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En
casi todas las culturas del mundo actual, los bebés
duermen con un adulto y los niños mayores, con los
padres u otros hermanos. Sólo en las sociedades del
Occidente industrializado, como Norteamérica y algunos
países de Europa, el sueño se ha convertido en asunto
privado; la comparación de este último patrón con
otros grupos subraya uno de los principales aspectos en
los que Occidente se destaca del resto de la humanidad,
en cuanto al tratamiento de los niños.
En
un estudio realizado en 186 sociedades no industriales,
los niños duermen en la misma cama que sus padres en el
46 por ciento de estas culturas; en otro 21 por ciento,
lo hacen en cama aparte, pero dentro del mismo cuarto
que sus padres. En otras palabras: en el 67 por ciento
de las culturas actuales, los niños duermen en compañía
de otros. Más significativo es que en ninguna de esas
186 culturas tienen un dormitorio aparte antes de
superar, por lo menos, el primer año de edad.
En
otro estudio que abarca 172 sociedades, todos los niños
de todas las culturas dormían acompañados por lo menos
algunas horas por la noche. Estados Unidos se destaca,
sin lugar a dudas, como la única sociedad en que los
bebés son puestos rutinariamente en cama propia y en
cuarto propio; en un estudio de 100 sociedades, sólo
los padres estadounidenses tenían habitaciones aparte
para sus bebés; en otro, que analiza 12 sociedades,
todos los padres, menos los norteamericanos, dormían
con sus bebés hasta el destete.
Los bebés de diversas culturas duermen en una variedad
de receptáculos y superficies: sobre una estera o una
manta suave tendidos en el suelo, en una hamaca hecha de
cuero o fibras, en un colchón de bambúes hendidos o en
una cesta colgada. En la mayoría de los casos, el sitio
en que ellos duermen no se diferencia del que utilizan
los padres; es decir, no tiene nada de especial.
La antropóloga Gilda Morelli comparó las disposiciones
y costumbres para dormir de los padres estadounidenses
con las de un grupo de indios mayas de Guatemala. Todos
los bebés mayas duermen con su madre durante el primer
año y a veces también durante el segundo. En más de
la mitad de los casos el padre también estaba allí o
durmiendo con los niños mayores en otra cama. Las mayas
no tenían muy en cuenta la alimentación nocturna, pues
se limitaban a volverse y ofrecer el pecho cuando el bebé
lloraba de hambre; probablemente lo hacían sin dejar de
dormir profundamente. En el grupo estadounidense
comparativo, tres de los bebés fueron puestos en
dormitorio separado desde el nacimiento y ninguno de los
18 sujetos dormía regularmente en la cama de los
padres. Hacia los tres meses de edad, el 58 por ciento
de los bebés ya dormía en otro cuarto; hacia los seis,
todos menos tres hablan sido trasladados a otra habitación.
No es de sorprender que 17 de los 18 padres
norteamericanos dijeran verse obligados a permanecer
despiertos para la alimentación nocturna. Entre las dos
culturas había también claras diferencias en la
actitud para con el sueño en general. Los padres
norteamericanos utilizaban canciones de cuna, cuentos,
ropa especial, baños y juguetes para ritualizar la
experiencia del sueño, mientras que los mayas se
limitaban a dejar que el bebé se quedara dormido cuando
quisiera, sin más tonterías. Cuando la investigadora
explicó a las madres mayas cómo se acostaba a los bebés
en Estados Unidos, éstas se horrorizaron, expresaron su
desaprobación y se compadecieron por los pequeños
norteamericanos, que debían dormir solos. Para ellas,
su propia manera de dormir era parte de un compromiso
mayor para con el niño, compromiso en el que las
consideraciones prácticas no desempeñan ninguna parte.
No les interesaba que no hubiera intimidad o que el bebé
se moviera mucho por la noche; consideraban que la
proximidad nocturna entre la madre y el bebé formaba
parte de lo que debe hacer todo progenitor por sus
hijos.
A la inversa, los padres norteamericanos que dormían
regularmente con sus bebés decía hacerlo por motivos
"pragmáticos" (presumiblemente para darles el
pecho y tranquilizarlos si estaban nerviosos), aunque
reconocían que dormir con ellos parecía fomentar el
apego. No obstante, a diferencia de los mayas, pensaban
que una asociación estrecha fortalecida por el sueño
en compañía era molesta y, de algún modo, poco
saludable en lo emocional y en lo psicológico. Sacaban
al bebé del dormitorio conyugal cuanto antes,
generalmente hacia los seis meses, y expresaban la
necesidad de guiar al niño por un camino de
independencia, además del deseo de recuperar su propia
intimidad. También pensaban que esa separación sería
menos traumática si se realizaba más temprano que
tarde. Tal como dijo una madre: "Soy un ser humano
y necesito un poco de tiempo e intimidad para mí
misma". Además, muchos pediatras y expertos en
puericultura aseguran a las madres que el bebé está más
seguro si duerme solo en una cuna o un moisés, y ellas
siguen ese consejo creyendo hacer lo correcto.
Cuando
se estudia a quienes emigran de una cultura a otra se
pueden apreciar con claridad las diferencias de actitud;
según resulta, de todas las tradiciones que cambian
bajo la presión del país adoptado, los patrones de sueño
infantil son una de las últimas. En Inglaterra, los
padres asiáticos -originarios de India, Pakistán y
Bangladesh- continúan durmiendo con el bebé, aunque no
sea el patrón aceptado ni el aconsejado por la medicina
británica. Y en Estados Unidos, donde los pediatras y
la sociedad en general apoyan el sueño solitario, se
mantienen bolsones étnicos en los que el patrón
aceptado es dormir con el bebé; también lo hacen las
minorías que viven según las reglas de comunidades no
blancas.
En
un estudio de los hispanoamericanos de East Harlem, en
Nueva York, el 21 por ciento de los niños de seis meses
a cuatro años dormía con sus padres, comparado con el
seis por ciento de una muestra equivalente de niños
blancos de clase media. El 80 por ciento de los niños
hispanos compartían el cuarto de sus padres, y esto no
era únicamente por falta de espacio.
No son sólo los inmigrantes recientes los que difieren
en cuanto a la manera de dormir de sus hijos. Por
ejemplo: en una comparación de blancos con
afroamericanos, el 55 por ciento de los padres blancos y
el 70 por ciento de los padres negros dijeron dormir con
sus bebés."Entre los blancos, dormir con sus hijos
era algo que hacían primordialmente cuando consideraban
que el bebé tenía problemas para dormir -que
despertaban por la noche-, o cuando la madre no estaba
muy conforme con asumir la crianza y tenía sentimientos
ambivalentes con respecto a la cercanía con un bebé.
En este y otros estudios, el sueño con los padres, en
familias blancas, suele ser un último recurso para
tranquilizar a un niño que está molesto o resolver una
relación problemática entre progenitor y vástago".
Entre los padres negros aparecía como el patrón
normal, sin relación alguna con la búsqueda de solución
a problemas de sueño o de relación.
En los Apalaches, al este de Kentucky, es norma dormir
con los bebés y niños, desde hace cientos de años."Aunque
los habitantes de esta zona no son "minoría étnica"
ni inmigrantes recientes, representan una población
cohesiva que se ha mantenido resistente a los cambios.
Los historiadores apuntan que, en tiempos coloniales, en
la costa este de Estados Unidos era habitual que varios
durmieran en la misma cama; siendo las casas tan pequeñas,
no había otra manera de hacerlo. Pero en el siglo XIX,
cuando empezaron a surgir ideas nuevas sobre la
intimidad, la vivienda reflejó esos cambios; de pronto
aparecieron dormitorios privados: primero, en las
posadas; luego, en los hogares. La gente de los
Apalaches, descendientes de esa tradición más
colonial, continuó con los dormitorios comunales; aun
en la actualidad, con espacio en abundancia, se niega a
poner al bebé aparte. Pese a los consejos de los
pediatras de la zona, estas madres acuestan a sus bebés
en la cama conyugal, pues creen en su particular ideología
de crianza. Como señala la antropóloga Susan Abbott:
"Para la mayoría de quienes acostumbran a hacerlo
[el sueño en compañía] no es una especie de extraño
resabio de un pasado arcaico; tampoco es patológico en
su constitución ni en su resultado. Es un patrón de
crianza actual, bien situado, que resiste los embates de
los expertos en puericultura contemporáneos". El
objetivo es vincular estrechamente a la familia y
mantener cerca a los hijos. Verna Mae Sloane, de 75 años,
escribe sobre la maternidad en los Apalaches: "¿Cómo
esperas retenerlos en la vida si comienzas por
empujarlos lejos de ti?". Una vez más, la ideología
que orienta el dormitorio colectivo en esas culturas es
más la del apego que la de la independencia.
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