha producido una selección natural: el apoyo incondicional del marido es casi imprescindible para que una madre logre dar el pecho, disfrutar con su experiencia, involucrarse en un grupo de apoyo y acudir a un congreso sobre lactancia.

1.6.2.3 Gratificación por dar el pecho
Por último, preguntamos qué había sido lo más agradable o lo más desagradable de dar el pecho más de un año:

Que és lo más agradable de dar el pecho más de un año.
Percepción________________________n = 78
Contacto físico, mirada, vínculo__________36
Relación especial, amor, algo tuyo________34
Madre feliz, realización personal__________20
Comodidad y libertad__________________14
El mejor alimento_____________________12
Niño feliz____________________________10
Consuelo o calma para el niño____________8
Es algo natural________________________3
Mejor salud del niño____________________6
Cariño_______________________________1

Qué es lo más desagradable de dar el pecho más de un año
Relación.........................................................................Apoyan
Críticas de otras personas.................................................33
Ninguna..............................................................................14
Tomas nocturnas................................................................10
Pedir mucho cuando no apetece a la madre........................4
Difícil de compaginar con hermanos mayores.......................4
Mordiscos.............................................................................4
Destete...............................................................................4
Falta de información profesional y de apoyo social...............4
Dependencia.......................................................................4
Sensación de que no lo va a dejar.......................................2
No poder salir de noche........................................................2
Dificultad para compaginar con inquietudes de la madre......2
Desinformación (miedo absurdo).........................................1
Problemas mamarios (mastitis grietas)................................1
Agobio.................................................................................1

Conforme a lo esperado, estas madres encuentran muchas más satisfacciones que problemas (de otro modo, no lo habrían hecho). Entre las ventajas se da mucha más importancia a los aspectos afectivos y psicológicos que a la nutrición y a la salud física; mientras que entre los inconvenientes destacan las críticas recibidas de otras personas, y un gran número de madres espontáneamente afirman que no hubo nada desagradable en su experiencia.

1.6.3 Conclusión
En conclusión, la lactancia durante más de un año es una realidad entre algunas madres españolas, sobre todo de clase media-alta, y parece que la práctica se está extendiendo. Es preciso que los profesionales de la salud adoptemos un papel más decidido en apoyo de las madres que lactan, y que contribuyamos a educar a la población para que estas madres reciban el respeto que merecen.
Última edición por Juanma el Lun, 31 Mar 2008, 08:45, editado 10 veces en total

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por Alxija
#242418 Muchas gracias Juanma, me ha gustado mucho este artículo.

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