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Niño que no llora, no aprende  - Por Zoquete

Nació joven, podría decir que bastante más joven que la media de la gente. Nada más hacerlo, recorrió con sus grandes ojos negros el paritorio, frunció el ceño y arrugó la barbilla. Sufrí un gran susto, pues nadie me había prevenido sobre la coloración violácea que podía presentar. Además, su expresión no fue nada amable, casi diría que incluso hostil. Me reconozco majadero, pero podría jurarles que en este mágico instante aún no había tenido tiempo de demostrárselo. De hecho, mi actitud era más bien discreta, por no decir sumisa. Afortunadamente personal más experto que un servidor se encargó de limpiarlo y arroparlo, pues sobra decir que en aquel momento mi pulso no estaba para grandes filigranas.
 

No tardó en calmarse, cerrar los ojos y adoptar una expresión angelical. Mi agotamiento pareció desaparecer, que no es decir poco, especialmente tras dieciséis horas de tensión en el hospital, pasivo y torpe ante el sufrimiento de mi amor, habiendo ingerido apenas un par de cafés y un mini bocadillo de queso, con el móvil colapsado de inoportunas llamadas (todas, no hay excepciones) y el equipo médico entrando y saliendo sin apenas inmutarse. Sin duda, alguna fuga debía tener la oxitocina, pues entonces sentí un impresionante nuevo hálito.

Decido reconciliarme con el mundo. La gente es encantadora y las flores son el símbolo del milagro de la naturaleza.

Craso error.

No pasan más de cuarenta y ocho horas y recibimos un primer y amoroso consejo: “El niño va a coger frío así. ¡Qué irresponsables, cómo se nota que son primerizos!” “Disculpe señora, ¿nos conocemos?” Mis instintos agresivos recuperan sus privilegios y decido que el crimen tiene sus atenuantes.

Sólo fue el comienzo: “este niño tiene hambre, se le nota en que mueve la boca y, sobretodo, no para de llorar”, “no, lo que tiene el niño es sueño, me ha parecido ver un bostezo entre llanto y llanto”, “ni hablar, se trata de cólicos, lo sé porque grita igual que la cría de mi vecina”...

Así, en esta mi corta experiencia creo haber detectado dos importantes principios:

El primero se refiere al impresionante caudal de conocimientos que posee la más insospechada gente: “Todo el mundo sabe de bebés”. Tenemos a la disposición del lector múltiples datos que lo certifican, incluyendo el caso de aquel vecino que creíamos autista y que ahora parece que ha recibido un curso rápido para sonreír. Por cierto, lector, ¿qué sabe Vd. de bebés? No, mejor no me lo cuente, esperemos al corolario, que dice: “Todo el mundo opina sobre tu bebé, te conozca o no”. Sobra decir que tanta información cubre un amplio abanico de posiciones, a menudo contradictorias, por no decir surrealistas...

El segundo principio puede entenderse como fruto de la recogida de datos provenientes del primer principio: “La buena educación del bebé consiste en disponer de un arsenal de recursos, maneras o trucos, para acallar su llanto”. Como alumno aplicado citaré algunos ejemplos, que seguro les resultan familiares: enchufarle el chupete, biberón, dedo o lo que sea, mecerlo entonando algún cántico tribal, colocarlo boca abajo, colocarlo sentado, colocarlo boca arriba, colocarlo del lado izquierdo, colocarlo del lado equivocado, agitarlo hasta que parezca epiléptico, acunarlo invocando a Morfeo como único dios con sentido, proyectarle “2001: Una Odisea en el Espacio”, de Kubrick, especialmente la secuencia psicodélica de la versión larga, y el comodín por excelencia: amamantarlo, válido tanto si tiene hambre como frío, o sueño, o inquietud, ¿o miedo, dolor, ira, calor, ansiedad, acidez, vértigo, gases, curiosidad o, simplemente, un lapsus?

Pero las dudas no han hecho sino empezar, pues paradójicamente en este nuestro país plural, abierto y progresista, exhibir tal comodín en público tiene reminiscencias obscenas, o propias del “National Geographic” (de acuerdo con “La Vanguardia” en un artículo del pasado 27 y 28 de febrero, citando la agresión que sufrió una madre que fue descalificada por dar de comer a su niño en una autoescuela).

Embarazosa cuestión (casi nunca mejor dicho): ¿qué debemos hacer y a quién deberíamos pedir consejo para educar al niño?

La respuesta inmediata sería al profesional, al pediatra. Uno siempre puede llevarle a juicio si algo sale mal. Pero, ¿y si está obsesionado con publicar en el “Nature” una de sus investigaciones científicas, precisamente aquella donde pretende demostrar de forma estadística que acostar a los bebés colgados de los pies como murciélagos estimula el flujo sanguíneo en el cerebro y suaviza el trauma del abandono de la posición fetal?

También se cuenta con las suegras y con las madres, después de todo nosotros, sus hijos, somos los perfectos ejemplos de su saber hacer... ejem, descartado.

Está la parejita feliz de amigos que acaban de vivir la misma experiencia un par de meses antes: tienen las ideas frescas, se les ve igual de pardillos pero así y todo van superando las dificultades. Además, él y yo fuimos uña y carne durante la universidad, con ciertas juergas impresionantes... impresentables, de hecho, ahora recuerdo que a él le encantaban los chistes de pederastas. Busquemos otra alternativa.

Al final acabas optando por abordar a alguien por la calle al azar y preguntarle. Después de todo no tiene motivo alguno para aconsejarnos mal, ni para demostrar lo que sabe o presumir de experiencias... Nuestro candidato resultó ser un vendedor de libros. Ahora tenemos la estantería abarrotada de múltiples volúmenes como “Carta astral para bebés. Incluye aplicación informática para confeccionarla”, “Traumas infantiles derivados del color de sus muebles”, “Evite tener un niño mediocre: plan de entrenamiento para niños de dos a cinco meses”, etc...

Entre ellos cayó “Duérmete Niño”, del Dr. Estivill, libro al que se le puede insultar, ignorar, contradecir o, incluso, atender, pues pocas reacciones puede tener contra nosotros: no deja de ser inofensivos papel y tinta. No obstante muestra importantes puntos de reflexión que, si no directamente, nos pueden ayudar a resolver muchas de las dudas antes mencionadas. De hecho, aunque el libro tiene fama por su éxito resolviendo el hábito de dormir de los bebés, personalmente considero que lanza sugerencias que pueden extenderse a otros aspectos de la educación de los niños, como la posibilidad de enseñarles a comer con una pajita.

Veamos. Si tuviera que quedarme con tres de sus ideas, nombraría: rutina, tranquilidad y autosuficiencia.

Rutina: si el niño se adapta a unos horarios, su cuerpo y su mente se sincronizan con sus expectativas, y así le vendrá el hambre cuando suela comer y el sueño cuando suela dormir. En caso contrario será, básicamente, impredecible, y nos regalará sonrisas o llantos cuando menos lo esperemos.

Tranquilidad: el niño percibe el estado anímico de los padres, que influirá sobre el propio. Si los adultos están irritables, el bebé puede aguantarlo, porque les tiene cariño, pero a pesar de su tierna edad también tiene su paciencia.

Autosuficiencia: el niño debe saber que, aunque no nos vea, estamos bien. Es normal que al niño le preocupe dormir solo ¿cómo puede estar seguro de que sus progenitores estamos a salvo? Si el bebé se duerme porque le acunamos o damos el pecho, le cubrimos la cara con la mano o le llevamos de paseo por las calles de la ciudad, cuando se despierte en mitad de la noche y no nos encuentre se pensará que algo terrible nos ha ocurrido.

El título se ha ganado bastante buena fama entre un colectivo nada despreciable de padres desesperados por la inquietud de sus vástagos a la hora de dormir pero, sobretodo, por el milagroso cese de la intermitente murga que disfrutaban durante la noche y hasta el alba. Ha tenido un gran éxito de ventas y ha surgido también en versión de bolsillo y otra tipo “Guía rápida” que incluye un DVD, probablemente para padres teleadictos, o estresados o, simplemente, vagos.

El autor garantiza un 96 % de éxito y justifica el fracaso del 4 % restante tras una mala aplicación del método o problemas de tipo psicológico, incluyendo traumas como la separación de los padres o interferencias tipo gritos histéricos de madrugada.

Aún así, existen detractores que consideran su propuesta una salvajada, casi opuesta a la saludable crianza “a demanda” tanto de comida, como de mimos o sueño.

Simplificando las posiciones, mientras la propuesta del libro sería regular los hábitos del niño a golpe de reloj, aunque para ello haya que aguantar su llanto mediante una tabla de tiempos “razonables” de aguante de los gritos del bebé, la escuela instintiva predica que es el pequeño quien debe ser nuestro reloj, biorritmo y alarma.

Hay quien dice que tal filosofía conductista afecta al estado emocional del rey de la casa. Desgraciadamente por tratarse de un método tan reciente es difícil de prever las consecuencias que tendrá, quizás generando un nuevo tipo de psicópatas. También es posible que la dureza del método asuste a más de uno, haciéndole recordar cierta rigidez educacional del pasado.

Como experiencia personal, en nuestro caso decidimos no probar el método. Pese a nuestra clara tendencia sádica y nuestros deseos de iniciar al pequeño en tal filosofía cuanto antes, el método tiene el inconveniente de limitarse a no más de una semana, sin ofrecer pauta alguna para hacerlo extensivo durante más tiempo. Otra desventaja adicional es la insistencia del autor en la necesidad de coherencia por parte de ambos padres, sin conflictos ni versiones encontradas, mientras nosotros preferimos ofrecerle a nuestro bebé una educación basada en dos puntos de vista radicalmente opuestos, en aras de una mayor capacidad crítica.

Haciendo una reflexión más profunda, hemos decido evitar que llore, empleando un método bastante sofisticado, quizás demasiado cruel, pero la vida es dura. Cada día le dejamos acompañarnos viendo la televisión. No falla, se queda roque mientras además adquiere el bagaje necesario para imbuirse de las miserias humanas. Como sesiones prácticas, siempre lo tenemos a punto para el disfrute de esas visitas oportunas, que nos libran del yugo de esos horarios dictatoriales “qué mono, a ver si me sonríe, déjame acariciarlo, provocarle una carcajada, comprobar que el juguete es interactivo”. De esta manera dormimos satisfechos sabiendo que estamos estimulando al niño a que se exprese.

Como apuntes finales y mirando al futuro, ¿por qué tanta obsesión con la tranquilidad, serenidad y el equilibrio emocional, si lo que está de moda, lo que vende, son actitudes neuróticas, desequilibradas, fanfarronas, los célebres quince minutos de fama a los que todo el mundo aspira? Y mientras estamos con todas estas cavilaciones, él sigue creciendo. El día menos pensado nos viene con su pareja para anunciarnos que ha decidido dejar de vivir con nosotros, con lo que acaba echándonos de la casa...

Lo cierto es que de momento, para bien o para mal,  apenas practica el lloro, se ajusta como un reloj a nuestros caóticos horarios y podemos seguir viendo nuestros programas favoritos sin interrupción. Quizás sea un buen momento para exigirle nuevas responsabilidades, como que cambie un poco su repertorio de monadas, que ya cansa tanta sonrisita boba, aunque tampoco hay que ser impaciente. Se lo comunicaremos el próximo catorce, cuando cumpla su cuarto mes...

Sobra decir que el autor se responsabiliza plenamente de todos los comentarios vertidos en esta opinión, pues cada madre o padre tiene perfecto derecho a delegar sus responsabilidades en cualquier moda, libro o gansada varia.

 

Zoquete

Extraída del blog personal del autor, IMPERTINENCIAS VARIAS, el cual puedes visitar y dejar tu opinión en este enlace: http://zoquete.blogspot.com/2006/02/nio-que-no-llora-no-aprende-propsito.html

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